Capítulo 3: Padres

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No dejamos el tocador hasta que mi madre y Zoraida dan por sentado que no hay rastro de malestar en mi rostro. Detrás de la puerta mamá me obliga a elegir una buena sonrisa, poner mi mentón en alto y salir con toda la dignidad del caso.

Afuera, no hay rastro de mi prometido, pero en su lugar me esperan mi padre y mi hermana, Amelia. La multitud se ha disipado, en el salón restan menos de la mitad de los invitados; el área alrededor de las escaleras, por donde unos minutos atrás rehuí de las miradas, está vacía. Mamá y yo nos acercamos despacio hacia el resto de la familia. Papá extiende sus brazos para rodearnos con ellos; mi hermana por su parte, se toma unos segundos antes de fundirse en nuestro abrazo familiar.

Mientras disfruto de su calor, fijo mi atención en Amelia; su cabello claro y sus ojos miel se parecen mucho más a los de nuestros padres que mis tonos más oscuros. Acaricio su cabeza sin mediar palabra. Basta que nos separemos para que se esconda detrás de mamá, como si huyera de mí; pero, ¿Qué más puedo esperar si ha pasado un año desde nuestro último encuentro y cuatro desde nuestra separación? es probable que no recuerde si antes de aquello llegó a quererme, ni siquiera yo misma lo recuerdo. Sin importar que para ella yo no sea más que una desconocida, siento tranquilidad al ver que es una saludable niña de diez años. Me gusta pensar que pronto, cuando comience mi vida fuera del instituto, podré visitar a mis padres y reconstruir la relación con mi hermana. La miro de reojo, porque sé que solo es un sueño; yo no dejo esta cárcel, solo cambio de celda.

Desde afuera, donde se concentran la mayoría de los asistentes, la fachada del instituto muestra su mejor cara. Decorada de porcelana y paneles verdes o solares, no es más que una sucesión de habitaciones vacías que homologa a una casa de muñecas, todas igual de reemplazables, que entran y salen en una interminable rutina semestral —todas menos yo, en los últimos ocho ciclos—. Los jardines alrededor de la construcción están cultivados con multitud de plantas que rotan su florecimiento a lo largo del año, manteniendo ocultos, tras su color y vida, los muros en piedra que encierran al instituto junto a las mujeres en su interior.

El hechizo de opulencia que encanta a los comunes, acostumbrados a un estilo de vida de austera monocromía, permea también en la mente de mis padres. Sus ojos se maravillan mientras de su boca no salen más que halagos e imprudencias. Por sus posiciones privilegiadas y sobresalientas en la sociedad común, siempre di por sentado que no sentían ningún tipo de admiración hacia los nobles, pero mientras mi espejismo se desvanece, entiendo que no hay nada que nos acerque lo suficiente al estilo a su estilo de vida que evite que caigamos presos de los encantos de su mundo; después de todo, fueron los mismos privilegios que permiten este nivel de despilfarro los que nos llevaron a aceptar el compromiso. Más allá de como fuese o no criada como común, o cuan satisfecha pudiese estar de mi vida anterior, la realidad que asumo aprovechar es la diferencia de posibilidades entre nuestras especies.

—Hija —me llama mamá—, ¿Recuerdas cuando llegaste aquí?

Mi madre se detiene delante de nosotros. Sus ojos se entrecierran en un gesto de ensoñación mientras el sol se refleja en sus cabellos dorados.

—Como no lo va a recordar —responde papá en mi lugar—, si lloró y se aferró a tus piernas hasta que nos echaron.

—Por lo mismo. Estaba tan reacia a quedarse aquí mi —mamá frunce sus labios—... Y ahora luce como toda una noble señorita —Los ojos de mi madre se humedecen, se acerca a mí resbalando el torso de su mano sobre mi mejilla—. Sé que nunca quisiste esto, pero verás que al final todo saldrá bien.

—Al menos así parece de momento, —la interrumpe papá, quien me rodea con su brazo y se girar al hablarme—. Hija, sabes que si supiéramos que estarás a salvo junto a nosotros, no dudaríamos en llevarte de regreso a casa de inmediato, pero...

Mi padre se calla al observar un grupo de personas pasar cerca de nosotros, yo aprovecho para hundir mi cabeza en su pecho y rodearle con mis brazos también. Sentir el calor de mi familia me llena de ánimo, me fortalece para enfrentar lo que viene.

—Yo sé que me llevarían, papá. No te preocupes, también sé que este camino es el mejor para mí.

— ¿Que dices? ¿Llevarla a casa? Sería lo mismo que querer una hija muerta —vocifera mi mamá, que con ciertos aires de indignación emprende camino—. No le llenes la cabeza de bobadas.

—Lo haces sonar como si no la quisieras cerca, y sabes que no me refiero a llevarla en su condición. Es solo que, sin ser nobles, bien que tenemos una casa amplia y envidiables comodidades. Quiero recordarle que siempre tendrá su lugar a nuestro lado, y si las cosas fueran distintas...

Con solo una mirada, mamá logra callar a papá. Ella me abraza por los hombros antes de hablar.

—Toda madre quiere a sus hijos cerca, pero los prefiere vivos. —susurra a mis oídos, aunque sé que los demás también la escuchan.

Papá bufa ante el comentario de mi madre, y mi hermana escucha aferrada con fuerza a su mano.

—¡Como me enredas las ideas!

—Ser un común no está nada mal, la verdad, extraño ser uno —digo con una risilla triste, para interrumpir su incipiente discusión.

Mis padres guardan un incómodo silencio, es claro para todos nosotros que afuera no hay futuro para mí.

En estos jardines que van más allá de donde alcanza la vista, invadidos en toda su extensión de derroche, el tiempo vuela junto a las personas que amo.

—...a... hija... —vuelvo en mí al escuchar a mi padre, junto a su voz distingo el cambio en la música.

La melodía se funde con la noche, mientras nos acercamos a la salida, donde solo un último abrazo sirve de despedida. Han pasado cuatro años desde que cruce, junto con ellos, el portón de ingreso al instituto. Después de todo este tiempo es un hecho que nunca volveré a dejarlo a su lado. Antes de permitirme derramar una lágrima, pienso en no dejar correr el maquillaje y me río como tonta de aceptar tal preocupación. Mientras se alejan, mantengo la mueca que debe ser mi sonrisa; sus cabezas cruzan esas rejas que separan su mundo del mío y sus cabellos rubios se oscurecen en las sombras de la noche. Solo espero que la siguiente vez que vea a mi hermana sea fuera del complejo.

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