Adeline

El escape perfecto

Respiré profundamente y hasta ese momento me percaté de que Harry y Louis no estaban ahí.
- ¿Dónde están los chicos? - Les pregunté.
- Hay que avisarles, salieron temprano al jardín. - Me contestó Anne con los ojos llorosos.
- Yo iré. - Le dije.

Necesitaba aire o moriría sofocada. Salí de la casa tratando de acompasar los latidos de mi corazón y repitiéndome en voz alta "Todo saldrá bien, todo saldrá bien"

Quería creer que la presión del mundo no me alcanzaría, pero me engañaba.
Tal y como pensé estaban en su árbol, solo que no en el columpio. Se habían sentado en el pasto, Louis estaba recargado en el grueso tronco detrás de Harry, rodeándolo con sus brazos y con la cara hundida en la curva de su cuello. Me detuve a observarlos un momento. Se susurraban cosas al oído, sonreían. Permanecían ajenos a la revuelta que se suscitaba afuera. La intimidad del lazo que los unía era inquebrantable.

No quería interrumpir aquello. No soportaba la idea de que el mundo exterior lo hiciera. A penas los saludé y dirigieron sus miradas hacia mí cuando un helicóptero sobrevoló la casa, los tres lo miramos al mismo tiempo. Eran los noticieros. No había tiempo de explicar así que les pedí que me siguieran y entramos lo más rápido que mis piernas me lo permitieron. Estando adentro pudimos ponerlos al tanto de lo que sucedía, vimos el techo de la casa totalmente en vivo en el televisor. Al parecer no alcanzaron a grabar nuestra entrada, ni nos mencionaron, pero ahora que estábamos vigilados, quedamos atrapados en nuestra propia casa.

Los guardias nos informaron que habían duplicado la seguridad. Hasta ahora cinco personas, identificados como reporteros, habían tratado de entrar a la propiedad. Fueron remitidos a las autoridades y ahora todo el personal estaba bajo aviso. Aquello era una pesadilla, hasta ahora habíamos gozado de una relativa privacidad, siempre había paparazis afuera, escondidos, pero no al grado de caer en el allanamiento de morada. Buscaban una nota a cualquier precio.
Twitter explotó, Instagram, Facebook, todas las redes sociales de los chicos colapsaron. La gente exigía una explicación.

Aún sin digerir la situación, Louis comenzó a hacer llamadas para averiguar de dónde había salido todo esto y cómo podíamos amortiguarlo. Todos conocíamos la respuesta. Sus amenazas, la rabia que le provocaba nuestra rebeldía, sin duda Simon no iba a descansar hasta cumplir cada una de sus promesas y arruinarnos la vida. O al menos lo intentaría.

Ed que tenía la capacidad de razonar todo con la cabeza fría, rápidamente ideó un plan para ponernos a salvo de la prensa mientras encontrábamos una solución a este caos. El mayor temor de los chicos era que en cuanto saliéramos nos seguirían a cualquier lado que fuéramos y no volveríamos a tener paz. Y no sólo por la prensa, que era el menor de nuestros problemas, sino porque de forma espeluznante nos acabábamos de dar cuenta de que habían estado siguiendo nuestros pasos, acechándonos en silencio, esperando el momento justo para asestar un golpe certero. Justo en el blanco. Así que nos pusimos en marcha.

Ese día fue el personal que limpia la piscina cada semana. Dejamos que hicieran su trabajo y cuando terminaron los llamaron a la casa. Ed y yo nos pusimos los overoles que vestían. Eran de un color beige horrible, pero al estar muy holgados me disimulaban la panza a la perfección. Ed tuvo que usar una peluca oscura, nos prestaron unas gafas de sol y unas cachuchas y nos subimos a la camioneta con el resto de los muchachos del servicio. Mientras el vehículo se alejaba de la casa podía ver las siluetas de Louis y Harry, cada vez más pequeñas. Tenía perfectamente claro que no había otra alternativa y que esta solución era temporal, pero con todo y eso, sentí que el corazón se me desgarró, abrumado por la mezcla de desesperación y de impotencia. Dejarlos era insoportable.

Salimos por la puerta principal. Aquello era un verdadero circo. La policía estaba corriendo a un gran número de personas que se estaban acumulando en la calle, a pesar de que era un vecindario privado, se negaban a irse. Ni siquiera nos voltearon a ver.