Adeline

El ultimátum

Tom nos escoltó hasta la puerta del centro comercial.

Era media noche, estaba desierto excepto por un empleado en cada establecimiento y parecía un lugar habitado por fantasmas. Los brillantes pisos reflejaban la iluminación de las lámparas y en los corredores resonaban los ecos de la música en el fondo. Cientos de tiendas de todo tipo a nuestra disposición para comprar cómodamente sin miradas curiosas, ni persecuciones, ni fotos in fraganti, ni la posibilidad de morir aplastados por una multitud.

De alguna manera Louis había logrado que nos permitieran estar aquí.
Estando adentro nos separamos, los chicos se fueron a ver cosas como ropa, guitarras, patinetas, balones. ¿Cuántas guitarras necesita Ed?

Yo intenté dirigirme directo a la librería pero Anne y Gema me llevaron a ver cosas de "chicas", con la promesa de que después vería todos los libros que quisiera. Me compraron mucha ropa de maternidad, más de la que usé en los últimos años, también maquillaje y zapatos.
Después de ver a Gema probarse el vestido numero 12 fue un alivio que nos llamaran para reunirnos en la cafetería.

- Todos juntos vamos a ir a la tienda por la cual realmente estamos aquí. – Anunció Louis solemnemente.
Le dimos todas las bolsas de las compras a Tom y seguimos a Louis por las escaleras. En el segundo piso, en la parte central estaba una tienda gigantesca de artículos para bebés. La expresión de Harry se iluminó de alegría y entró jalándolo pues iban tomados de la mano.

 Compraron tantas cosas que les hacíamos burla diciéndoles que no se llevaban a la vendedora porque no podían. Escogieron una cuna, una carreola, un portabebés, un asiento para el carro, una sillita, una mecedora, juguetes, pañales, ropa.
Desconocer el sexo del bebé no les impidió en absoluto elegir todo las cosas en todos los colores sin distinción. Eso me hizo darme cuenta de que realmente no importaba, al bebé no le interesaría el color de su ropa o si estaba acorde a los lineamentos sociales acerca del protocolo adecuado de vestimenta según su género.

 Era simplemente un bebé que llegaba al mundo con su mente en blanco, sin prejuicios, sin malos sentimientos, sin preocupaciones de cómo lo verán los otros. Todo eso habría que enseñárselo,y estaba completamente en nuestras manos enseñarle que lo convencional y acostumbrado, no era una norma infalible y que ser único es una elección respetable y hasta cierto punto necesaria.

 Dormimos toda la mañana. Cuando por fin me venció el hambre y salía de mi cuarto dispuesta a devorar lo primero que encontrara en el refrigerador, me quedé en shock al ver a Harry con un pantalón deportivo viejo y una playera fea. Esa imagen no encajaba de ninguna forma con la realidad.

- Por fin despiertas dormilona – Me dijo con una bella sonrisa en su rostro. Louis lo había logrado de nuevo.
- Tu hijo tiene hambre. – Le dije sobándome la panza.
Ya estaba mi desayuno esperándome, una de las mejores cosas de tener tanto personal de servicio es que parece que te leen la mente. Con el plato en la mano volví a subir y me acomodé en un sillón que me pusieron en la puerta de la habitación que sería del bebé. La estaban pintando, no eran muy buenos, pero el amor y la dedicación no se cuestionan. Dividieron las paredes en dos, toda la parte superior era blanca y la inferior la pintaron en franjas azules, verdes, amarillas, rosas.
 Entre bromas, risas, pausas para salpicarse la pintura y alguna que otra canción terminaron de pintar. Les llevó toda la tarde pero les quedó hermoso.

El reto del día siguiente era armar la cuna del bebé. Louis se sentó conmigo en el sillón que seguía en la puerta para mí y los vimos armarla con gran dificultad.
- ¿Por qué no les ayudas? – Le pregunté solo para molestarlo.
- ¿Por qué no les ayudas tú? – Me dijo sarcástico.
- Yo estoy embarazada... de tu hijo. ¿Cuál es tu excusa?
- No tengo excusa, solo flojera. Además yo quería comprar la cuna que ya venía armada y Harry prefirió ésta, así que le toca armarla.