Los días pasaban como si hojas fuesen arrancadas de un viejo calendario. También desaparecían con la dirección del viento. Frío, descolocado, indiferente y cambiante. Abarcan mi entorno, desconcertándome, al igual que aquellos ojos. Todos son distintos. Colores que se mezclan al observarme y me inquietan. No logro comprenderlos. Verdes, azules, marrones, negros y grises. Se unen como si fuesen uno solo. Se detienen sobre mí. Parecen cuervos que no hacen más que golpear mi frente con su pico, engendrando una jaqueca insoportable. Y no lo sé aún. ¿Qué es lo que ven? ¿Qué es lo que quieren encontrar? ¿Por qué no dejan de seguirme? Pisan mis talones a diario. Eluden mi privacidad. Se empeñan en no abandonarme. Algo desean. ¿Qué es? Me dan a entender una especie de desagrado hacia mi persona. Pero ¿He cometido un delito acaso? ¿Otra situación que no recuerdo?
Mi pupitre comienza a temblar cuando mis piernas se mueven debajo, tocando una y otra vez la pieza que lo sostiene. He crecido mucho, y no puedo estar quieta ni un segundo. Mis brazos se estiran, y con ellos mis manos, que sujetan con fuerza la base de madera. Nerviosa, busco a Derek, pero sólo encuentro a Ansel. No pude girar mi cuello completamente hacia atrás. Sólo a mi derecha. Y allí me topé con sus ojos azules. Pero fue una mala idea. Por alguna razón, él se asimilaba a aquellos cuervos que me perseguían en la mañana. En efecto, no paraba de examinar mi figura con atención. De pies a cabeza. Eso, me ponía más nerviosa. No lograba concentrarme en la clase. Es por eso que, en el receso, me dirigí a la biblioteca. Aquel lugar me tranquilizaba. El silencio era perfecto para una ocasión perturbadora. Y le agradecí a la encargada por darme los libros viejos que conservaba desde hace más de dos meses. No se había olvidado de mí. No me trataba como el resto. Sólo sonreía y soltaba palabras dulces. Me recordaba a mamá. Y no en referencia a su edad, sino a su forma de ser. El simple hecho de demostrar su cariño y gran autoestima me daba el valor de seguir adelante. Era extraño. No encuentro lo necesario para explicar mis sentimientos. Todos están entrelazados, como una cadena oxidada que está a punto de romperse. Tan extraño... Quisiera recordar.
—¿Pensamientos de nuevo? —su mano se interpone en la siguiente página de "El principito". La ilustración del zorro es interrumpida por sus grandes manos. Sus dedos cubren sus ojos, lomo y cola.
Parpadeo. Luego, levanto mi mentón para tener una buena perspectiva de su rostro. Su marcada mandíbula me apunta y sus ojos negros me asechan. Y me alegra que no sea igual. Él no es como los demás.
Sonrío.
—Supongo que esa pregunta se hará frecuente en las madrugadas. ¿No es así? —comento mientras aparto sus manos de mi libro favorito. Quiero mirar a los personajes una vez más, ya que lo más seguro es que termine el receso y deba volver a clases—. Puedo acostumbrarme, pero sería fastidioso de todas formas. Irritante —recalco eso último.
Escucho su risa, pero no le dejo seguir. Antes de que la encargada le haga callar, cubro su boca y emito un sonido con mis dientes y lengua, tal cual una serpiente. Hay muchas personas aquí. No soy la única, y no pretendo molestar a nadie.
—No olvides en donde te encuentras, Williams —advierto en voz baja al apartarme.
—Suenas como mi abuela —dice en tono burlesco, pero intento no soltar una carcajada.
Realmente respeto este espacio. Como si de un hogar se tratase. Uno donde todos conviven. Donde todos necesitan su espacio y respeto. No sólo quienes estudian llegan aquí para buscar un libro que leer. No sólo quienes optan por un lugar secreto para besarse, como los de séptimo grado, que fuman y comparten bebidas con sus compañeros, se refugian entre tantas estanterías. Hay mucho más. Gente que se asemeja a mi apariencia o personalidad, que necesita protegerse y solucionar sus inquietudes con una gran habitación e historias que contar. Historias que descubrir, entender y guardar para uno mismo, porque quizá, no son tan diferentes a nuestra vida. Sientes que alguien más te comprende, y una sensación de calidez se implanta en tu pecho, extendiéndose hasta el resto de tu cuerpo. Y muchos no consideran aquello. Nadie se detiene a observar a su alrededor. Prefieren seguir absortos, detrás de sus falsos escudos. Los que utilizan para eludir lo que hay frente a sus ojos. Incluso el gran ventanal que forma parte de la biblioteca es olvidado. A través de el, ves el mundo. Lo que te rodea. Lo que te acompaña día a día. Los niños en la cancha de fútbol corriendo, las porristas que entrenan día a día, los del equipo de voleibol que esperan su próximo campeonato, los grupos que hay entre tanta multitud, creados para la desigualdad. Todos tienen algo por lo que esforzarse. Y nadie, desde aquí arriba, con semejantes vistas, lo nota. Me alegro de poder hacerlo. Sé que no todo lo que espero esta allí abajo, pero pertenece a mi vida. Hay que aceptarlo.
—¿Crees que puedan darse cuenta algún día, Derek? —murmuro cruzada de brazos frente al ventanal. Vuelvo a parpadear.
—¿A qué te refieres?
Sonrío nuevamente, negando con la cabeza.
—Olvídalo —extiendo mi mano para entrelazarla con la suya—. Pensamientos de nuevo —afirmo al exhalar, apoyando mi mejilla en su hombro.
Recogí el libro unos minutos después para entregárselo a la bibliotecaria —se llama Mey—, y salir de ahí.
La siguiente clase era biología. Una mujer de cabello rojizo la dirigía, y hoy, con sus ojos atezados, me controlaba. Otro cuervo más en la lista. Estaba segura de que esa noche, soñaría con todos. Miradas cargadas de molestia, desagrado, pena, lástima y cariño. Unos eran buenos y otros malos. ¿Quiénes permanecerían con más intensidad?
—Srita. Hunter —la mujer me enseñó sus dientes. Se veía incómoda. Sus dedos chocaban entré si y la tiza junto a ellos manchaban sus yemas de blanco. ¿No le causaba picazón? Recuerdo que es alérgica al polvo. Sin embargo, no se detuvo.
De nuevo esos escalofríos. Decidí ignorarlos. La jaqueca regresaba.
Tomé mi habitual asiento en la fila de el medio. Derek atrás, de nuevo, y Ansel, a mi izquierda. Aunque algo cambió: Will estaba a mi derecha. Había dejado una nota en mi pupitre. Recuerdo que desheché la anterior hace una hora, pero abrí esta. Quizá, así, no volvería a molestarme. Sus ojos eran mucho más intensos. Tenía que reprimir la sensación extraña en mi cabeza. Dolía.
Mi respiración se contuvo. Mis pulmones se desinflaron tal cual un globo, como si una aguja se clavara repentinamente en ellos.
Decía:
D-I-A-N-A . ¿La recuerdas, rata?
Pero no lo hacía. ¿Debería temer por eso?
Me dirigí hacia Ansel. Entreabrí mis labios y dije el nombre que estaba impregnado en la hoja.
No hubo respuesta. Más bien, una expresión llena de aflicción y sorpresa.
¿Por qué temo por eso ahora?
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Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]
Fiksi RemajaSky Hunter es una adolescente que no siempre ha tenido suerte en la vida, pero, ¿quien dice que los demás sí? Todos los adolescentes transitamos dolor, y ella atravesó grandes desgracias. Sin embargo hay una que, incluso siendo la peor de todas, sop...