Tesoros IV

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Rachel

Fue una delicia ver a Quinn disfrutar tanto aquel fin de semana. Ángela se quedó con nosotros hasta el domingo, con lo que tuvimos tiempo de sobra para enseñarle los confines de la finca y los alrededores del pueblo. Qualia no dejaba de seguirle a todas partes y ella se encariñó con nuestra perra de inmediato. Una de las cosas que más le fastidiaban de vivir en la residencia era el hecho de que le prohibieran tener animales. Siempre había tenido mascotas, tanto perros como gatos. Desde que su último compañero había muerto, un pequeño ejemplar de Fox Terrier, no había vuelto a tener ningún animal. Justo cuando se planteaba adquirir un cachorro, tuvo que mudarse a aquel elegante centro que ahora era su hogar, teniendo que renunciar a su idea de volver a tener una mascota. Así que la constante persecución a la que Qualia le sometió no fue una molestia para ella.

El sábado por la noche salimos toda la familia al completo a cenar a un restaurante del centro del pueblo. Era evidente que para Quinn aquel distendido ambiente familiar era algo nuevo, y parecía realmente feliz de formar parte de ello. En su familia siempre faltó calor y naturalidad, así que aquellos aires de renovación parecían estar haciéndole mucho bien.

El domingo por la mañana salí a dar un paseo con Ángela. Por supuesto, Qualia nos seguía de cerca.

—Rachel, no sabes lo mucho que he disfrutado de su compañía —dijo ella mientras caminábamos hacia las caballerizas—. Creo que nunca había ha visto a mi nieta tan feliz.

—Eres tú la que has conseguido que sonriera sin parar.

—No es sólo por mí. Entre todos han conseguido que vuelva a brillar. ¡Está tan llena de ilusión! —dijo entusiasmada.

—Sí, creo que Montegris le está sentando muy bien.

—Me alegra comprobar que mi decisión fue acertada —dijo con un suspiro—.No estaba segura de si iba a funcionar, pero tenía que intentarlo.

—Yo también tenía mis dudas —le confesé—. Pero ahora me alegro mucho de que te empeñaras en que se mudara con nosotros. No parece la misma chica atormentada que llegó en septiembre.

—En gran parte se debe a ti. Tú le has dado una razón muy poderosa para que haya recuperado las ganas de vivir.

—Ella también me ha devuelto la esperanza —dije mirando hacia los bosques—. Creo que ambas nos estamos ayudando a comprender mejor quiénes somos en realidad.

—Sí, y por eso creo que ha llegado el momento de pedirte un favor.

— ¿El qué?

—Necesito que vengas a verme cuando puedas. Debo explicarte algo muy importante —dijo enigmática.

—Puedes contármelo ahora —le propuse.

—Prefiero hacerlo con más tranquilidad. Hoy no es el mejor momento.

—Como quieras —acepté resignada.

—La próxima vez que vengas a Madrid avísame y hablaremos.

— ¿No puedes decirme aunque sea de qué se trata? —insistí.

—No te alarmes, no se trata de nada malo. Es más bien una puerta abierta a la esperanza, un giro inesperado de la vida que podría ser un regalo para el futuro de Quinn. —Su tono tranquilizador apaciguó mi temor a que se tratara de una mala noticia. Pero aun así, me dejó muy intrigada.

Cuando Ángela se marchó aquella tarde, me despedí de ella con la promesa de que iría a visitarla en cuanto me fuera posible. Pero durante la semana siguiente no pude sacar ni un hueco libre. Me quedaba un último examen, el que más me aterrorizaba. El viernes sería la prueba oral de la clase de Información y todavía no había elegido un tema sobre el que hablar.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora