Nobilis

Tercer interludio

—No es necesario que me acompañes —aseguro, pero Máximo permanece inamovible con su terminal en las manos—. ¿Hay algo importante en los matinales?

Se toma su tiempo antes de regresar la vista hacia mí.

—No —responde vacilante—. Y claro que debo acompañarte, la independencia es un privilegio que has perdido. —Su voz guarda el mismo recelo del último mes, pero no me pasa inadvertida su preocupación.

Máximo deja el terminal sobre la barra sin apagarlo y se dispone a alcanzarme en el umbral de la entrada. Su molestia con la situación actual, se evidencia en todos los aspectos de nuestra interacción, que rehúsa a retomar con cotidianidad. No solo me ha prohibido salir a solas, sino que mis visitas se limitan a las que Caesar quiera realizar.

No alcanzamos sino a entrar al vehículo, cuándo Máximo deja claro el motivo de sus cavilaciones: viajará esta misma noche al sur. No me revela los pormenores detrás de su repentina partida, pero yo tampoco tardo en comprender que se relaciona con la noticia en los matinales. Pasan menos de cinco minutos hasta que averiguo, desde el sistema de entretenimiento individual, del reciente fallecimiento del marqués Marco de Atacama, en la región ocho. No me ofrezco a acompañarle ni él me pide que lo haga, y si bien me resulta sospechosa la perturbación que le causa el deceso, no hago cuestionamiento alguno. Él, por su parte, se limita a informar sobre los protocolos de seguridad a regir en su ausencia y yo admito dichosa que, pasar un par de noches con mi madre, está lejos de ser un mal acuerdo, aunque no deba salir de su casa.

El resto del viaje a la tienda de Belladona permanece en silencio. Por más que intento encontrar en él una opinión sobre el vestido que llevaré en la reunión de año nuevo, los elogios escasean. Lo que me hace pensar que ni siquiera entiende que, encontrar de los deseos de Caesar y papá, he escogido un tono azul para ir a juego con su traje.