Capítulo 28: Tensión

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En el parqueadero del centro un empleado de piel pálida espera por Elora, no tardo en reconocerlo de mis visitas previas a su casa, pero un recuerdo más lejano me da razón de él.

—¿Te dije alguna vez que tú empleado me resultaba conocido?—pregunto, sin darle importancia a mi impresión.

Los ojos de Magdala sin embargo, se entornan al escucharme. He conseguido despertar en ella la alerta que deseaba.

—No, no lo habías dicho. Pero debe ser porque lo has visto acompañarme constantemente. Al barón no le gusta que salga sola. —contesta. A diferencia de Magdala, Elora parece compartir mi aparente tranquilidad.

—¿Dónde lo has visto? —pregunta Magdala a mis espaldas, de brazos cruzados y recostada en los controles de la plataforma.

—En el local de la marquesa —admito. Recordando ese primer encuentro—. Estoy segura que estaba allí. Pero ese día no llamó mi atención.

Magdala bufa al escucharme, su expresión se vuelve agresiva entre más cerca estamos del hombre.

—No me extraña. También se encarga de mis compras.

Elora zanja las inquietudes de Magdala sin siquiera enfrentársele. Ella sigue cruzada de brazos, por la expresión en su rostro puedo saber que está inconforme con nuestra actitud, pero su silencio se prolonga hasta que alcanzamos al joven.

Con un beso en la mejilla y un abrazo, nos despedimos cada una de Elora. Las tres nos cuidamos en cada palabra como si aquel hombre fuese un espía. Una idea que seguro nos atraviesa la mente a todas, aunque no la comuniquemos. Dejo ir con temor a mi amiga, que se pierde tras los cristales de su vehículo. La incertidumbre sobre nuestro próximo encuentro me carcome. En dos meses no he conseguido oportunidad de comunicarle mi arreglo para su alumbramiento.

Mientras Elora se aleja y se pierde entre la congestionada avenida. Yo me apresuro a solicitar el despliegue de mi carro, consiente a cada instante de la presencia amenazadora de Magdala mis espaldas. Su desgarrador ánimo corrompe mi paciencia. Tamborileo la punta de mi zapato. Me urge alejarme de ella.

Los engranajes del sistema de estacionamiento crujen bajo nuestros pies, el metal choca contra metal. Los muelles cargan y descargan, los vehículos se alienan y avanzan. Arriba el silencio entre nosotras es constante. Evito mirarla todo el tiempo que le toma a mi vehículo desenvolverse dentro del sistema. Cuándo al fin está frente a mí, cuándo estoy solo a un paso de abrirlo y perderme en su interior, la figura de Magdala, adelantándose y rodeando el carro en dirección al puesto del piloto, me petrifica. ¡Lo sabe!

—¿Qué esperas? —masculla con desagrado, al tiempo que las dos puertas se abren—. Apúrate y sube.

Ella se lanza sin reparos al interior, desde allí sus ojos amenazantes me escrutan, tempestuosos e iracundos. No demoro en sentarme a su lado. Siento la angustia de verme atrapada.

—¡Claudio!—grita, tras conectarse al auto. Veo en la pantalla una llamada en proceso—. Lleva el carro y ve adelante a casa, saldré a dar una vuelta con la señorita Aletheia. Dile al duque que viajo en su auto, puedes rastrearme ahí. —ordena, antes de encender el motor.

Escucharla dar explicaciones me causa nauseas mentales. Puedo imaginar el temor que la obliga a doblegarse frente al hombre que la hiere. Su evidente necesidad de controlarla, su incapacidad de librarse de él. Lo insoluble de su unión me hace odiarle cada vez más; recordar su amabilidad o mi sonrojo por sus halagos solo ayuda a mi propia vergüenza. Y Máximo, su hipocresía me advierte de la forma real de su carácter. Veo mi descubrimiento socavar cada vez más profundo en la imagen impoluta de los nobles. No importa que descubrieran lo que he hecho hoy, el valor de este conocimiento vale el castigo que Máximo me imponga.

—Sistema ¡Hey! Sistema, activa la opción de rastreo bajo el protocolo 'Nobilis 17'. Comparte ubicación en tiempo real bajo autorización de ADN y déjanos a solas. —ordena Magdala, sin regresarse a verme ni una sola vez.

Del compartimiento divisorio entre los asientos, surge una bandeja con el lector de ADN. Magdala se apresura a insertar su dedo con el emblema familiar al interior. El cóndor de oro pronto se ilumina en azul, parpadea un par de veces y se apaga.

—Permisos no concedidos. Sistema de rastreo en espera —dice SIS. Los cristales comienzan a oscurecerse—. Se requiere autorización del propietario. Por favor ingrese ADN.

—¡Maldición! —vocifera, al tiempo que se regresa para agarrar mi mano—. Pon tu emblema aquí. Detesto perder el tiempo con ridículos protocolos de seguridad.

No pongo oposición a sus pedidos, dejo que ella haga lo suyo. Aún hay algo en su actitud no me permite negarme. Su fuerza sigue engulléndome, sin darme oportunidad de luchar.

—ADN confirmado. Permisos concedidos. Sistema activado. Bienvenida, duquesa Magdala. Bienvenida, señorita Aletehia. El sistema de direccionamiento automático ha sido programado desde el servidor central. Destino único: Hogar.

—Acepta el programa manual —me índica Magdala.

—Programa manual: aceptado.

Tras mis palabras, un nuevo recorrido por el sistema de identificación da inicio. Magdala consigue activar el programa manual. El manubrio se despliega frente a ella. La pantalla frontal genera el mapa bidimensional escalado del recorrido y Magdala, con controles en mano aclara los vidrios y arranca.

El corazón me palpita insistente, bombea sangre a mi cerebro que es consiente hasta del ritmo de mi propia respiración. El silencio entre nosotras se acompaña de los silbidos del aire y solo se interrumpe por algún movimiento brusco en los mando de conducción. La tensión entre nosotras me cohíbe de preguntar con libertad, como lo haría sin demora de no saber su relación con Máximo, de que se trata este viaje. Ella sabe lo que he visto.

—¿No vas a preguntar? Imaginé que gritarías como loca y tendría que taparte la boca y arrastrarte dentro —dice, en tono de burla.

Niego con la cabeza. Tengo la lengua tensionada, incapaz de articular palabra. Magdala solo se regresa hacia mí para continuar.

—Al menos cuándo respecta a Elora, nos podemos entender.

—¿Elora? —El aire vuelve a mis pulmones, descubro que no podía respirar—. Por supuesto, es lo único que tenemos en común.

Agradezco la atención que debe prestar al camino. Me giro hacia la ventana y sonrió, como el asesino que logra engañar a su perseguidor. El terror sabe a triunfo, cuando se descubre infundado.



Nota: Un capítulo muy corto, me disculpo por mi ausencia la semana pasada. En esta parte hay varios cambios de la historia original y como ya se me han terminado los capítulos que tenía de antemano, pues me toca ir uno a la vez. Espero que el siguiente lo compense. No me gusta dejar muchos mensajes. Así que intentaré poner todo en mi muro.

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