Capítulo 35: Planes

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De regreso a mi habitación apresuro a desvestirme y me recuesto sobre la cama. Siento las gotas de sudor refrescarme la espalda y la frente. Busco un espejo pequeño en el buró para confirmar mi aspecto. Incluso con el sistema de acondicionamiento del centro de atención a Nobles de Atlantis, es imposible escapar del clima tropical.

Después de lavarme la cara y dejar que el calor se escape por los ductos de aire, escucho mi estómago rugir. Antes incluso de pensar en solicitar servicio al cuarto, se me ocurre la idea de esperar por Máximo. En casa, para esta hora, él ya habría llegado de su trabajo y estaríamos disfrutando de una silenciosa pero compartida cena. Sin embargo, la noche avanza y no hay señal suya. Para las ocho y media me decido a contactarle.

Me indigno al saberme abandonada, como si no fuera suficiente el no contar con ninguna amiga en la ciudad, las esperadas invitaciones por parte del padre de Máximo o de la familia real no llegan. En tanto, mis intentos de comunicarme con Máximo fracasan. Los minutos pasan y comienzo a desesperar. La tentación de atravesar la puerta que conecta nuestras habitaciones crece, quizá esté dormido ya. Puedo imaginar cuán enojado se pondría de encontrarme ahí ¡Demonios! Estoy famélica, pero no lo suficiente para comer en el cuarto o pasar la vergüenza de bajar al comedor y sentarme sola.

No logró si quiera encontrar la valentía para poner mi plan en marcha cuando la puerta se desvanece y veo su inmutable rostro del otro lado. Me gusta nuestra sincronización, resulta útil.

—¡Justo me dirigía a verte!—digo animada, levantándome de golpe.

—Sabes que no te permito entrar a mi cuarto sin anunciarte. —Replica con tono monótono pero amenazante. Me indica con su mano que me acerque.

—Estaba por avisar.

—Tengo quince mensajes tuyos y ninguno dice que me buscarías —agrega, señalando con un gesto de su rostro la pantalla de la terminal. Ante mi evidente silencio, suspira—. Deberías comenzar a comportarte como un adulto, intentar engañarme con pequeñeces no vale la pena.

Odio como siempre tiene razón. Mata toda la emoción en mi vida, pero soy incapaz de oponerme a él, o a cualquier noble.

—Lo siento, pero no planeo bajar sola al comedor —digo levantando la mirada con desánimo—. Sería vergonzoso ¿Podrías acompañarme, por favor?

Sé que Máximo detesta que le pida cosas, pero siempre accede. Mi educación me impide ser imperativa con él, pero la suya le obliga a darme gusto, en un extraño equilibro de mutua complacencia.

—¿No conoces a nadie más? Pídele a Caesar que te acompañe, seguro accede gustoso...

—¡No! —interrumpo con firmeza—. No puedo salir en público con él, me expondría a las habladurías, ni que decir de la prensa sensacionalista. Hoy salimos juntos y fue extenuante. Además, no conozco a ninguna de las invitadas —miento, recordando a Igraine.

Máximo parece decidido a no acompañarme y asegura que dos jóvenes cenando juntos no deberían suponer ningún problema, aunque puedo ver que duda de dicha afirmación. De alguna forma se las arregla para socavar cada uno de mis pretextos con facilidad. Si yo exijo invitaciones, él me explica cómo es imposible que me inviten si no tengo conocidos; si hablo de seguridad, me recuerda que Atlantis es la meca de la paz. Al final aprovecho para exponer la importancia de una invitación a cenar de parte de los padres de Caesar o los suyos.

—Ya que lo mencionas, y tienes razón en este punto —añade, adentrándose en su habitación–. Mañana desayunarás con mis padres. Asegúrate de ser amable con ellos, ya conoces a papá, pero el duque es... difícil de describir.

NobilisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora