8. ¿Tú?

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Martes. 

—¡Vamos, Hunter! ¡No seas llorona! —no todos los días te encuentras a una mujer parecida a Tronchatoro, la mismísima mujer de Matilda

Me levanto de las gradas con la bilis en mi garganta.

Creí que sería una buena excusa el dolor de estómago, pero eso siquiera le importa. Mis piernas tiemblan cuando bajo los escalones rojos y oxidados por los días de lluvia en temporadas anteriores. Mis manos se posan en ellas con vergüenza. El uniforme que implica esta actividad consiste en unos shorts y una blusa color celeste con bordados amarillos. Esta vestimenta hace que mis muslos resalten y quiera arrancarme los brazos con ellos. Sé que debería creer que mi figura es aceptable, como el resto de las chicas, pero no es así. En cierto punto, acepto mi rostro favorable, pero el resto no. Soy muy contradictoria la mayoría del tiempo, por lo que trato de no pensar mas en ello y llegar al centro del lugar.

—La odio —digo con los dientes apretados cuando me uno a Derek después de sujetar mi cabello en una cola alta.

—Una hora, Hunter. Será eso y podremos largarnos de aquí —ríe al mismo tiempo que mueve sus brazos.

—¿Una hora? ¿Estás bromeando? —resoplo agitada mientras mis pies se desplazan con rapidez en el pastizal—. Lo dices porque tu entrenador no explota gente y estás en el equipo de fútbol.        

—¡Menos bla, bla, bla y más ejercicio! —exige a lo lejos.

Aprieto los dientes molesta.

A penas doy la segunda vuelta, el cansancio se apodera de mis músculos, aún sabiendo que debo hacer diez. Puedo observarla comer una barra de cereal al mismo tiempo que nos vigila. Sonríe satisfecha, pero no ante el hecho de estar haciendo un buen trabajo, sino por estar a punto de caernos al suelo sin aire. 

Necesito salir de aquí. Detesto esta clase. Sin embargo, ella parece traer consigo sus binoculares. Sí. Cada vez que aparece aquí, los lleva colgados en su cuello. Es tan extensa la hectárea en la que nos encontramos que le urge utilizarlos cuando alguno de nosotros se detiene al menos por cinco segundos. Es entonces cuando saca su silbato negro y llama la atención del extenuado. No permite el agua, la comida, ni nada que nos ayude a sobrevivir un martes como este.

—¿Esa tobillera de nuevo? —pregunta Derek cuando, por fin, podemos caminar unos cuantos minutos.

—Sí —murmuro entre agotada y avergonzada.

Llevo puesta una color azul que cubre el colgante de Ansel. 

Experimento una especie de aflicción cada vez que lo veo. Me entristece no poder quitármelo después de tantos años, donde lo único que pude sentir fue dolor, tristeza, soledad en ocasiones y enojo, no sólo con él, sino conmigo misma. A esta edad, transito todas estas emociones cada vez que mi presencia perdura a su lado con insistencia. De hecho, acepto que soy un estorbo en su camino, como grandes troncos que interfieren en su vida, pero no puedo detenerme. En cierto punto, me asusta hasta donde podría llegar. Sin embargo, la cuerda negra con esa piedra morada, sigue permaneciendo en mi piel y mi mente no razona al momento de querer dejarla ir. Devolverla sería una opción. Decirle que ya no la deseo como desde un principio, pero algo no me lo permite. No es ella, de eso estoy segura. La voz sigue en silencio ¿Será mi demacrado corazón o algo más profundo que eso? 

—¿Pensam...? —cubro su boca antes de que pueda terminar la pregunta.

—Ya, Derek —lo suelto cuando la entrenadora da por finalizada la clase—. Papá quiere que vuelva a casa temprano ¿Vienes?

—Los chicos y yo iremos a ver el partido de esta tarde a mi departamento. Compraré comida chatarra y Erik me acompañará. Lo siento, Hunter. 

Entiendo a qué se refiere. Sabe que él no me agrada.

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora