Capítulo 16: Elora

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Me sobresalto al sentir un peso sobre mi hombro. Me giro en busca del dueño de aquella mano, pero me topo con el pecho de una mujer y que debo levantar la mirada para encontrar su rostro.

—¡Sara!—exclamo. Me llevo las manos a la boca y me apresuro a corregir mi expresión—. Baronesa, presento mis respetos.

Mi reverencia parece formal, pero entre ella y yo, sabemos que no se trata más que de una broma.

Su nuevo nombre es Elora, baronesa de Granada y Dorado, desde su matrimonio cuatro meses atrás. Ella es la única chica cercana a mi edad en toda la reunión que ha pasado por el instituto al mismo tiempo que yo.

—Es una sorpresa verte aquí. No esperaba que fueses liberada tan pronto —bromea en relación a mi edad—. Veo que conoces mi tía.

Nuestras miradas se dirigen hacia Belladona, oculta tras una larga fila de mujeres formadas para felicitarla.

—¿Tía? —pregunto sin pensar, antes de regresar mis ojos a ella.

—¡Deja de hacer esa cara extraña! —espeta, sin mesura de su agudo tono de voz—. ¿Nunca te conté?

—Obvio no —respondo entre dientes, casi refunfuñando.

—No puedo creer que nunca te contara que mi tía, la hermana de mamá, era una noble. —Se ríe, y no sé si es por mi gesto de sorpresa o si le resulta graciosos que sea su tía.

—Pues no, nunca me lo dijiste. Igual no te lo habría podido creer. La marquesa es una mujer muy importante, y jamás te fue a visitar al instituto durante los seis meses que estuviste allí —comento, sin dejar de dar miradas fugaces en dirección a la mujer en cuestión.

—Ya ves que mi tía nunca estuvo de acuerdo con que me casara, pero igual lo iba hacer con o sin su apoyo. Ahora estamos en buenos términos de nuevo. Incluso me permitió invitar a la duquesa, que es una vieja amiga mía.

La mención de la mujer con quien he tenido tan desagradable primer encuentro me desubica por un momento, prefiero guardar silencio sobre nuestra charla y dejar que Elora continúe con lo suyo. Aun cuando me cuesta creer la duquesa con su autodenominado desprecio a los nobles —siendo una—, pueda ser cercana a Elora, una mujer dócil y feliz.

—Sabes —continua Elora, con su voz infantil. Su tiempo casada no la ha cambiado mucho—, debes agradar a mi tía, es raro que invite a una desconocida.

Por el borde de mi ojo logro ver a Belladona, que primero nos observa atenta mientras recibe sus felicitaciones y un momento después camina hacia nosotras.

—¡Tía! —exclama Elora a verla.

—Señoritas —saluda Belladona, con su voz fuerte y resonante—, no sabía que se conocían.

Elora se acerca a ella sin más, mientras yo presento una disimulada reverencia antes de que un gesto de su mano me invite a acercarme.

—Marquesa Belladona, es un honor ser invitada a su reunión. Yo tampoco sabía de su relación con la baronesa —Sonrío lo más dulce que mis músculos me lo permiten, y hago una segunda venía con mi brazo y falda en dirección a ella, pero antes de que mi cabeza vuelva a su lugar ella me interrumpe.

—Nunca imagine que una noble de un rango como el tuyo se inclinase para saludarme.

La sangre me hierve con su comentario, si quería evitar que lo hiciera pudo interrumpir antes de que terminara. Chasqueo mis dientes antes de enderezarme y sonreír en respuesta. Mientras levanto mi cabeza noto algo que pasé por alto antes, el recorrido de mis ojos se fija por un instante en el cuello de Belladona, marcado ya por los años.

—Aún no se me considera noble, no hasta que me case. —Continúo con esos gestos de falsa alegría, con mis brazos y mis manos apenas en un roce frente a mí.

Sé que todos mis gestos deben ser delicados, a veces siento que nunca podré ejecutarlos con la naturalidad de Elora, quien es la siguiente en hablar.

—Tienes razón, puede que te cambien de prometido a última hora, suele suceder. ¿No crees que es un comportamiento muy apropiado, tía Belladona?

Los ojos de la marquesa se desvían en dirección a la chica del peinado revuelto, que está al fondo del salón. La duquesa mantiene un aire impertinente, aunque sola, su mentón está siempre en alto.

—Puede ser. Pero no olvides que hay algunas a la que les sonríe una extraña fortuna. —comenta sin regresar sus ojos en nuestra dirección.

Al parecer hay muchas cosas que no sé de Magdala, de Elora y de las relaciones entre las nobles.

—Marquesa, me preguntaba sobre conocer a Elora hace un momento. —Corto el silencio, preparada para saltar al ruedo— Verá, con cuatro años en el instituto, hay pocas jóvenes nobles que no conozca en la ciudad. Y con todo y eso Elora y yo somos de las más cercanas en edad.

—Li... ¡Ale! —exclama Elora expresivamente, sus brazos rodean mi cuello y su cabeza sobresale sobre la mía—. Somos buenas amigas desde el instituto, tía. Aletheia puede parecer un poco sería, pero no es más que una niña.

Una niña. Sé que para la mayoría de nobles debo serlo, pocas se casan antes de los veinte y un número aún más reducido se compromete antes de los dieciocho. Me molesta ser tratada como una, pero la sonrisa de Elora, con el orgullo desbordante de presentarme ante su tía, aplaca mi disgusto.

Su vieja tía, aunque su rostro me engañó el día de ayer, su cuello, expuesto por el corte de su vestido revela las marcas de una mujer demasiado mayor para concebir. Mis ojos se detienen en sus arrugas, ella no tarda en notarlo y sin demora se despide de nosotras.

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