Capítulo Final: Noble

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El mismo grupo de control que nos llevara al centro, se encarga traernos de regreso a casa. Máximo y yo no cruzamos palabra en el camino, ni entre nosotros ni con ellos. Sin embargo, nos mantenemos firmes, mentón en alto y expresiones seguras. No importan nuestras desordenadas vestiduras, delante de extraños las llevamos con la mayor dignidad. Después de todo, somos dos entes que viven de su crianza e instintos. Vacíos por dentro, audaces por fuera.

Pero basta con cerrar la puerta de entrada y dejar atrás el mundo exterior para que el hechizo se rompa. La erguida silueta de Máximo se esfuma, una curvatura aparece en su espalda, su cabeza cae, sus pasos se vuelven pesados, sus pies difícilmente se despegan del suelo al andar. Arrastra su alma hasta el sillón y se deja caer ahí, con la mirada perdida en los detalles de la mesa frente a él.

Yo tampoco soporto la presión, mi espíritu parece abandonar mi cuerpo con la primera exhalación dentro de casa. Mis piernas pierden vida permitiéndome caer sin oposición. Esta vez no sucumbo porque mi cuerpo no reaccione, ya nunca más volveré a enfermar, lo sé; esta vez la que sucumbe es mi voluntad. La soledad y el silencio me dan lucidez suficiente para entender que una parte de mi vida se ha perdido. Ya no me queda ni el orgullo ni la inocencia que me permitieron erguirme de igual a igual y con autoridad moral sobre otros, ni siquiera me restan lágrimas que llorar, no hay una emoción más profunda que la desolación. Soy un ser vacío, sin futuro, sin expectativas, sin vida.

Reposo tendida en el suelo, incapaz de mantener noción del tiempo, cuándo Máximo se gira hacia mí. Percibo su movimiento en la piel y ruedo a quedar boca abajo para observarle, sus ojos ya no son sus ojos, el hombre frente mí es una mente en caos, un hombre que se pierde a sí mismo. Él está dejando de ser él mientras emite un llamado silencioso, pero ante su mudo grito de ayuda soy incapaz de sentir compasión.

Sostenemos nuestras miradas fijas por un rato, hasta que en él, un fugaz brillo de comprensión se transforma en compasión, y aun conservando su aspecto agotado, se pone en pie y camina hacia mí. No me levanto cuándo él está justo en frente, solo ruedo sobre mi cuerpo nuevamente para observar su rostro sobre mí, con la increíble pero acertada idea de que está por tomarme en sus brazos. Puedo verlo, al él que no usa su razonamiento para sentir, al él que es de naturaleza amable y cordial. Me resulta predecible y ambiguo. Un desconocido que conozco bien. El hombre que me ha traicionado, el hombre que me ha ayudado, el hombre con el que convivo y mi cómplice de asesinato. Él es todos ellos y no es ninguno. ¿Amarle? Solo el rey puede pensar que lo hago.

Con mis sentimientos hechos un revoltijo permito que me levante, su fuerza sigue intacta, como supongo lo sigue su intelecto y destreza, deduzco que solo su respuesta emocional ha sido modifica. Ni siquiera intento identificar la expresión de sus ojos. ¿Culpa? ¿Arrepentimiento? Cualquiera de ellas es lo mismo. Yo le arrastraré hasta lo más profundo de todas ellas conmigo, le hundiré mientras él aun sea tan humano como yo misma.

Máximo me lleva escaleras arriba, sin mirarme más o sin hablarme.

—Es injusto —musito.

Máximo baja la mirada.

—Tú estarás satisfecho —evito ver su rostro—, sabías que lo que hacías, esperabas algún castigo. Desde el principio estabas dispuesto a pagar las consecuencias por ella. Pero yo nunca quise ser parte de tu juego o de tu historia, nunca quise ser parte de la historia de nadie. Yo solo quería vivir tranquila, vivir con él.

Máximo entrecierra los ojos, una expresión amarga y llena de remordimientos lo acompaña. Frunce los labios y me abraza con fuerza, un abrazo al que no respondo.

—Lo lamento, haré lo que sea para compensarte —susurra en mi oído, con una voz tan llena de matices y vergüenza, que me desdibuja la imagen que tengo de él por completo.

—Bájame —le pido—, que ya ni te conozco.

Pero el continúa caminando con un abrazo fuerte y sin responderme. Yo no lucho por separarlo, solo me culpo por llorar frente a él y mostrarme vulnerable. Pero Máximo es el único al que puedo culpar de mi desgracia y él único al que puedo recurrir por consuelo. Porque sé que no tengo a nadie más. ¿Cómo podría encarar a Elora de nuevo? ¿Qué historia podría contarles a mis padres para que entiendan? ¿Cómo podrían perdonarme los reyes por lo que he hecho?

Desearía por momentos que mis emociones se esfumaran y al mismo tiempo me recuerdo como merezco este sufrimiento, recuerdo a Caesar y asumo la culpa que su muerte me trae. Merezco todo, cada gota de dolor en mi corazón. Me aferro a Máximo o a quien sea el hombre que ahora lleva su rostro.

En este punto no hay nada que yo quiera, sin importar lo que pude llegar a sentir por él o por cualquiera, las consecuencias de mis decisiones son todo lo que puedo esperar del futuro. Con quien compartir esas consecuencias, sería quizá una ambición demasiado egoísta. Y el único al que puedo sentenciar a esa barbarie es a él.

Máximo por fin me baja justo frente a mi habitación, pero no sin antes abrazarme una vez más y palmear mi cabeza con calma. Es en el momento que está por alejarse cuando comprendo mi propio apego. Sin remordimiento alguno me cuelgo de su cuello, lo abrazo con fuerza, desde esa posición los latidos de su corazón se escuchan más fuertes, el olor de sus emociones se vuelve más intenso y pronto nuestros olores son como unos solo, igual de perdidos.

—No me dejes —suplico entre sollozos, consiente del significado de mis palabras—. No me importa si amas a alguien más, solo, no me dejes.

Me envuelve con sus brazos y allí encuentro algo que puede ser mío. Mi soledad se convierte en desesperación y la desesperación en necesidad. La ansiedad llena todos los espacios de mi mente, un método para soportar lo que he hecho. Un engaño para mí. Una distracción. Ese deseo inmanejable hace que levante mi mano y la extienda hacia él. Yo no quiero nada sino compañía; y así, sin palabras, se forma un acuerdo entre nosotros.

Resbalo mis manos por el contorno de su rostro, repaso cada uno de sus ángulos. Sin mayor energía me acerco a su boca, le beso bruscamente, con la sola intención de apoderarme de su existencia a través de nuestros labios. Quiero sentirlo, que me sienta, que me odie. No importa si en este instante su mente permanece con la mujer que desconozco. Yo deseo aferrarme a él y que mi compañía lo sumerja en el mismo sufrimiento que yo cargo. Yo le hiero mientras me hiero a mí misma, le destruyo mientras me destruyo, me aseguro de someternos a los dos. Me dejo llevar por su tacto gentil, la suave esencia de un dolor compartido, de un futuro incierto y de un pasado para olvidar.

—¿Que será de nosotros? —pregunto, con la horrible incertidumbre del futuro que se avecina.

—Nos casaremos —responde sin matices. En sus ojos, leo el temor, la inexactitud, la humanidad que tanto le duele.

—Y seremos infelices juntos —contesto, acercándome de nuevo a su boca.

En mi corazón percibo a la noble, que intenta aceptar los hechos sin emoción y liberarse de la jaula que mi dolor humano ha construido para sofocarla. Ambas estamos aquí, dispuestas a luchar una contra otra por este cuerpo sin esperanza.

NobilisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora