7. Historias

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Gary tiene veinte años. Esta es su ciudad natal. Obtuvo el trabajo en el mercado hace nueve meses, cuando sus padres le consiguieron un departamento y se fueron al Norte de Filadelfia —nuestra ubicación se encuentra en el Este—. Se ocupó de pagar los recibos y logró todo por su cuenta. Al principio, tuvo tantos problemas para arreglárselas solo que casi lo echan a la calle. Este empleo le salvo el pellejo y, desde entonces, su vida volvió a tomar equilibrio. Se decepcionó mucho de las personas que lo abandonaron en el transcurso de estos conflictos, y eso hizo que su vida social se redujera a nada. No le molesta. Él cree que la soledad a veces es buena, pero no siempre. Tiene un hermano llamado Jim —habita en el piso de abajo—, y una amiga, Sally. Es la única compañía que necesita.

Estudia en la escuela High Sworn y, para mi sorpresa, competirán con la nuestra en unas pocas semanas. Su año es superior al mío, pero al ser el mejor jugador en su equipo desde los dieciséis, se ve feliz por ello. Esto crea una inquietud en mi estómago ¿Por qué? Gary comienza a agradarme, y Derek es mi mejor amigo. Como su cercanía, tengo la necesidad de alentar a ambos equipos, pero sería un dilema para mis compañeros. De igual manera, gane uno o el otro, tiene mis felicitaciones, sin rencores.

—¿Bertrand Rumsfeld? —sonríe mientras sostiene la pajilla de su batido entre sus labios. Decidimos dejar el café para otro día. Sí. Acepté salir con él después de hoy—. Son buenos.

—Hablaste por más de una hora, ¿y eso es lo único que tienes para decir sobre mi escuela? —río en voz alta.

—No lo tomes a mal —ladea la cabeza—. Creo que tienen un gran equipo, pero no lo suficientemente fuerte como el nuestro.

—Es lo que cualquier chico diría ante una futura competición —me encojo de hombros—. No voy a contradecir nada. Creo que ambas instituciones hacen un gran trabajo.

Dejamos vacíos nuestros vasos después de una segunda ronda de batidos y magdalenas de chocolate. Busco mi billetera en mi bolso, pero él no me lo permite. Quiero replicar, pero el mesero aparece llevándoselo todo y no puedo siquiera estirar mi mano para entregarle al menos la propina.

—Lo siento —dice con diversión—, pero no dejaré que pagues nada.

—¡Gary!

—Vamos —ruedo mis ojos.

Ambos salimos del local que se encuentra a unos metros de su trabajo. Caminamos calle abajo y llegamos al parque donde estuve recientemente, pero ya no hay niños. Actualmente, a las cinco, todos duermen.

Me agrada el hecho de poder tomar su brazo y que no resulte incómodo. No quiero apresurar lo que parece ser una nueva amistad en mi pequeño círculo social, así que me aparto cuando nos sentamos en el banquillo frente a la gran fuente de delfines. Lo único que puede oírse es el agua cayendo y los autos detrás de nosotros.

—Es tu turno.

—¿Mi turno? —aprieto mis labios.

—¿No lo merezco después de gastar saliva por dos largas horas?

—No exageres —muestro mis dientes avergonzada—. No fue en vano de todos modos. Eres alguien interesante, Gary.

—Entonces, quisiera comprobar lo mismo de ti —codea mi hombro animándome—. Vamos. No soy una persona que juzga a los demás. No importa cómo seas.

Asiento un poco insegura.

Me digo a mi misma que podría evitar parte de mi historia en resumen, pero cada vez que abro la boca, y si se trata de mí, tengo el menestar de contarlo todo. Así que comienzo desde el principio, cuando me mudé de Newark y establecí un hogar aquí a los nueve años. Como mencioné desde un comienzo, no recuerdo los nombres de mis viejos y olvidados amigos, pero sí el haber rogado volver con ellos todas las noches. Dejé a mis abuelos, tíos, primos y sobrinos. Eramos un número mayor que solo se minimizó cuando los dejamos. Mi infancia fue buena a pesar de irme ya que lo tenía todo, pero eso cambió. En mi cumpleaños, a los doce, mi vida dio un giro terrible.

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora