Capítulo 27: Silencio

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A través de una ventana espejo, puedo observar a Elora, sus ojos se pasean incómodos por toda la habitación y vigilan la entrada sin descanso. Ella nos espera, pero el peso de mi reciente descubrimiento aún me retiene de ingresar.

—Señorita ¿Pasará a presencia la reconstrucción? —preguntan detrás de mí.

Me sobresalto al escuchar su voz y me giro para encontrar al médico.

—¡Por supuesto! —contesto, tras recuperar el aliento.

Sin más palabras soy invitada a entrar. Al cruzar el umbral una chispa ilumina los ojos de Elora, una sonrisa de alivio se forma en su rostro. Mi amiga alcanza a extender su brazo en mi dirección, pero el médico impide que me acerque a ella y me asigna un asiento cerca de él.

—Creí que Magdala vendría hoy. —comento, en tanto la habitación se comienza a dividir, por medio de dos superficies que surgen desde el suelo y el techo.

—Ha venido un poco antes, pero salió al baño y no regresó —responde Elora desprevenida.

En ese instante las luces se apagan. La pantalla vítrea para proyección tridimensional física, se instala como un muro entre nosotras, dando por terminada la conversación.

—Está por comenzar. avisa el médico, quien se conecta a la esfera de control neuronal, dejándome aislada.

La pantalla que ha dividido en dos la habitación se ilumina, los hexágonos que forma la superficie se elevan y contraen de forma rítmica por medio minuto, antes de comenzar a crecer de forma ordenada, para dar forma al feto. La figura se mueve como si de una criatura real se tratase, el sonido de su corazón palpitar se escucha desde las paredes y sus movimientos quedan registrados segundo a segundo en la reconstrucción. Sin darme cuenta como, me encamino a pantalla de proyección con una temblorosa mano extendida. A solo milímetros de la figura el temor me detiene. ¿Y si desaparece? Recorro lo relieves sin tocarlos, las ondulaciones de sus dedos, más grandes que los míos en la proyección; me deslizo por los brazos y me detengo en la cara. Un movimiento brusco de la criatura me obliga retroceder sorprendida. Repaso la forma de su nariz, sus labios y sus mejillas en busca de algo de mi amiga; pero sé que es inútil, no porque el bebé esté en gestación, sino porque será una réplica de su padre.

Lo nobles no heredan rasgos dominantes de sus madres, la vieja ingeniería genética del proyecto Nobilis todavía nos persigue. El niño será el hijo de Elora, pero vivirá para ser el reemplazo de su padre en el sencillo sistema de castas que los nobles han planteado.

La luz regresa cuando ya me encuentro en mi silla; desanimada del concepto de maternidad que afronta mi amiga y, que si vivo lo suficiente, he de afrontar yo misma. Con las pantallas en proceso de retracción me giro en dirección al médico, quien abandona la conexión neuronal.

Es una lástima que el padre no esté presente comenta el hombre—. Me complacería informarle al barón que su hijo crece en condiciones estables, de momento.

El corazón me da un brinco, al escuchar 'De momento'.

—¿De momento? ¿Acaso hay algún riesgo? Los asuntos oficiales no se pueden posponer— respondo, husmeando en su expresión—, pero si hay algún problema he de comunicárselo de inmediato al barón. El viaje desde Atlantis no tarda más de un par de horas.

—¡No! Señorita. —La expresión del hombre se descompone—. No hay ningún problema. Pero no puedo descartar ninguna complicación al tratarse del embarazo de un noble, los riesgos de rechazo solo empeoran cuanto más avanza la gestación. Es una situación completamente normal.

Suspiro al escucharlo, lista para disculparme soy detenida.

—¡Oh! Lamento tanta la alarma —dice Elora desde la camilla en que reposa—. La señorita Aletheia puede ser sobreprotectora. Ambas conocemos los riesgos asociados a un embarazo.

—¡Hasta un común lo sabe! —vocifera desde la entrada, una presencia que había pasado desapercibida—. Esta mujer puede armar un escándalo de cualquier evento. Discúlpela.

Giro mi rostro en dirección a la puerta, donde encuentro a una expectante Magdala con sus ojos burlones posados en mí.

El médico también me observa, incómodo. Una anciana arruga en su nariz juvenil me suplica que le ayude a salir de la situación en que le he metido. La presencia de Magdala nos descompone a los dos, aprieto los puños.

—No hay razón para que se disculpe, solo he sido yo siendo sobreprotectora, como dice la baronesa —explico, para evitarle la disculpa al hombre y el gusto a ella.

Mi resentimiento hacia Magdala continúa intacto, pero mi mente se llena de imágenes de su espalda lacerada, de Máximo abrazándola y de sus lágrimas. No soporto mantenerle la vista, mis ojos bailan caóticos en toda la habitación. ¿Cómo olvido todo lo que sé? ¿Cómo finjo ser yo misma? Ya no hay nada misterioso en ella, lo que alguna vez me atrajo de ella, ahora me genera mísera lástima.

Magdala deja el umbral y camina en dirección a Elora, me adelanta a medio camino.

— ¿Sobreprotectora? —murmura con especial cautela en mi oído, mientras su mano me agarra con una fuerza inexplicable el brazo.

Me regreso a ver su rostro sorprendida, pero permanezco en silencio, intrigada ¿Lo sabe? Una pequeña gota de sudor se escurre por mí frente a pesar del frío de la aclimatación. Me suelto de su agarre tan veloz como sutil para sonreír para Elora, quién ha acercado su camilla hacia nosotras. Toco con suavidad su cabello, de hilos delgados y marrones.

—Será un niño precioso —digo con toda la certeza que mi voz me permite. No es difícil asegurarlo, todos los niños nobles lo son.

—Si tiene los ojos de su madre, seguro lo será —complementa Magdala, acercándose por el lado contrario. Es la primera vez que escucho algo amable salir de sus labios.

—No me ilusionen así —contesta Elora, un poco desanimada—, no tendrá ningún parecido a mí.

Baja la mirada al decirlo. Ni Magdala ni yo replicamos. Su hijo no tendrá ningún rasgo suyo.

Aprovecho el momento y la presencia de Magdala para excusarme y salir a visitar a Máximo. Pero él solo me recibe para mantener las apariencias, por lo que no consigo definir si está enterado o no de mi intromisión al sistema.

La visita a él, es tan corta que en menos de cinco minutos ya estoy viajando de regreso. Con miedo al cansancio renuncio a la idea de caminar y me adentro en los corredores principales de salud mental para buscar una plataforma de transporte; es allí donde me detengo ante el sonido lejano de una voz conocida. Sin dudas de la identidad de Belladona, determino el origen de su voz y rehuyo un encuentro al esconderme tras una columna en la sala de espera. No escucho la conversación entre ella y el enfermero a su lado, pero la sigo con la mirada para confirma que, tal como Elora insiste, a parte de su vientre ligeramente abultado, no hay cambios en su caminar ni en su postura.

No retomo mi camino hasta estar segura que no me he de encontrar con ella. 

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