35. Incógnita

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Las hortalizas crecían bien de acuerdo al pronóstico de mamá. ''Fuertes y sanas'', eran sus palabras, las cuales decía cada mañana, como si no sólo estuviesen dedicadas a ellas. Me observaba cuando lo hacía y me sonreía. Sus ojos expresaban cariño. Me motivaba de alguna manera. Entonces miraba las legumbres, los tomates, las zanahorias, el césped verde que conformaba aquellas verduras, y luego, su rostro. Maduraban de forma tan hermosa. Ver crecer a mi madre y ver crecer a esas plantas, me hacía feliz. Pero no quería que llegara el momento en que una se marchitara. Es cuando pienso en disfrutar la visión de lo que tengo delante, antes de una despedida. Antes del arranque de raíz.

Mi jardinero me acaloraba un poco, pero sólo un poco. Le dije a mamá que podía soportarlo. Que las verdaderas jardineras vestían de esa manera y las hacía lucir bien. Y ella hizo lo mismo. Ambas pretendíamos ser fuertes cultivadoras. Nos daba gracia nuestros rostros color carmesí bajo el intenso sol. No por el arduo trabajo, sino por las sofocantes ropas que teníamos encima. Sin embargo, pretendíamos seguir trabajando, sin queja alguna.

-¿Crees que esten quedando bien? -pregunté mientras plantaba las semillas de una calabaza.

Necesitaba ayuda la mayoría del tiempo. No era una experta como mamá. Mamá adoraba las plantas. Desde las flores más pequeñas hasta las más grandes y extrañas. Sabía cada nombre y cada detalle. Incluso cada significado. La admiraba por eso, y con el paso de los días decidí aprender de sus habilidades. Su inteligencia era inmensa. Podías incluso pensar que su mente era un tipo de diccionario gigante. Si tenías una pregunta, ella engendraba una respuesta. Unos minutos de explicación y obtenías una nueva enseñanza. Era fenomenal. Realmente no me alcanzan los adjetivos para describirla. Simplemente era increíble. 

-Intenta apretar más con tus manos hacia abajo -las suyas se posaron sobre las mías y obligaron a mis dedos a bajar un poco más. Pude sentirlos hundirse en la tierra húmeda junto con las semillas que aguardaban en ella-. Estás haciendo un gran trabajo -besó mi mejilla.

-Pronto podré alcanzarte, ¿no es así? -cerré el hoyo y sacudí mis palmas en mi jardinero, dejando rastros de manchas marrones sobre el. 

-Todo es posible si tienes voluntad sobre ello. ¿Recuerdas? -¡Claro! Su lema y frase de motivación.

-Sí.

Nos llevó toda la tarde terminar con lo comenzado. Regamos un poco el jardín y luego, regresamos a la casa para descansar. Papá nos esperaba con un gran vaso de jugo de naranja y galletas que provenían del mercado. De hecho, intentó hacerlas una vez, pero su sabor fue un asco. Era un echo que no volvería a cocinar para nosotras. Acordamos darle dinero para comprar un paquete.

La merienda no podría ser más estupenda.

-Gracias, cielo -sonrió hacia él.

-Lo que sea por mis princesas.

-Puaj -un gesto de molestia se instaló en mi rostro.

-Oh. Lo había olvidado -volteó los ojos-. A nuestra niña no le gustan los apodos, ¿no es así? -revolvió mi cabello con desliz.

Hey! -me quejé apartando sus manos.

-Ya, ya -sostuvo mis hombros y me incorporó con rapidez cuando acabé con mis cosas-. Tienes que darte un baño y terminar tu tarea. ¿Olvidas tu promesa?

Bufé en voz alta.

-No. No lo hago -suspire.

-Entonces ve -le dio unos cuantos golpes a mi espalda y me arrastró hacia las escaleras-. Intenta terminar antes de que la cena esté lista. Mañana debes entregar ese trabajo.

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora