Capítulo 39: Damas

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La encontré mientras el silencio entre los corredores me amargaba más de lo que mis propias acciones lograran unas horas antes, había salido a buscar aire fresco sin éxito alguno. Su perfil logró recordarme a mí misma cuando escapo a mis pensamientos, con la mirada perdida en un océano brioso y oscuro. Me detuve a unos tres metros de distancia, convencida de que mis pasos le alertaban de mi presencia, pero ella no se giró. Me acerqué más, sin titubear. Casi podía rozarla cuándo decidió enfrentarme. Su expresión serena me obligó a permanecer aquí.

De eso han sido unos veinte minutos, donde nuestras respiraciones parecen querer formar un coro, el tiempo sigue pasando y nosotras parecemos encontrar calma en el enfurecido mar nocturno. Me dejo caer sobre el suelo despacio, la bata del pijama se cuela entre mis pernas y conservo mis manos pegadas al cristal. Mi costado se reclina en busca de apoyo, pero mantengo mis ojos fijos en el océano, furioso a pesar de la poca lluvia que cae.

—El clima —le escucho decir—, es como nosotras ¿No crees? parece volátil, pero es predecible —sus palabras hacen que mis ojos se muevan hacia ella de golpe—. Si hay nubes lloverá, y entre más oscuras más fuerte y al final, tras una gran tormenta el sol debe brillar —Sus ojos insinúan que esa frase va dirigida a mí—. ¿Nunca has estado en una gran tormenta verdad?

Guardo silencio y desvió la mirada, incapaz de hacerle frente a sus condescendientes palabras e incapaz de aceptar que considero mi vida una tormenta desde hace años.

—Cuando enfrentes una —suspira al decir—... sabrás lo bueno que ha sido el clima hasta ahora.

Como si de una provocación se tratase, estas últimas palabras me incitan a hablar.

—¿Acaso te has enfrentado a muchas? Porque no puedes juzgar la vida de otros si no.

—Hace tiempo dejé de pensar en las tormentas de mi vida, pero tú pareces en medio de una —Mientras yo hablo aireada, ella ha responde amable.

—Si no hay nada que te moleste ¿Que haces aquí? —respondo, aún huyendo de ella, aún sin bajar el tono agresivo.

—Lo opuesto a ti, claramente —vocifera risueña—. Yo dejo que el cansancio y la frustración sean lluvia que se funde con el océano. Tú buscas una tormenta que respalde esa ira que se acrecienta en ti.

—Con escucharte podrían pensar que me conoces a la perfección o que eres alguna clase profeta esotérica fuera de lugar.

—Es fácil leerte, por eso de que pasé por lo mismo que tú —de nuevo una risa se escurre de sus labios—, yo incluso la pasé peor. A diferencia tuya, no tenía razón para mantenerme dentro o fuera.

Igraine deja caer su peso, resbalando sobre el cristal se acomoda a mi lado, con sus ojos aún fijos más allá del cristal, pero yo ya no observo la lluvia caer, ahora la observo a ella.

—No sufras por lo que no puedes cambiar, acéptalo como parte de lo que la vida y sácale todo el provecho que puedas, disfrutarlo.

—Eso hago... eso he hecho siempre.

—Lo sé, eres una chica fuerte. Demasiado fuerte para apreciar el regalo que es tu vida.

—No soy esa clase de persona espiritual que valora todo. —Está claro que no lo soy.

— ¡Oh! No te equivoques, yo tampoco lo soy, nadie lo es. Todos luchamos contra lo que no queremos. Y al final nuestra lucha debe terminar, ganamos o perdamos. El cómo afrontamos ese resultado, eso Lydia, eso es puramente nuestro. —mis ojos permanecen fijos en la melancolía que la llena.

—Ya nadie me llama así —espeto.

—Pero hace solo unos meses aun eras Lydia, y estoy segura que la persona en frente mío aun es la entusiasta y consentida Lydia que solía conocer. —dice convencida, con un tono de voz musical que penetra mi fortaleza.

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