Música I

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BUENAS NOCHES.

LES DEJO OTRO CAPÍTULO MÁS DE ESTA INCREÍBLE Y ATRAPANTE HISTORIA. 

ESPERO LES GUSTE.


Quinn

La acústica de aquel local no era muy buena, sin embargo Cube sonaba bastante bien. Tocaban sus canciones sobre el pequeño escenario, ubicado al fondo del estrecho y alargado bar donde me había llevado Noah a ver el concierto que aquella noche ofrecían sus amigos. Los cuatro integrantes de aquel grupo, que a ratos me recordaban a bandas como Stereophonics, The Killers o Blue October, parecían claramente influenciados por las tendencias rock y alternativa del panorama musical internacional, pero sin dejar de tener un estilo propio, distinto a todo lo que conocía. Estaba harta de escuchar grupos de música en los bares de Madrid que resultaban ser más de lo mismo; para mi sorpresa, Cube poseía algo original y descarado.

Mientras bebía mi copa, apoyada sobre la pared de ladrillo de aquella especie de cueva donde nos encontrábamos, analizaba cada nota de sus instrumentos. El cantante, un tal

Finn que era amigo tanto de Rachel como de Noah, cantaba las letras de sus canciones en un inglés impecable. Su voz, grave y rasgada, enfatizaba el carácter intimista y sincero que aquellos chicos comunicaban a través del ritmo de sus guitarras; el lamento del bajo; la precisión de la batería; y el contenido de la letra. Me llamó la atención el hecho de que la gente les escuchara con tanta atención, tarareando todas las canciones. Nadie se mantenía al margen de lo que ocurría en el escenario. Estaban realmente inmersos en el concierto, con lo que era innecesario cuchichear o pasar olímpicamente del espectáculo, como a menudo había sucedido a nuestro alrededor cuando Bipolar tocaba en algún bar. Aunque era lógico: aquellos chicos eran muy buenos, bastante mejores de lo que lo fuimos nosotros.

Me hallaba absorta, escuchando con atención cada registro que surgía de los potentes altavoces instalados a cada lado del escenario. Su música proyectaba un torrente de emociones. Era sensible y refinada, pero también desprendía tanta fuerza que en absoluto caían en estereotipos empalagosos o afectados. La contundente sinceridad con la que hablaban a través de sus canciones hacía que fuera inevitable sentirse en sintonía con ellos. Lograban conectar con la gente porque no intentaban desesperadamente ser el centro de atención y, sin embargo, lo eran. No se podía permanecer indiferente a su talento. Además, su mensaje era auténtico. Les gustaba estar allí, se notaba. Habrían seguido tocando con la misma pasión aunque nadie los escuchara porque no lo hacían únicamente para el público, sino para sentirse vivos.

Di otro sorbo a mi copa y observé a Rachel, que se hallaba unos metros más adelante acompañada de varios amigos. Me los había presentado al llegar al bar, pero no recordaba sus nombres. Todos se mostraban concentrados en lo que ocurría en el escenario, conocían cada una de los temas, siguiendo a Finn, quien lideraba el concierto desde el centro del escenario. Allí en Montegris aquel grupo contaba con muchos seguidores, y el local se encontraba abarrotado.

Aquella mañana, mientras me desperezaba, había recorrido con la vista mi nuevo dormitorio. He de admitir que se habían tomado la molestia de ofrecerme una amplia y confortable habitación, decorada con un gusto excepcional. Me percaté de que en la pared situada frente a mi cama había dos viejas láminas que reflejaban el mismo paisaje en dos momentos extremadamente opuestos. Una era muy colorida y la otra muy sombría: exactamente como termina siendo la vida. Dos personas pueden estar en el mismo lugar y contemplarlo de formas muy distintas; dependiendo de las circunstancias, la apreciación de la realidad puede ser muy diferente, y me gustaba aquel matiz. Quién hubiera elegido enmarcarlas para colocarlas en aquella pared había conectado conmigo sin saberlo. El fuerte contraste entre ambas me hizo sentir comprendida, como si no fuera la única que conocía lo que es pasar de la luz a las tinieblas.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora