19. Promete que no me olvidarás

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Los días parecen volverse oscuros con el lento transcurso del tiempo. Observo las cosas de manera neutra y silenciosa. Me quedo sentada en una banca, mientras vuelven a experimentar con mi cuerpo. La tristeza me abarca cada vez más. Todo es un proceso tortuoso que no logro digerir aún: los especialistas que tratan de meterse en mi cabeza mediante extensas conversaciones, las somnolientas medicinas que controlan mis impulsos, la comida diaria que rechazo, los reproches ante mi falta de evolución, las breves miradas que me ofrecen las personas que transitan en el hospital, mi familia y amigos aguardando detrás de la puerta. No puedo acostumbrarme a ello, incluso habiéndolo vivido hace unos años. Simplemente no lo acepto. Me niego a pasar por esto de nuevo, pero no lo notan. Y sé que es difícil para los que me aprecian, porque contemplan mi figura desmoronarse, pero es mucho más complicado para mí. Me siento como un experimento que salió mal. Un experimento que desean arreglar echando químicos tóxicos para engendrar algo nuevo. Algo que no lastime a nadie y no sea defectuoso.

Las horas parecen años dentro de mi mente cuando ella no está allí. Nada de burlas haciendo eco, voces que se presentan en diferentes tonos para discriminar, ni constantes presiones que me obliguen a herir a la gente mediante prejuicios inoportunos. Es como si un vacío se presentara de repente. Como si mi otra mitad desapareciera, dejando fragmentos filosos que quieren destruirme.

No confío en nadie. Los médicos que se encargaban de mí cuando tenía doce, son completos extraños ahora.

Tengo miedo. Y anhelo mejorar para no causar problemas, pero de alguna manera me aterra el que algo pued|a salir mal. No tengo la misma fe de antes, cuando mamá vivía y me esforzaba para enorgullecer a quienes me apoyaban. Las cosas cambiaron, y no soy la misma.

—Hija.

—¿Hmm? —mis pies se balancean en el aire, mis manos se apoyan sobre la camilla y mis ojos se concentran en la blanca pared que tengo delante. Últimamente es el único color que veo.

—Encontraron una solución.

Me detengo.

No es posible; me digo a mí misma.

—Sky ¿Puedes oírme?

Asiento con lentitud, al mismo tiempo que busco las mentiras en sus palabras. De ser tratable, no estaría aquí. El problema ya no existiría ¿Por qué ahora, después de tantos años?

—Los doctores dicen que la voz se irá pronto, pero debes aceptar lo que te propongan —es cuando cinco personas aparecen detrás suyo y él sostiene mi mano con firmeza—. Prometo que todo irá bien.

—No.

Conozco los riesgos. Probablemente, la solución es la misma que encontré hace cuatro semanas en Internet. Si hay una mínima equivocación, mi vida no volverá a ser la misma. No importa si la voz se extingue, porque desaparecerá conmigo.

—Cariño —susurra, pero no le permito seguir.

—No dejaré que me toquen.

—Sky —uno de los doctores llama mi atención—. Sé que conoces el procedimiento y no te sientes segura, pero puedo jurarte que todo saldrá bien. Haremos lo mejor posible.

—Eso dijo hace mucho tiempo —mis ojos, tan vacíos como fríos, le observan— ¿Puede verme ahora?

Pasó una hora exactamente desde esa pequeña y breve discusión. En ese lapso, recapacité. Me dije a mí misma, que tenía dos opciones y sólo podía tomar una de ellas. La primera, era empeorar y cometer más errores involuntarios para así terminar en psiquiatría nuevamente, donde me incorporarían más medicina. La segunda, era aceptar la cirugía que les brindaría a los doctores un camino a mi dañado cerebro, para poder solucionar algo que traería leves consecuencias.

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora