32. Cuatro palabras

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Se siente extraño.

Recuerdo la sensación de aquellos cuervos en la anatomía de mi cuello. Sin embargo, hoy es diferente. No se trata de varios, sino de uno en específico. Como si grandes ojos negros me acecharan desde lejos. Alguien me vigila. Lo entiendo al caminar. Los continuos escalofríos en mi cuerpo, el aire helado recorriendo mi piel y los pelos de punta. En los abandonados pasillos de Bertrand Rumsfeld una gran ansiedad crece dentro de mí con el paso de los segundos. El tormentoso reloj a mi izquierda, el que pende de una pared, no deja de hacer click. Las agujas golpean una y otra vez los números. El sonido choca con mis oídos y me hace temblar. Es por eso que sujeto las riendas de mi mochila con fuerza y comienzo a caminar cada vez más rápido, porque detrás de mí, alguien más hace resonar sus pasos en el suelo. ¿Debería correr? No lo sé. Estoy demasiado asustada como para poder hacerlo. Quizá, si aumento el ritmo, él o ella me alcanzará en un santiamén. Después de todo, soy una presa fácil. Eso me digo a mi misma, cuando una mano sujeta mi muñeca con fuerza y me jala contra sí. Mi espalda se encuentra presionada contra algo duro. Sé que es su torso. Puedo sentir su respiración.

¿Quién es? 

¿Por qué no puedo moverme?

Algo oscuro me rodea. El sonido de una puerta siendo cerrada me alerta.

Intento descubrir el lugar en el que estoy, pero mis ojos parecen cegarse. No hay luz en ninguna parte. Sólo puedo notar su aliento en mi mejilla y su brazo encima del mío. Luego, algo cambia. Su respiración, la cual parecía tranquila desde un inicio, se vuelve irregular y pesada.

¿Está enojado? Y hablo como si fuese un hombre, porque ya me he dado cuenta. No creo que una chica tenga tanta dureza. Además, un olor a colonia varonil impregna mis fosas nasales y, sinceramente, es muy atrayente, no obstante, no es momento para centrarme en una cosa tan insignificante. Algo terrible está ocurriendo, y debo librarme de eso.

—Regresaste —susurra.

Cierro mis párpados con fuerza cuando siento sus labios rozar el lóbulo de mi oreja. ¿Qué intenta hacer? ¿Debería gritar? Pero...si intento pedir ayuda, quizá, podría empeorar la situación. ¿Y si es agresivo? No puedo confiar en mi inocencia. Necesito plantear todas las posibilidades aquí o no saldré jamás.

Me aterra. Aún sigue pegado a mi espalda. Su calor corporal me abraza y engendra pequeñas gotas de sudor en mi piel. Me sofoca. Quiero huir.

—¿No dirás nada? —ahora, sus brazos rodean mi cintura.

Mis músculos se tensan de inmediato.

—¿Quién eres?

Sus dedos sujetan mis hombros con vigor para darme la vuelta. Posteriormente, la luz del reducido lugar es encendida.

Parpadeo en mi lugar. Ahora puedo observar a mi alrededor con exactitud. Determino que nos encontramos en el armario del conserje, y que la persona que está frente a mí es muy atractiva, como la fragancia que sigue vigente en el aire. Fracciones definidas, cabello oscuro y ojos atezados, tales como los de un cuervo. Aún me miran con severidad. Parece estar molesto, pero no entiendo el por qué de ello. ¿Hice algo mal otra vez?

No. Tal vez, no es eso. Y creo saber la respuesta a esta situación.

—Lo siento —suspiré—. Te he olvidado también.

—¿Qué? —murmuró.

—Tuve una reciente operación en la que perdí gran parte de mi memoria —incliné mi cabeza hacia abajo, de repente, diciendo palabras precipitadas—. No se si esa es la razón del que esté aquí, pero de todos modos, lamento si no logro reconocerte.

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora