Segundo interludio

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De reojo observo a Máximo, junto a la pista de baile, a su lado Magdala sonríe enganchada de su brazo y el de su esposo, el duque Alecto.

—Ale

—¿Si?

Me regreso a mis acompañantes. Los tres caminamos tomados de los brazos, con Caesar en el centro y Elora y yo a los lados. Tan cerca que resulta sencillo mantener conversaciones privadas sin temor a ser escuchados.

—No es de buena educación dejar a las personas hablando solas —reclama Elora—. Has estado muy distante y hoy que por fin nos encontramos, me ignoras por completo.

—¡Déjela, baronesa! Yo también quiero saber que observa con tanto interés.

—¿Qué? ¡No! —Niego con mi cabeza efusivamente—. Es solo que no conocía a tu primo en persona. El duque Alecto parece una persona muy agradable. Incluso se lleva bien con Máx... con mi prometido. Y está casado con la duquesa que tiene, perdóname Elora, un carácter difícil.

Elora detiene nuestro avance después de escucharme. Rueda los ojos escéptica. Agradezco que no intente defender a su amiga a toda costa. Caesar guarda silencio y me observa entre receloso e incrédulo. Por un instante el aire se detiene y vuelve a fluir con un suspiro juguetón.

—¡Vamos! Ale, no puedo creer que el duque sea tan malo, Magdala no lo es—bromea Elora en voz baja, al tiempo que se estira hacia mí por delante del pecho de Caesar—. Si me disculpa la impertinencia Majestad. Pienso que solo se cohíbe por la extraña relación de ustedes tres.

Caesar acerca el brazo del que caminamos unidos, me hala a su lado. Entonces, habla con calma.

—No es el caso, baronesa. Es cuestión de empatía, y mi primo no fue premiado con ese don —Caesar me reprocha con la mirada y se regresa a Elora—. Pero si desea tratarlo, mejor hágalo cuándo este junto al duque Alecto. Se dará cuenta que el problema de Máximo no tiene nada que ver con Ale o conmigo, es solo su personalidad.

Elora hace un mohín y renunciando a la idea de incomodarme, reafirma su agarre de Caesar. Acepta sus palabras con solvencia y, como si quisiera asegurarse de mantener una conversación entretenida, se permite alardear de su amistad con el archiduque ante cada enviado que tiene la desdicha de cruzarse en nuestro camino, solo para bromear acerca de sus reacciones no más alejarse. Algo, que con placer culpable, disfrutamos tanto él como yo.

La ausencia de Belladona en la reunión, solo sirve para que Elora se pavonee sin mesura ni mayor cuidado del protocolo. Alejada de su marido, que juega tejo electrónico en los patios traseros. Elora prefiere disfrutar de la vida social. La seguridad que su embarazo y la publicidad que ha logrado gracias al anuncio oficial que realiza hoy, han calmado sus preocupaciones y traen de regreso a mi amiga. Segura y confiada.

Tras una larga charla, Elora se ve obligada a retirarse para compartir su tiempo con las diversas amistades que la requieren. La cercanía de Caesar intimida a un número considerable de sus invitados. Y, aunque pueda prestarse de contar en sus invitados a la generación más joven de la familia real, no puede descuidar su imagen general. Lo que ciertamente aplica tanto a ella como a mí.

Es cierto, que varios de los presentes sabemos la realidad de mi compromiso con Máximo, pero como la mayoría no, e indispensable mantener las apariencias. Por lo que en el momento en que Elora nos deja, me veo obligada a arrastrar a Caesar en dirección de Máximo y compañía. Quienes regresan de la zona de bebidas.

La temporada de sequía está finalizando y la temperatura comienza a bajar, la estilizada figura de Magdala y su cubierta figura ya no resultan igual de escandalosa que en nuestro primer encuentro, pues los ligeros vestidos de mitad de año se tornan pesados y cubiertos como los suyos. Aun así, ella sigue llamando la atención. Su mala reputación contrasta con la de su marido, y las habladurías llegan a oídos de Caesar y mías a mientras atravesamos la pista de baile.

—¿Por qué tan callada, Ale? ¿Acaso te interesan mucho los cuchicheos sobre tu cuñada? —murmulla Caesar con disimulo a mi oído.

Le codeo con cierta prevención, antes de descartar sus ideas y esconder en palabras educadas, mi completa incomodidad a sus preguntas, cada vez más paranoicas sobre mi relación con Máximo.

No tardamos en alcanzar nuestro objetivo y cuando estamos a pocos pasos de ellos, siento mi garganta se secarse. Caesar me regala una sonrisa al notar mi incomodidad, consiente como es, de mis roces con Magdala. Su apoyo me impulsa, sin lograr retirar la presión de mi espalda, me sirve de motor paras continuar.

—Querida —dice Máximo al vernos cerca.

Su saludo, me hace regresar al rostro de Caesar, que mantiene un gesto de cordialidad inamovible. La actitud de ambos me obliga a estudiar la situación, y noto, por primera vez, las miradas sobre nosotros. Escrupulosas, acusatorias. Somos el foco de debate e interés para el público presente.

—Querido, veo que acompañas a tu primo. ¿Acaso no seré presentada? —Una máscara se dibuja en mi rostro. La otra yo toma las riendas.

Caesar me aleja, la seguridad que su calor me aporta desaparece. Su mentón de repente se ve más alto. Se deja admirar por los espectadores, tan distante como un archiduque debe serlo.

La sonrisa en el rostro de Magdala se desvanece al vernos, sus ojos no pueden ocultar la molestia que le causa el tenerme cerca. Pero en lugar de alejarse de Máximo se pega más a él, descuidando incluso el agarre de su marido. Entre los presentes, es la única que no se asiste a la fiesta de máscaras en curso.

A solo unos pasos del grupo. Alecto y Máximo inclinan la cabeza para recibir a Caesar, y tras unos segundos, como si la situación la obligase, Magdala les sigue.

—Majestad. —saludan los duques al unísono.

—Duque Alecto, duquesa. No nos hemos saludado hoy —dice Caesar, cuando estamos lo suficientemente cerca—. Discutíamos con la señorita Aletehia y nuestra anfitriona, lo impropio de mantenerse aislados por demasiado tiempo.

Sus últimas palabras las dirige a Máximo y, sin mucho afán ni emoción, Caesar extiende mi brazo hacia él, quién intenta alejarse de Magdala, aún reacia a soltarle. En tanto nos separamos, Caesar se ubica en una posición intermedia entre Alecto y yo. Mientras yo me pego a Máximo, esperando que con el paso de los minutos podamos dejar las actuaciones.

El circulo pronto se cierra entre los cinco y las formalidades excesivas, que segundos antes inundaron la interacción, pronto desvelan un trato, aunque lejano, mucho más informal.

—Señorita Aletheia —me llama el duque Alecto—. Es un placer conocer por fin a nuestra futura prima. He de decir Caesar, que tienes por prometida a una hermosa mujer.

La naturalidad del duque consigue que el calor suba a mis mejillas. Es la primera persona que hace alusión directa a mi compromiso con Caesar en su presencia y me llama hermosa en el proceso. Mi cabeza queda en blanco, al ser inminente la relación familiar entre ellos me siento más ajena e intrusa que nunca.

—No te dejes sorprender por las palabras de mi señor, ni te lo tomes tan apecho. Todas las mujeres son hermosas para él. —alude Magdala al instante, apretando su brazo por primera vez.

El duque Alecto, sonríe divertido. Los ojos de ambos se cruzan en un intercambio mudo de pensamientos. En sus acciones soy incapaz de distinguir lo que es actuación y lo que es real.

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NOTA: Llevo un par de semanas muertas, par de semanas en que Nobilis alcanzó las 10K y no pude celebrar (el trabajo me está matando). Sin embargo, y ya ven que no escribo en cada capítulo, debo agradecer a todos los nuevos lectores por sumarse a esta historia. Quería aclarar algo sobre los interludios y es que, no marcan el final de una parte sino un salto temporal. Antes los llamaba extras, pequeñas historias sin mucha repercusión en el argumento pero que nos hablan de los personajes en un estado sin mucho drama. 

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