Capítulo 2: Aletheia

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El cabello del hombre al otro lado de las escaleras es negro, un negro desconocido, un negro que jamás será rubio. Un nudo se forma en mi garganta, siento la debilidad apoderarse de mis piernas y me congelo frente a los escalones, que forman un abismo en espera de mi siguiente paso. Cierro los ojos para llenarme de valor y levanto la vista hacia el imperturbable rostro frente a mí.

Nuestras miradas se cruzan, pero en sus ojos me reflejo sin ser vista. Logro contener las lágrimas gracias a mi educación, que sigue intacta, aunque yo muera por dentro. Así bajo el primer escalón, con una sonrisa en el rostro, guiada por un arraigado entrenamiento, mientras me esfuerzo por sopesar la tristeza con certezas; la certeza de mi nuevo rango, la certeza de mi brillante futuro y de mi poderoso prometido.

Mis deseos de encontrar un rostro diferente no son más que destellos infantiles de mi debilidad, sueños inútiles que me alejan de mí objetivo. Yo elegí esta vida antes de conocerle, y ni él, ni nadie cambiará mi decisión.

Mientras sigo bajando la mirada de mi prometido me atraviesa, negando mi existencia. Cada pequeño cruce de miradas mina mi confianza. Siento un frío recorrerme todo el cuerpo, pronto me tiemblan incluso las piernas. Su expresión es un abismo que niega mi valor, que me niega a mí, a quien él mismo ha elegido; a mí, que seré su esposa. Veo como sus ojos mueren al recorrerme, y yo muero con su falta de interés, muero de terror al rechazo y desperdicio de mis esfuerzos. Me muerdo el labio detrás de mi sonrisa, lucho por no permitirle debilitar mi voluntad.

A solo un par de escalones resbalo, no caigo, pero escucho el silencio a nuestro alrededor. De repente soy consciente de las miradas de escrutinio. Las náuseas regresan y las palpitaciones en mi cabeza se tornan intolerables, me esfuerzo por controlar el ritmo de mi respiración para mantener mi fachada en su sitio; el calor sube por mis mejillas al instante. La sensación de vacío solo se agudiza cuando noto que ninguna emoción surge de mi prometido, ni una sonrisa ni un sonrojo. Apenas si se detiene un instante antes de retomar su descenso; lo sigo, pero ahora me apoyo levemente de la baranda. Solo unos pasos más para estar frente a frente.

A solo un metro de distancia me impregno de su indiferencia, alcanzo la mano que me extiende y sonrío. Una lucha interna entre mi orgullo y mi razón, me impulsa a reclamar interés, pero de nuevo, mi educación gana la partida.

Las formalidades del compromiso toman lugar sobre el descansillo de las escaleras, mientras nos tomamos de las manos y damos la cara al maestro de ceremonia. Agradezco no tener que verle, pero mi mente es un caos y soy incapaz de concentrarme en ningún detalle, aunque ya los conozco de memoria. Hacia el final del protocolo la acidez alcanza mi boca y saboreo mis propios nervios al tiempo que sus dedos rozan los míos para poner el anillo en ellos. Mis piernas tiemblan, mis dedos se enfrían. Sonrío.

—Aletheia, pretendiente a la casa de Granada, ¡felicitaciones por su compromiso! —exclama el maestro de ceremonia detrás de nosotros.

Un escalofrío sube por mi espalda al escuchar el nombre dado por mi prometido, un nuevo nombre, tan extraño como ajeno. La casa de Granada es a la cual él pertenece, la casa reinante y a cargo de esta región, mi nueva familia, que sobrescribe mi identidad a su conveniencia y borra de los registros a la vieja yo.

El hombre, mi prometido, me sostiene la mano izquierda antes de girar para enfrentar a los invitados cara a cara, como una pareja comprometida bajo un edicto real. Puedo ver a las personas aplaudir animosas y puedo sentir la vivaz sonrisa en mi rostro. Meneo mi cabeza de lado a lado con suave monotonía para regresar los saludos. Estoy ahí, mi cuerpo actúa como le ordeno, pero mi mente huye y al final la falsedad lo vuelve tolerable.

Mis ojos evaden el anillo y al hombre que lo ha puesto en mí, el solo sentirlo en mis dedos es suficiente. Los recuerdos de las noches que soñé con otro noble sosteniendo mi mano, convulsionan en mi cabeza. El deseo ingenuo de un relevo a última hora que cambiara mi suerte, termina de desvanecerse. Sin él, sin la esperanza de su existencia, todo sería más fácil.

Mientras los demás asistentes nos aplauden, comenzamos a bajar los escalones restantes. Evito cualquier contacto visual con mi prometido, concentro mi energía en buscar a quienes me importan: a mi padre, a mi madre, a mi hermana y a él. Busco su cabello rubio y su piel morena entre tantas cabelleras oscuras, lo busco, aunque sé que no está.

No me sorprende su ausencia, aún con el deseo de verle, puedo entenderlo. El compromiso, siendo desechable hasta el mismo día de la boda, augura el comienzo de la vida en pareja, porque es una propuesta formal de matrimonio que tiene figura legal ante el estado. Si Caesar no ha venido, es porque a partir de hoy me uno a la familia de otro noble.

Puedo imaginar la felicidad que irradio, sé de antemano cuan convincente puede lucir. Pero justo al final de las escaleras, mi prometido se aleja con la sonrisa más cordial y distante que yo haya visto jamás; me quedo con las palabras en la lengua y la acidez en la boca. En cuento me veo separada de él soy incapaz de contenerme y corro en dirección al baño.

La expresión de las personas a mí alrededor es animosa, todos me felicitan mientras abren paso. Yo apuro el paso incapaz de contener las arcadas, la cabeza me palpita y siento que las lágrimas están por brotar. Pero saludo y rio, mientras acelero paso a paso.

Entro el baño casi corriendo, me agacho sobre el sanitario y dejo salir el ardor de mis entrañas, agradezco tener el cabello recogido mientras lloro desconsolada en el piso.

—Está hecho—me afirmo. Rio entre lágrimas. —. Está hecho.

Mi mamá me sigue un par de minutos después. Se sienta a mi lado y comienza a limpiarme el rostro. Yo la dejo cuidarme y recargo mi cabeza en su pecho. Debo lucir desastrosa.

—Ma' ¿Le puedes decir a Zoraida que venga? No puedo salir luciendo así ¿verdad? —mascullo, entre sollozos.

Levanto la pulsera en mi muñeca y activo el audio. Mamá hace como le he pedido y se asegura que Zoraida traiga consigo todo lo que pueda necesitar para dejarme perfecta de nuevo.

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