Siempre a tu lado

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Harry no había parado de llorar desde que lo sacaron de la sala de partos gritando el nombre de Adeline. Cuando sus gritos de angustia se acallaron, en su interior sintió que sus entrañas seguían gritando, ya sin aliento, con afonía.

 Lo primero a lo que se enfrentó fue a la negación total cuando entre los brazos de Louis recibió la noticia de que ella se había ido. Una voz en su interior le repetía que no podía ser cierto. Como un choque de electricidad, un escalofrío de terror se le instaló permanentemente en el pecho.

 Luego de que insistieran fuertemente, les permitieron entrar a verla por última vez. Solo para poder creer que era verdad. Solo porque de otra mantera se quedarían el resto de sus vidas con la esperanza arraigada de que fuera mentira.

Al entrar a la habitación estaba cubierta por una sábana blanca, se acercaron a ella y fue Louis quien acopió todo el valor que le quedaba para descubrir su cara.

Estaba pálida, con los ojos cerrados y los labios amoratados. Sin vida. Querían aferrarse a la sensación de que estaba dormida, a la esperanza de que abriría los ojos en cualquier momento, pero no pasaría.
Se veía tan bella, tan pura, como una muñeca de porcelana, se había quedado con una expresión de sosiego, y las comisuras de sus labios ligeramente levantadas, como si se asomara una sonrisa.Lo que sea que hubiera pasado por su cabeza antes de partir debió ser un pensamiento agradable o feliz.

 Se desmoronaron, todos y cada uno de los fragmentos a los que sus almas habían sido reducidas se estrujaron.

 Al verla, Harry ahogó un grito y Louis lo abrazó para consolarlo, abrazo al que unieron a Ed que estaba destrozado. Los tres lloraron en la intimidad de la habitación saturada de sueños rotos, de esperanza desvanecida y de felicidad pospuesta. Ese era el día que habían esperado con tanta alegría y se había convertido en una pesadilla.

Se despidieron dándole las gracias, aunque sabían que ya no podía escucharlos, sintieron que las palabras que brotaron de su boca llegaban hasta ella. Cerraron sus ojos y pensaron con todas sus fuerzas para que sus pensamientos pudieran alcanzarla y supiera lo mucho que la amaban y lo infinitamente agradecidos que se sentían.

 Conocer a su hija, que había nacido perfectamente sana, les ofreció un consuelo indescriptible, la felicidad de tenerla entre sus brazos se vio eclipsada por la tristeza profunda y densa de su pérdida. Ahora que por fin estaban a punto de ser completamente felices la tristeza bajaba de nuevo el telón sobre ellos, uno que no se puede apartar. Permanecieron todo un día en el hospital haciendo los estudios necesarios para asegurarse de que la bebé estuviera saludable y lo estaba.

Luego se fueron a casa. Así pasaron sus días, tratando de recuperar la esperanza. Lo primero que hicieron al llegar fue ordenar que trajeran la cuna a su habitación para que estuviera junto a su cama, pues no salieron de allí en más de una semana. Fueron días borrosos que transcurrieron entre sueños intermitentes y cambios de pañales. Habían tenido el sueño de ser padres desde siempre y lo sentían como algo natural y fluido. Amarla fue fácil, más allá del cliché de la visión de un hermoso bebé, ellos la veían genuinamente hermosa.

  No permitieron que nadie les ayudara con el cuidado de la bebé, aceptaron consejos de las abuelas y la familia se dividió para entrar por partes a dar el pésame a los padres, pero fueron ellos solos, en la privacidad de esas 4 paredes, quienes se encargaron de encontrar la forma de cambiarla, de bañarla, alimentarla. Todo aquello que es natural e instintivo para una madre lo fue también para ellos, porque la sentían enteramente suya.

 Era el regalo que la vida les había entregado en forma de milagro y como todos los milagros, era recibida con euforia y entusiasmo, pero con algo de miedo oculto bajo la gran responsabilidad de cuidar de ella, y la eterna pregunta que acosa a todos los padres, sobre todo los primerizos ¿Seré capaz de hacer esto?

Para Ed fue muy diferente. E igual de terrible. Cuando ella murió una parte de él murió con ella. Porque la había encontrado solo para perderla y la había amado solo para extrañarla. Había esperado por ella toda la vida solo para seguirla añorando. Y lo más difícil no había sido sentir que había muerto con ella sino tratar de resucitar en su ausencia.

AdelineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora