Tesoros II

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Rachel

De una manera tan natural como inesperada, mi relación con Quinn se transformó. Por fin le había desvelado mi peor pesadilla, y ella no había huido. Ya no había secretos que ocultar, ni miedos que me paralizaran. Podía ser absoluta y totalmente franca con ella. Cuando conduje su coche a toda velocidad camino a casa, supe que había traspasado la última barrera que nos separaba. Sin haberlo planeado, algo había cambiado por completo aquella noche. Y ese algo marcó el comienzo de una nueva etapa que ni yo misma alcanzaba a comprender aún. Sabía que nos adentrábamos en una nueva dimensión y, lejos de asustarme, me moría de curiosidad por descubrir hacia dónde nos dirigiríamos a partir de entonces. Lo que sí sabía con certeza era que se trataba de un lugar en el que los calificativos sobraban. No éramos novias, ni amantes, ni amigas, ni compañeras, sino mucho más que todas aquellas palabras juntas; nuestra conexión era tan fuerte que no acertaba a dar con el apelativo que lo pudiera definir.

Mi terror a encontrarme en una situación comprometida con ella iba desapareciendo, dando paso a un deseo cada vez mayor por dejarme llevar. La química comenzaba a ser demasiado poderosa como para resistirme. La noche que ella, demostrando un gran poder de autocontrol, frenó nuestros impulsos en su coche, estaba más que dispuesta a entregarme a aquel frenesí que me consumía desde que habíamos abandonado el restaurante.

Me alegraba de que hubiera conseguido detenerme, ya que yo también prefería que nuestra primera vez sucediese en un lugar más especial que los deportivos asientos de cuero de su Audi.

Encontraba sumamente dulce su insistencia en borrar el mal recuerdo que se había grabado en mi memoria tras mi única experiencia sexual. Quinn se negaba a robarme ese derecho. Quería que fuese mágico y maravilloso para mí, aunque esperar a que ese momento llegara le obligara a frenarme, teniendo que esforzarse por ambas. Como ya he dicho: ¡era un extraterrestre!... No existía otra explicación.

Los días sucesivos fueron una auténtica locura. Entre los exámenes y el periódico apenas disponía de un minuto libre. Y a ese minuto todavía debía robarle unos segundos: tenía que buscar una obra de teatro que me pareciera digna de mención en la siguiente reunión con el grupo.

Tras repasar mentalmente varias de las obras que había estudiado en los últimos años, recordé una en concreto que me había llamado notablemente la atención: Casa de Muñecas, del noruego Henrik Ibsen, era sin dudarlo una a tener muy en cuenta. Recordaba haberla guardado en una de las estanterías de mi habitación y no tardé en dar con ella. La leí de un tirón antes de acostarme, para así refrescar mi memoria y poder rememorar los detalles de aquella obra que en su tiempo había supuesto una total innovación.

En ella se habla de Nora, una mujer burguesa que aparentemente es frívola y poco avispada. Sin embargo, ella oculta su inteligencia y temperamento tras el disfraz de una ama de casa a quien sólo parecen importarle asuntos triviales y domésticos, rasgo típico de las mujeres de finales del siglo XIX. Concebida en 1879, esta obra en tres actos describe cómo, según avanzan los acontecimientos, la monotonía burguesa de Nora se va convirtiendo en un nudo corredizo que terminará asfixiándola, obligándola a tomar una inesperada decisión para poder salvaguardar su libertad y su identidad. Ella abandonará ese hogar perfecto, dejando a los espectadores sin respuestas concretas, obligándoles a obtener sus propias conclusiones ante el destino que le espera a esta atípica protagonista.

Ese final, suspendido bajo un signo de interrogación, fue una de las grandes innovaciones que Casa de Muñecas brindó al teatro de la época, resultando aún hoy en día sorprendente. El autor señaló que su función no radicaba en plantear respuestas, sino en buscar nuevas preguntas.

Simpatizaba profundamente con el personaje de Nora. Admiraba su valentía y me atraía la forma en que su verdadero yo se va revelando a medida que avanza la trama. Me dormí con el libro entre las manos, mientras pensaba en cómo iba a exponer mi elección a los demás.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora