Primer interludio

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Desayuno mientras paso los registros de los nobles. Estoy sentada en el sillón de la sala, con la pantalla de reconstrucción tridimensional en frente, de piernas cruzadas y con un tazón en la mano. Estudio los rostros de cada miembro de la familia real. Una a una sus figuras aparecen y la reconstrucción da una vista de 360 grados.

—Todos los hombres lucen muy parecidos, ¿verdad, SIS?

—Las leyes de herencia...

—¡Oh, por favor! —me quejo. SIS continúa su descripción teórica y científica del parecido entre padres e hijo—. ¡Apágate! —interrumpo la explicación.

—Lo lamento, señorita Aletheia. Usted no cuenta con los permisos para apagarme; sin embargo puede pedir que me retire o guarde silencio.

Suspiró con decepción. Vivo en esta casa, pero tengo más restricciones que permisos.

—Entonces ¡cállate!

Cuando escucho los pasos de Máximo bajar por las escaleras, doy un respingo. Frente a mí el rostro de su padre, el que no es duque, se muestra en la pantalla. Puedo escuchar su voz señalando mi impertinencia. 

—¿Qué haces? —pregunta al terminar de bajar, camina y se detiene detrás del sillón—. ¿Por qué tienes a papá en la pantalla?

Termino de masticar con calma, sorprendida de su buen ánimo le miro de reojo y expando en la pantalla las miniaturas de los rostros de todos los miembros de su familia.

—Los estudio, no es solo a don Aquiles. Mira, estaba revisando el rostro de la familia real. Excepto por ti y por Caesar, todos los demás comparten los mismos rasgos. Todos los que son familia, las mujeres y tu papá no, ya sabes. Porque no son familia de verdad y ¡Bah!—La lengua se me enreda en medio de la explicación— Todo eso ya lo sabes.

Máximo no responde. Yo me regreso para verle dirigirse a la sala de lavado con una buena carga de ropa para lavar. Mi corazón se detiene por un segundo.

—Está ocupado, deja tus cosas allí, yo las ubico más tarde —digo, adelantando los hechos.

Máximo se regresa con el ceño fruncido. Levanto las manos en señal de paz. Está molesto por que ocupé la sala de lavado en domingo, su día. Espero escuchar su regaño, pero no habla.  Así que me busco una solución rápida.

— Por eso me estoy ofreciendo. Yo organizo tus cosas cuando SIS acabe con las mías y mañana SIS seguro te deja todo bien organizado en tu ropero. Yo la programo. —propongo, con una sonrisa exagerada en el rostro. Suplicando con mis ojos que se calme.

Tras un corto suspiro, sigue mi consejo y de mala gana deja su ropa en la sala de lavado. Me repito varias veces que debo preparar las prendas de Máximo en la estantería, no quiero olvidarlo por ningún motivo. La idea de ayudar con su lavado me da flojera, pero como olvidé hacerlo entre semana, ahora tengo el doble de trabajo. En realidad, odio lavar.

Estoy en medio de estudiar el rostro del archiduque Alejandro, cuando Máximo va por los primeros escalones. Lo llamo por su nombre, lo que hace que se detenga en el camino y mire en mi dirección.

—¡Mira, tenemos el mismo color de ojos! —exclamo, segura de que Máximo se molestará por la estúpida interrupción.

Le miro con los ojos bien abiertos, para que pueda apreciar mejor el color. Sé que se debate entre reprenderme o reír. Parpadeo un par de veces y logro que relaje su expresión.

—Y el mismo color de cabello. —Complementa y se pierde en el espiral de las escaleras.

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