37. Sorpresas

53 3 0
                                    

No era una cena de bienvenida. No era una fiesta. Nada de luces decorando los árboles del jardín trasero o las paredes blancas y rocosas, o grandes globos sujetándose de los largos postes de luz que se encuentran en cada esquina de la cuadrada hectárea, o guirnaldas de colores yendo de un lado a otro, o un gran banquete junto a una fuente de ponche. Ninguno de esos excesivos e innecesarios objetos para un festejo. Supongo que decidieron no comprarlos porque mi presencia lo arruinaría, o George les advirtió sobre el tema y realmente se dieron cuenta que detesto aquello. En sí, odio las sorpresas. Dejaron de gustarme cuando todas las anteriores terminaron en un desastre. Hasta la de mi cumpleaños. Es decir, que creo que la mala suerte me persigue. Y sí. Sobreviví a todo tipo de desgracias, no obstante, pequeñas secuelas quedaron. Secuelas que aún no me permiten adaptarme a ciertas situaciones, y esta es un ejemplo. ¿Sorpresas? Hoy decidí simplemente pasar el tiempo en familia, sin preocupaciones. Hay regalos, a decir verdad, pero nada más que eso. Lo demás se basa en comida, jugo y cerveza. 

¿Recuerdan a Dylan? Por fin tuve la oportunidad de conocer a su esposa y su panza de siete meses. De acuerdo a su embarazo pasé más horas en la cocina de lo planeado, ya que no solo ella se estaría alimentando, sino su bebé. Dicen (o eso comprendí), que las mujeres embarazadas tienen mucho apetito a ciertas alturas e ingieren el doble de calorías de acuerdo a sus preferencias, por lo que, junto a mi primo, preparamos lo esencial. No quería poner en la comida algo que le cayera mal o causara alergia (si es que le tenía alergia a algo), así que pedí su ayuda. Por suerte, salió a lo acordado. Podía verla a unos metros masticar las frutas que compré en el mercado, el que aguarda a unos cincuenta kilómetros de nuestro hogar, y alimentos de origen animal en su variedad (pescado, pollo, carne). Pueden imaginar entonces la extensa diversidad de sustentos que componían la noche de hoy.

Mis sobrinos sonreían al observarme. Con gran felicidad, por cierto. Me ganaron en un juego de cartas (no había suficiente espacio en el lugar para arriesgarnos con el fútbol), por tercera vez consecutiva. ¡Los maldije! No acostumbraba a perder, y mucho menos en lo que soy experta. ¡Y soy experta en el truco! ¡Estúpido siete de espadas y estúpido uno de basto! No hice mas que devolverles el gesto con aires de venganza. Que me haya retirado no significa que evitaré regresar como la campeona. Sí...Mis aires de grandeza son un poco lamentables.

Mis abuelos disfrutaban de la música bajo los faroles y la luna. Se abrazaban y balanceaban de un lado a otro con lentitud, de manera serena. Su aura engendraba una inmensa felicidad en mi interior. Se notaba a distancia el amor que se tenían. Podía notarlo en la mañana,  cuando él le llevaba el desayuno a la cama. Podía notarlo en la tarde, cuando se arrodillaba a su lado y tomaba sus manos al momento de cultivar una flor. Podía notarlo en las noches, cuando encendía las velas de la sala y dejaba una taza de té junto a una rosa en la pequeña mesa que hay en el centro, porque se ve cansada a esas horas. Incluso su medicación. Su resfrío no parece nada grave, pero se preocupa de todas formas ya que no parece mejorar. ¿Será por la edad? No he preguntado. Hay alguien mas ocupa mi intranquila posición y me alivia saberlo, aunque eso no evite el asunto. Sin embargo, recuerdo las palabras de la abuela. ¿Entonces debería, al menos por la tranquila noche de hoy, verles solamente?

Suspiré. Decidí dejar ir mis ideas, y disfrutar el momento.

-¿Pensamientos de  nuevo?

-¿Por qué lo dices? -reí. Kyle me vigilaba a unos centímetros. ¿Cuándo había llegado?

-¿Será porque estás sosteniendo un vaso de cerveza hace más de cinco minutos, en la misma posición, con la misma cara de loca que pones cuando te pierdes?

-¿Dejarás de clasificarme como una loca alguna vez?

-Cuando dejes de serlo -respondió-. Y termina tu trago -advirtió mientras se alejaba con un plato de hamburguesa. Tampoco había visto eso-. Papá quiere hablar contigo.

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora