Lo he pensado muchas veces. Pensé que mi destino nunca sería nada positivo.
He estado al borde de la locura unas cinco veces. Quizás más. Quizás menos. He asistido al mismo hospital por años. ¿Unos seis? No lo recuerdo con exactitud. Perdí la noción del tiempo en el momento que mi enfermedad avanzó. Me ausenté en la escuela de forma necesaria, pero cruel. Me perdí el partido de fútbol contra High Sworn y los exámenes que aguardaban en una agenda perdida, no entregué mi presentación al profesor Gallaguer, no obtuve mi nota de la maqueta del ADN de biología, no participé en los ensayos de la obra que el club de teatro había presentado hace un mes, donde yo participaba como extra en una de las escenas finales. Había practicado con una chica llamada Alice, que le tocó un papel semejante al mío, interpretando a un estudiante de William Shakespeare, también hecha por Gallaguer. Eso dijo Alice. Eso dijeron todos. Y me pregunto, ¿Cómo aquellas cosas quedaron atrás sin que me diera cuenta? Recordándolo o no, es increíble este hecho.
Pasé gran parte de mi vida alejada de lo que pudo hacerme bien desde un principio: la distracción. Esa misma que muchos usamos para alejar los problemas internos y externos por un determinado período. No olvidamos precisamente, cosa que ya sabemos, no obstante, en mi caso, habría sido una pequeña cura temporal.
Mantenerme cerca de las personas equivocadas fue irracional. Es decir, que pude acusar a William pidiendo ayuda a los directivos de Bertrand Rumsfeld, cuando me atacó verbalmente por primera vez. Pude dejar de ver a Frederick si quisiera, porque nuestras enfermedades no debieron chocar entre sí en Saint Radcliffe, aunque asumo parte de la responsabilidad, haciendo referencia a mi grado de enfermedad en ese entonces. Pude aferrarme a mi padre. Tendría que haber confiado más en él, ya que su apoyo habría sido suficiente para sanar gran parte de mi dolor. Pude jugar con Kyle, como cuando éramos pequeños. No recuerdo la última vez que entré a su cuarto para ganar una partida de Mortal Kombat en su PlayStation. ¿Cuándo la familia dejó de ser tan importante para mí en esas instancias? También pude haber visto películas con Derek por el resto de mis días, incluso dejando que reproduzca las que no le dan miedo, con tal de estar a su lado. Estudiar hasta el cansancio. Decirle que sí a Gary, quien parecía querer establecer una inocente amistad conmigo. Enfocar mi mente en lo bueno.
¿Pero, cómo definimos la palabra bueno en nuestra vida cotidiana? ¿Si hablamos de un objeto, por ejemplo? Este no debería ser dañino en absoluto, como una mesa sin punta, como un cuchillo sin mucho filo. Los objetos representarían tantas cosas. ¿Que tal un cuadro? El arte tiene maravillosos cuadros que representan bellas flores, árboles, u otros paisajes más completos, como el amanecer quizás, o el ocaso, o una vista neutra y precisa del cielo, tal y como es. La naturaleza muerta entra en esta categoría, por supuesto, dejando ver su serenidad y armonía. ¿Y si nos enfocamos en las personas? Ellas deberían tener una personalidad favorecedora. Deberían ser bondadosas, complacientes, compasivas, afables, apacibles, generosas, y todo lo que sea sinónimo de la palabra bueno.
Déjenme decir algo. Es fundamental aclarar esto. Porque no todos los cuchillos son inofensivos. La mayoría de ellos necesitan de un filo metálico para cortar lo que ingerimos, a pesar de que otros le den malos usos. La mayoría de las mesas tienen punta, aunque con ella nos golpeemos al tropezar. No es vital para los artistas representar la belleza únicamente para sus receptores. No siempre es esencial. También hay un lado oscuro que se deja ver. Oscuro, pero inspirador. Y no todas las personas son perfectas. No todas las personas son buenas. En especial, las que conocemos. ¿Cómo podríamos darnos cuenta sin indagar sobre ellas primero? No tenemos idea. No hasta que lo hacemos. Quiero decir, que hasta que no sentimos la accidental herida en nuestro dedo índice por primera vez, no sentimos la incomodidad de aquel moretón que causó la base de madera, no observamos el mundo como realmente es detrás de tal belleza, y no experimentamos el dolor que un sujeto nos genera, no entendemos el concepto.
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Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]
Teen FictionSky Hunter es una adolescente que no siempre ha tenido suerte en la vida, pero, ¿quien dice que los demás sí? Todos los adolescentes transitamos dolor, y ella atravesó grandes desgracias. Sin embargo hay una que, incluso siendo la peor de todas, sop...