Capítulo 41: Temores y desiciones

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El dolor de cabeza reaparece cuatro horas más tarde, mientras termino de ajustar el color de mis lentes. En el espejo mis ojos de tono rojizo se reflejan temblorosos, separados por un de surco en medio de las cejas. Abajo, mi estómago se revela entre retorcijones. Un corrientazo por la médula me pone alerta, mientras la I.A me advierte de una holo-llamada desde el continente. No me lo pienso dos veces en aceptar el enlace, con una sonrisa en el rostro saludo a Elora.

—¡Eli! ¿Está todo listo en casa? ¿Cómo va el bebé? ¡Creo que solo verte me transmite los nervios! —Le enseño mis manos temblorosas.

La imagen de Elora se sienta sobre la cama frente al tocador. Un gesto de preocupación invade su rostro.

—¿Estás segura de esto? El barón considera peligroso que viaje, sólo me permite ir porque es la invitación de una duquesa. Pero me asusta demasiado. Tal vez debo quedarme. ¿Te molesta si lo hago? No creo que mi tía esté tramando algo. Es como dijiste antes, seguro lo malinterpreté todo. —Elora suspira. Sus ojos me leen con ansiedad.

—No lo sé, Eli. ¿Hace cuánto no ves a la marquesa? ¿Tres o cuatro meses? Sé que era yo quién insistía en que confiaras en ella, pero —Me detengo a analizar las palabras que estoy por decir, temo estar siendo paranoica—... Nadie la ha visto desde que anunció su embarazo.

—Lo sé mejor que tú. Mamá está preocupada por ella. Es tan mayor para ser madre.

—Todos dicen que se recluyó por el riesgo —digo entre dientes, y recuerdo mi último vistazo de Belladona en el centro médico unos meses atrás—. Igual harás bien yendo al norte. La duquesa Igraine cuidará bien de ti; es una mujer muy agradable —Suspiro, perdiendo la motivación—. Pero al fin de cuentas es tú decisión.

Una sonrisa fracasa en dibujarse en los labios de Elora

—Tienes razón —murmulla, acompañado de un refuerzo afirmativo con su cabeza.

Sin levantar la mirada guarda silencio, en su silueta taciturna ni el cabello que le cubre el rostro logra ocultarme el malestar que le invade. No está siguiendo mi consejo por que quiera hacerlo, está halada por la diferencia entre su rango y el de la duquesa Igraine, por su deber y no su deseo. Lamento la indecisión de mi amiga, pero tras un par de segundos de su autocompasión me impaciento. Debo seguir con los preparativos y ella solo me retrasa, su indecisión me resulta superflua.

—Está bien. Mira —Elora se pone de pie de un tiro y su holograma se viste de abrigos con un par de maletas a su lado—. Estoy de salida. Sé que quieres ayudarme y aceptaré tú amabilidad. Gracias, Ale. Nos vemos pronto.

La inducción de Elora desaparece sosteniendo su vientre con temor y un gesto triste en la cara. Espero haberla despedido con una expresión amable.

—Atlas —llamo a la I.A del complejo—. Apaga el holófono.

—El holófono tiene un mensaje nuevo de: MAMÁ ¿Desea escucharlo antes de apagar?

Un pálpito se despierta al escuchar la palabra mamá. Me animo al saber de ella.

—Córrelo. —ordeno y me giro de regreso al tocador.

—¡Ánimo, hijita! —Una inducción pregrabada y entusiasta de mamá aparece detrás de mí— ¡Nada de nervios, te amarán! Recuerda que todos te amamos.

Me giro de golpe para enfrentar que el holograma se ha desvanecido ya.

—¡Repítelo!¡Repítelo! —ordeno desesperada.

Intento hallar consuelo en su imagen, que aparece y desaparece cada vez que el mensaje se repite, pero hay más que solo actuar de la forma en que he sido entrenada; más que hablar de temas superfluos y mantener un gesto sereno. Está el dolor de cabeza consumiendo mi cordura; está el temor impasible a sucumbir de repente; está el miedo natural a conocer los padres de mi novio y están mis sentimientos que no se dejan controlar. ¿Ánimo? ¿Amarme? ¿En que está pensando mamá? Hace que todo parezca tan simple.

Apretujo la tela entre mis dedos y me reprendo a mí misma por ser tan ciega. Una lágrima rueda por mi mejilla. Mamá está equivocada, no es fácil, hay mucho que perder. Con una decisión tomada tecleo un mensaje para Máximo. Si le recomiendo a Elora que se cuide y la envío a un viaje largo y riesgoso, debo ser seguir mi consejo y tomar el peso de faltar a la cena, para asegurarme a largo plazo.

Me preparó para la reacción de Máximo y cuando entra, de forma estridente a la habitación, me aseguro de estar lista.

—No me siento bien —interrumpo, antes de que él abra la boca—. No iré. Ya lo decidí. Ni siquiera necesitas una excusa para mi ausencia. Los empleados habrán hecho un buen trabajo esparciendo el chisme de mi malestar. Me duele la cabeza. No es buena señal.

—Irás. Desde el rey hasta la duquesa esperan verte ahí —Máximo me mira pensativo, con las manos frotando sus sienes. No esperaba un disgusto tan evidente—. Te casarás con un archiduque, la familia aspira a conocerte en privado pronto. Dirán que no te cuido bien si no asistes. Ten —Extiende su mano, con una ampolleta—. Tómalo y anda. No puedes faltar.

—No —digo inamovible—. No la tomaré, solo calma el dolor. No planeo correr el riesgo de paralizarme en medio de todos. Mejor pasar por mimada que perder mis oportunidades para siempre. Además, Magdala ni siquiera se presentó en año nuevo y no veo ningún decreto real para exiliarla.

—¡Oh! No compares situaciones. —Los músculos de Máximo se tensionan— . Tú eres mi invitada de honor, la anfitriona. Ella tiene prohibido presentarse frente a su alteza. Por favor, haz esto como parte de nuestro trato. Necesito que estés presente, no importa nada más.

La insistencia de Máximo me asusta. Siento que hay algo más, algo que no quiere decirme. Máximo es un noble y los nobles no se muestran a sí mismos.

—Máximo ¿Qué me ocultas? —Retrocedo un paso, asustada por su explosión de emociones.

—Ajusta los lentes a tu color natural. Entenderás lo importante si asistes. Vamos —se acerca y toma de mi mano el control remoto. Sus ojos me miran fijos mientras programan el tono.

—¿Me obligas a ir?

Máximo sacude la cabeza tenso pero cordial, está enfrascado en el ajuste manual.

—No, claro que no. Tú escoges ir porque te conviene —Agarra mi mentón y me sacude la cara de derecha a izquierda—. Creo que ese es color. Ya no queda tiempo para que los retires. Nos vamos así.

—Mi cabeza —le recuerdo entre dientes, dejándome arrastrar medio paralizada.

—Usa la ampolleta mientras caminamos. Un noble no se retrasa.

Para la hora en que Máximo y yo estamos esperando a los invitados en el salón, el continuo y dominante dolor de cabeza mengua, pero sin desaparecer por completo. Gracias a la prisa de mi acompañante, llegamos veinte minutos antes de la hora estipulada, por lo que evado el dolor de pies intercalando el peso de un lado a otro, con la espalda curva y las manos frotando mi nuca.

—Veinte minutos, Máximo. ¡Veinte inútiles minutos! ¿Cuál era la pri... —Un parpadeo a modo de saludo en Máximo me interrumpe.

Me enderezo y en un segundo estoy tan rígida como un cristal. Entonces, reconozco al duque Livio y don Aquiles en el fondo. Sin quererlo relajo los hombros al sentirme en confianza. Menos de un minuto después aparece la familia de Dorado y justo tras de ellos Caesar y su hermano. Los últimos en entrar son el rey y la reina. El paso de cada uno se cumple con la misma parsimonia de un evento público, aunque solo la familia esté presente.

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