Capítulo 48: Cimientos

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Máximo no se detiene en el tema y por la prisa, que en vano intenta ocultar, puedo suponer que ni su visita ni la de Caesar han sido autorizadas.

La mayoría de las aclaraciones de mi prometido llegan sin generar sorpresa, sus palabras se solapan unas con otras, sus ideas conducen aceleradas y su discurso se evapora como neblina frente a mí. Yo solo deseo saber por qué la reina envió a Magdala y porqué él la acompañó.

Antes de darme cuenta he preguntado. Máximo frunce el ceño ante la interrupción, y así mismo hace su hermana. Después del disgusto inicial veo como toma aire y se prepara para hablar, como si las palabras que está por decir no fueran fáciles.

—Cada uno tiene asuntos que aclarar contigo antes de la cirugía —Sus labios se detienen por un segundo—. La próxima vez que hablemos serás una persona distinta. No podíamos esperar hasta entonces.

¿Distintita? La pregunta se forma en mi cabeza pero no llega a mi boca.

—Por eso me envió tú mami. Y ellos... digamos que se infiltraron en la fiesta —dice Magdala, cruzándose de brazos—. Cómo si valieras el esfuerzo.

Sus bufidos casi pasan desapercibidos, casi.

—¡Magdala! —espeta Máximo, comunicándole con sus ojos más de lo que puedo leer—. Era parte del trato que ella hablara contigo antes de su exilio. Cómo ambas recibirán su operación hoy... su encuentro no daba espera —Máximo aprieta sus puños, y yo intuyo que me oculta algo más—. Tu madre quiere que sepas la verdad de su boca.

Máximo levanta su mentón en dirección a Magdala, y ella rodando los ojos suspira.

—Me iré —dice, levantando una de sus cejas y retorciendo sus labios—. Me darán el privilegio del exilio si me divorcio, y hasta piensan en comprometerte con mi marido, en cuanto acepte. ¿Cómo si su opinión no tuviera valor?

La risilla burlona en su rostro se profundiza a cada palabra. Dirige su atención a Máximo con fastidio, esperando.

—¿Con el otro duque? —pregunto, con una profunda arruga en mi frente.

En mi cabeza se forman más preguntas de las que puedo procesar, pero algo me dice que están por ser despejadas.

Máximo le dedica una corta pero diciente mirada de soslayo a su hermana, y habla.

—Así debía ser en principio, si Alecto no se hubiese casado con Magdala, él sería tu prometido ahora, no yo. Pero no estoy aquí para aclarar lo que debió ser, sino para explicarte lo que va a pasar. La situación a la que te enfrentarás al despertar será diferente a lo que está planeado —Veo el intercambio de miradas entre Máximo y Magdala, unos cuantos movimientos en sus cejas y parpados me transmiten el misterio, como si el tiempo se expandiera leo la preguntas y respuestas sin comprenderlas—. No debes saber los detalles, pero ten en cuenta que al despertar no solo tú no serás la misma, tampoco Magdala lo será. Cuando te instalen el simbionte, todo lo que eres ahora desaparecerá, tus opiniones, tu prioridades, tus deseos, tus afectos, todo lo que te hace humana dejará de componerte.

Aunque no sé lo que es un simbionte, algo en mi cabeza palpita cuando él lo nombra, como si lo hubiese escuchado antes, como si fuese algo que debo conocer. Una cirugía. ¿Hoy? ¿Qué diferencia habrá en que hablen conmigo antes o después de la cirugía? No soy capaz de articular sonido, muevo la cabeza perdida en el terror de la incertidumbre. Me regreso a Máximo, espero por las respuestas que pueda darme.

—Vine a ofrecerte una opción, Aletheia. Quizá pienses que te he traicionado, pero sabías desde un principio lo que estaba sucediendo, lo yo que buscaba. Sin embargo, te debo una disculpa por mi limitada honestidad. Como recompensa, puedo, podemos, cambiar tu historia. Si aceptas nuestra propuesta nos encargaremos de ayudarte a desaparecer junto a Magdala, Caesar y Alecto. Dejarán el continente para nunca regresar. Pero debes decidir ahora, porque cuando despiertes ya no serás tú quien decida, sino una noble —Su expresión se torna oscura al hablar, yo no consigo captar el significado de sus palabras—. Mi deuda es contigo, no con ella.

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