Capítulo 17: Confidencias

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Mientras Belladona se aleja, un suspiro escapa de mí, mi cuerpo antes rígido se ablanda y me doy cuenta de que he contenido el aire durante toda la charla con ella. Cuándo está cerca me siento bajo un continuo escrutinio de mi comportamiento, como si cualquier error le diera chance para humillarme.

—Mi tía parece enojada —comenta Elora a mis espaldas. Su barbilla cae sobre mi cabeza y sus brazos reposan extendidos en mis hombros—, pero no te ofusques por eso. Su carácter es como el de mamá, ni te imaginas lo insoportable que puede llegar a ser. Además creo que yo soy la causa, no tú.

La razón porque Elora y yo nos llevamos bien es quizá que, aun siendo un par de años mayor, se comporta como una chica de mi edad más de lo que yo misma lo hago.

Intento no ser grosera con mi amiga cuando le pido que retire sus brazos de mí. La alejo por consideración a nuestra propia imagen; no porque me moleste el contacto físico al que ella acostumbra, sino por las mujeres que nos miran con cierta cautela. Incluso Magdala, quien sostiene una copa en la mano, mantiene sus ojos inquisitivos sobre nosotras desde la distancia.

No puedo evitar la mirada avergonzada de Elora escabulléndose en las paredes del salón. No quise hacerla sentir incómoda. Con la culpa a flor de piel, busco sus manos y las sostengo con firmeza. Ella regresa sus ojos a los míos y con una sonrisa la empujo a una zona alejada. Nos movemos tomadas de las manos, en tanto busco las palabras correctas para hablar sobre lo que noté mientras me abrazaba.

Nos detenemos cerca del acceso a los vergeles. Muerdo mi labio inferior, me detengo un segundo a observar su vientre y me decido a hablar.

—¡Te diste cuenta súper rápido! —exclama con temor.

Quedarme viéndole el vientre con preocupación no es la mejor forma de abordar el tema. Que sea un poco infantil no hace que sea tonta. Pero al final solo puedo reír ante su reacción. Por fin una sonrisa honesta me moldea la boca.

—No es solo que tu vientre se ha abombado un poco, y se bien cuanto te ejercitas, pero traes tacones bajos y ser un rascacielos andante nunca te ha impedido llevar al menos nueve milímetros.

Un embarazo en una mujer no más de dos años mayor que yo, es un embarazo precoz. Su rostro palidece, mira en todas las direcciones y tras un momento de duda, me toma de la muñeca y nos lleva hacia el jardín, donde no hay mucha gente, por no decir nadie.

Cuando alcanzamos la zona más alejada, mi amiga cambia su expresión por completo. El color no regresa a su piel, en su lugar sus ojos se humedecen y retuerce su rostro en un gesto que me indica que lucha por no estallar en llanto.

—Estoy asustada. No medio asustada, estoy súper asustada. No es común quedar embarazada tan rápido, no solo no es común, es súper raro —dice, escupiendo sus palabras más rápido que una capsula de viaje—, algo debe andar mal conmigo. Mi tía aún no lo sabe, y no quiero decírselo. ¿Qué tal si dicen que engaño a mi esposo? ¡Pueden exiliarme!

De pronto está mordiendo sus uñas y presionando mi muñeca con fuerza. Sus ojos me miran en busca de respuestas. La reacción de Elora tiene una extraña naturalidad que escasea entre las nobles.

—Si es hijo de tu esposo no tienes de que preocuparte —Una idea me cruza la mente como un rayo—. ¿Es su hijo, cierto?

—¡Claro que sí! —Sus ojos miran al piso—, pero quedé embarazada alguito antes de la boda, quizá un poco más que solo alguito.

—¡Elora! —Puedo sentir el sonrojo subir por mi cara—. No creo haya ningún problema. Cuéntale a tú tía, seguro y se alegra de que ambas vayan a ser mamás al tiempo.

Elora asiente con su cabeza. Peros sus ojos se mueven impacientes en todas las direcciones, sus dedos comienzan a tamborilear los unos contras los otros, y recuerdo las arrugas.

—Te preocupa tú tía también ¿verdad? —Los ojos que me evaden indican que di en el blanco.

—Seguro te diste cuenta. Aunque luce joven, mi mamá me dijo que hace tres años no puede tener hijos. —ya se lo que viene, algo me parecía extraño en ella—, ya ves todo lo que dice. ¡Yo amo a mi tía! Ella es fantástica y realmente quiero creer que está embarazada, pero no puedo.

—Temes que quiera quedarse con tu niño, más si tenemos en cuenta que eres joven y podrás tener más —Es obvio lo que le asusta, ninguna madre querría perder a su bebé, creo—. Tranquilízate, no puede quitarte a tu hijo. Veo lo que te asusta ¿Pero alguna vez has oído de algo como quedarse con el hijo de otro noble? Empezando, deberías anunciar que estás embarazada, así sabrán que eres tú la que tendrá un bebé, no ella. Será una sorpresa extrañará si apareces siendo madre de la nada.

—Tú no conoces a mi tía, no la conoces ni un poquito. —No la conozco, pero sé que algo en ella me incomoda.

Elora parece muy alterada, pero me apura a nos encaminemos de regreso mientras finge mostrarme algunos rosales.

En algo tiene razón, Belladona es vieja y no tendrá hijos, en cuanto se den cuenta de ello, incluso una marquesa amada por los comunes podría ser reemplazada por una esposa más joven y luego exilada a lejano oriente.

Cuando regresamos al salón por fin se cumple mi predicción y Elora es arrastrada por multitud de damas atraídas por su amabilidad y título.

El esposo de Elora es apenas unos meses mayor que ella, y su noviazgo comenzó mucho antes de que ella fuera llevada al instituto. Por eso sé que su felicidad y encanto son genuinos, y le han valido el cariño de la gente. Lo único en lo que nos parecemos, es el montón de veteranas que quiere tenernos cerca; la diferencia es que a ella se acercan por su inminente carisma, y a mí, no sé muy bien porqué.

Antes de retirarme a casa, me doy cuenta de que alguien a parte de mí ha notado el embarazo de Elora. La atención que Magdala pone en ella no me pasa desapercibida. Tanto así que en cuanto Elora deja la reunión, ella abandona el lugar también.

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