Miedo a perderte

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    Se veía aturdido, desorientado. Su ropa que permanecía casual estaba desaliñada, sucia y arrugada, parecía que no se había rasurado en días.
Me sentía incapaz de imaginar lo que estuviera pensando. En su rostro lo único que podía advertir con claridad eran sus ojos azules, sus pupilas dilatadas y oscurecidas, su mirada se perdía en el vacío de su interior que era inmenso. Pude encontrar la ansiedad allí dentro y un temor que igualaba al mío, pero no de la misma forma, porque sus demonios eran diferentes a los míos.

Su expresión era tensa, los músculos de su cara estaban rígidos y su mandíbula apretada. Me veía y al mismo tiempo no lo hacía, como si analizara con cuidado lo que estaba por hacer. Su lenguaje corporal contrastaba con su rostro, ya que estaba de pie con los hombros caídos y los brazos colgando en su costado relajadamente. No parecía estar alerta ni a la defensiva.
Tal vez estuviera perdiendo la razón o quizás la estaba encontrando. Lo cierto es que no tenía nada que perder, ya lo había perdido todo.

Su madre que era la única familia que le quedaba había muerto a principios de este año, justo a tiempo para no llegar a ver en lo que se había convertido su hijo. La familia que había construido la perdió por sus múltiples aventuras, y quizás también porque su mujer no quería verse inmiscuida en el fango en el que se había zambullido. Cual fuera la razón, ya no tenía a nadie. Ni familia, ni amigos, ni aliados. 

Su último intento de salvar su carrera falló cuando fue destituido de su puesto en Syco. Debido a la demanda que interpusimos en su contra, ya nadie quería tener ningún trato con él. Se hundiría completamente solo.

- ¿Qué quieres? – le pregunté esperando poder sacarlo de su trance, aunque las palabras a penas y fueron audibles, incluso para mí.

 Parpadeó dos veces y fijó su vista en mí, pero ahora si parecía que me estaba viendo, donde sea que había estado no era aquí. Me apuñaló con su incisiva mirada. No se veía como la última vez que lo vi, aunque se notaba desmejorado, más delgado y sin color ya no parecía... triste.
El único momento en que casi pude sentir que era un ser humano se había esfumado para siempre. Era real y estaba aquí.

Metió la mano a su bolsillo y sacó un arma. No me apuntó, la miró un instante y luego me miró a mí de nuevo y me sonrió. Esa grotesca sonrisa de satisfacción, su habitual y asqueroso deleite porque gozaba con el dolor de otros. La única sonrisa que le conocía.

- Vine a matarte – me dijo plácidamente.

 Me paralicé, no grité, ni trate de huir, no intenté esconderme. En lo profundo de mi ser sentí un alarido, mi corazón y mis entrañas gritaron. No había a donde huir. Tan rápido como intentara llamar a alguien para que me ayudara él podría dispararme. No podía imaginar cómo llegó hasta mí.

 - ¿Cómo entraste? – le pregunté al tiempo que me sentaba lentamente, para mostrarle que no planeaba intentar nada.
- Fue muy difícil, debo reconocer que este lugar es una fortaleza y que pude sobornar solo uno de sus empleados. El resto fueron leales a ustedes, así que tuve que matar a unos cuantos. Lo que no logro entender es esa lealtad, es la primera vez que encuentro esta cantidad de personas dispuestas a arriesgarlo todo, incluso sus vidas, por un par de chiquillos mal criados. Lo que me lleva a la pregunta: ¿Por qué?

 Hablaba calmado, su voz mostró la forzada delicadeza que se reserva para los que carecen de inteligencia. No estaba segura de sí trataba de explicarme a mí o a sí mismo la razón por la que habíamos llegado hasta aquí.

 -¿No has considerado, ni siquiera por un momento, que no tienes la razón? – Le dije tratando de no provocarlo – Yo no puedo hablar por los demás, pero sí puedo decirte que yo los apoyé porque desde el momento en que los conocí me di cuenta de que era lo correcto, era lo que debía hacer y por sobre todo, era lo que deseaba hacer con todas mis fuerzas.

 - ¿A cambio de tu vida? – Era una pregunta retórica.

 -Me sentí al borde del abismo de una terrible decisión. Estar de su lado me costará la vida pero no haberlo hecho, me habría costado la cordura. Simplemente sentí que alguien debía hacer algo sobre esto y entonces me di cuenta de que yo era ese alguien. ¿Cómo podría vivir con el peso de haberlos traicionado sobre mis hombros? – le respondí e hice una pausa larga para que interpretara mis palabras. Y Luego le formulé la pregunta que realmente deseaba que me respondiera - ¿Se puede vivir destrozado?

 Bajó la mirada al piso, evadiéndome en silencio. Otra vez ese atisbo de sentimientos que lo hacían parecer casi humano. ¿Era consciente de lo que había hecho? ¿Le importaba?
Respiró profundamente, como tratando de mantener la calma y levantó la mirada. Lo primero que me aturdió fue la sacudida que sentí con el contacto visual, el brillo de su mirada se había transformado, con el delirio fuera del alcance de la razón o el control. Entonces me apuntó con la pistola en dirección al corazón.

 - ¿Por qué haces esto? – le pregunté sin darme cuenta en que momento las palabras escaparon de mis labios.
- Levántate – Me dijo ignorando mi pregunta.

 Me deslicé por un costado de la cama, me calcé las pantuflas y me puse de pie. Con la pistola me señaló la puerta corrediza del balcón que estaba entreabierta. Seguramente por donde había entrado y la razón de que me diera frío. Me hizo un ademán para que saliera y me siguió hasta afuera. El frío me golpeó y me caló en los huesos.

 - Quiero que sufran – me dijo inexpresivo – Nada podría herirlos más que perder el hijo que tanto anhelan.

 No podía contener los temblores de mis rodillas, respiraba con mucha dificultad y me sentía mareada, en parte por el frío, en parte por el terror.
Del barandal del balcón colgaba una escalerilla de soga por la que pretendía que bajáramos. Era el segundo piso y en teoría no estaba tan alto, pero nunca había sido buena con las alturas, ni siquiera en circunstancias normales, ahora que me encaminaba hacia la muerte no me sentía capaz de disminuir los temblores de mis manos para sostenerme.

Solo podía pensar en el bebé, que se revolvía en mi vientre, invadido por mi propio terror. Y en Louis y Harry, en el dolor profundo que les ocasionaría todo esto, en el relicario que colgaba de mi cuello y que les contaría paso a paso cómo sucedió. Me preguntaba si se atreverían a escucharlo y esperaba que no. Me preguntaba si lo superarían, si volverían a ser felices. Porque todo lo que había deseado desde el día en que los conocí era que fueran felices de nuevo.

 Como vio que titubeé y retrocedí tambaleante, me tomó del brazo y me jaló con fuerza, aventándome al barandal para que comenzara a bajar. Me apuntó directo al vientre.

 - Baja ahora o te mataré aquí mismo – me dijo.
- Si de todas maneras vas a matarme ¿Por qué no lo haces de una vez?
- Porque el mayor infierno es la incertidumbre, y no saber dónde y cómo estás será su condena, hasta que me supliquen de rodillas que les diga tu paradero, tal vez me compadezca de ellos y les diga en donde los he enterrado, a ti y a su bastardo. ¡Baja! – Me gritó.
- No – le dije con firmeza, si de todos modos iba a morir no le iba a dar el gusto de que fuera como él quisiera.

 Se enfureció, el color le cubrió el rostro de un rojo carmesí y me estrelló la pistola en la mandíbula. Escuché el crujido en el interior de mi boca seguido por el estallido de dolor y el sabor a sangre que me atragantaba. Fue un golpe tan fuerte que me empujó hacia atrás, me sostuve con fuerza del barandal, tratando de respirar al tiempo que escupía el pedazo de diente que se quebró con el impacto y toda la sangre de mi boca.

Miraba hacia abajo tratando de recuperar la claridad de mi visión borrosa por la falta de aire, cuando vi a lejos la silueta de alguien que corría en dirección hacia nosotros. No podía distinguir de quien se trataba, estaba oscuro y estaba todavía algo lejos. Pero sabía lo que me estaba gritando incluso antes de que sus palabras fueran audibles.

Todo transcurrió en un breve instante. Me agaché y me arrinconé junto a la pared del costado. Al tiempo que Simon reaccionaba y se acercaba más a la orilla para dispararle. Un solo disparo se escuchó, tan fuerte que brinqué en mi asiento y me cubrí los oídos con fuerza sin lograr aminorar el estruendo que sentí en lo más profundo de mi cráneo.

 Y lo vi caer. Simon recibió la bala en el estómago, ni siquiera alcanzó a disparar de vuelta, lo atravesó, y estando tan cerca de la orilla, el peso de su cuerpo se inclinó hacia delante haciéndolo caer. No se murió del balazo sino de la caída. Se rompió el cuello. Fue un sonido seco y sordo al estrellarse contra el suelo. Nunca podré borrar esa imagen de mi mente. Su cuerpo tendido en el suelo en un charco rojo que se hacía cada vez más grande.

 Permanecí sentada y abrazando mi vientre, temblando de frío hasta que entraron por la puerta del balcón Anne y Gema, que me ayudaron a pararme y me llevaron al interior, en donde me curaron y arroparon.
 Trataban de preguntarme cosas pero ni siquiera las escuchaba, sus voces estaban tan lejos de mí que me parecían susurros ininteligibles a la distancia. Tampoco podía mirarlas a los ojos, estaba sumida en el abismo que se encara cuando la muerte te mira de frente.

 Una hora más tarde llegó Ed, que se quedó conmigo todo el tiempo. Después de eso solo recuerdo un sueño intermitente. Me dio fiebre, la baja en mi temperatura me enfermó de los bronquios, según el médico. Pero la realidad era que a veces nos pasan cosas que no estamos preparados para afrontar y el cuerpo reacciona de la forma que puede, después de todo yo había visto morir a ese hombre. La nube negra de ese pensamiento se cernía sobre mí. 

Ese hombre que trató de matarme y de arrebatármelo todo, me había brindado la oportunidad de encontrar esta familia que ahora cuidaba de mí. Tenía que odiarlo, debía sentir que lo que le pasó era merecido pero yo solo podía sentirme agradecida porque sin quererlo, él había hecho algo bueno en su vida: me trajo hasta aquí. ¿Quién sabe cómo habría sido yo si las cosas hubiesen sido diferentes?
 Y al morir, había librado al mundo de su presencia.

Despertaba constantemente pues al cerrar los ojos y sumergirme en el sueño profundo me encontraba de pronto entre la niebla, caminando sin rumbo hasta llegar a la orilla de un abismo oscuro y profundo del que lo veía caer.
Intentaba extenderle mi mano para sostenerlo pero no lograba alcanzarlo, podía sentir las puntas de sus dedos resbalando de los míos y su imagen siendo devorada por la oscuridad del precipicio. El terror tan real y tan intenso de verlo morir. Una y otra vez.

Esta pesadilla recurrente me despertaba constantemente, la medicina que intentaron darme para dormir solo empeoraba la situación porque convertía el sueño en un encierro del que no podía salir, el estado onírico se convirtió en una tortura de la que trataba de escapar constantemente. Cuando los gritos y el miedo me sobresaltaban de la cama siempre encontraba la mano de Ed tomando de la mía, para recibirme dulcemente en la realidad, para suavizar la transición del horror del inconsciente al de la vigilia.

Sus ojos me recibían con amor y paciencia, pero sobre todo con la delicadeza de quien trata de reparar algo muy frágil, algo que ni el tiempo ni el espacio puede sanar: el alma. Que solo restaura el amor.
-Aquí estoy – me dijo con esa bella intensidad en sus azules ojos – Aquí estaré siempre que me necesites.
- Tengo miedo – le dije, siendo estas las primeras palabras que pude articular, después de un largo silencio en el que intenté acompasar mi corazón y recobrar el aliento.
- Yo también Adeline – Me respondió con los ojos humedecidos – Tengo miedo de perderte.

El médico, después de minuciosos exámenes, confirmó que el bebé se encontraba bien y les pidió que actuaran con la precaución extrema que exige la situación, en cuanto a los cuidados de ambos, ya que estas últimas semanas eran cruciales.
En cuanto avisaron a Louis y a Harry de lo sucedido, tomaron un vuelo hasta aquí, pero era un viaje largo, lo que los volvía locos, así que estuvieron llamando a cada rato.
 Cuando me sentí mejor, y luego de que me rindiera en mi intento de dormir, Ed me interpretó todo su repertorio una y otra vez, incluso compuso un par de canciones estando aquí.
 Cuando al fin los chicos llegaron, se abalanzaron hacia mí, estaban genuinamente aterrados y en el par de días que siguieron no se separaron de mi lado.

 Conforme los sueños se fueron suavizando dejé de despertar entre gritos y cada vez que lo hacía miraba a mí alrededor y los encontraba a los tres en los sillones y las sillas de la habitación. No sabía cuánto tiempo había pasado desde el ataque ni la hora que era, pero en la ventana se veía el cielo oscuro, me senté en mi cama para observarlos un momento.

Ed se había quedado dormido sentado en un sillón individual con su guitarra en los brazos. Louis y Harry estaban en otro sofá del otro lado de la cama, abrazados y cubiertos con una pequeña manta. Mis tres caballeros, sin armaduras de plata, sin reconocimientos reales, sin súper poderes, sin identidad secreta, ellos eran los héroes de la historia de mi vida. Por ellos tenía que encontrar el camino entre la neblina para volver a casa, tenía que dejar de tratar de sostener la mano de Simon en cada pesadilla. Lo dejé caer. Y me liberé.

 - Estás despierta – Me dijo Louis en un susurro, incorporándose con cuidado para no despertar a Harry, pero sin éxito ya que éste lo sintió moverse y despertó también – ¿Necesitas algo?
- No – le respondí – Es solo que me gusta verlos dormir.
- Por eso nos llevamos tan bien, a ti te gusta verme dormir y a mí me encanta dormir – Me dijo Louis estirándose con flojera.
- Sentí mucho miedo de no volver a verte – Me dijo Harry con un temblor en la voz, como si al arrojarlo de su pecho se hubiese quitado un gran peso de encima.

 - Yo nunca los voy a dejar Harry. No importa lo que pase, yo siempre estaré a su lado. Podrán ver mis ojos cada mañana, podrán escuchar en mi risa la alegría que me han brindado, puedes poner tu palma sobre mi corazón para sentir que sigo viva, saldremos a recorrer el mundo tomados de la mano, tal y como soñamos.

 - ¿Me lo prometes? – Me preguntó Harry con dulzura.
- Te prometo que siempre estaré aquí para ustedes.

AdelineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora