Rachel
Cuando abandonamos el café ya había anochecido. Nos dirigimos hacia la Gran Vía paseando por la comercial y bulliciosa calle de Fuencarral. Las miles de luces navideñas que adornaban Madrid parecían festejar que por fin ambos nos hubiéramos sincerado. Fantaseé con la idea de que la ciudad se iluminaba para darnos la bienvenida. Mientras paseábamos, nos íbamos deteniendo en los escaparates para echar un vistazo. Me di cuenta de que aquél era el mejor comienzo de año que había tenido nunca.
Llegamos por fin a la Gran Vía, donde un torrente de gente subía y bajaba sin cesar. Quinn se detuvo tras de mí, y me atrapó entre sus brazos apoyando su pecho en mi espalda. Comenzaba a hacer mucho frío y el calor de su cuerpo me resultó aún más acogedor.
Permanecimos pegadas la una a la otra mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar. Era una delicia sentirme tan protegida.
—Sólo unas calles más y llegaremos a tu sorpresa —anunció, mirando la hora en su reloj.
— ¿Pero no me has sorprendido ya bastante con la invitación a comer? —había dado por sentado que ése era el secreto del que había hablado.
—No, eso era sólo un aperitivo, señorita —me aclaró riendo—. La sorpresa de verdad empieza a las ocho y media. Es decir, exactamente en tres cuartos de hora.
El semáforo cambió de color y un hormiguero de peatones se dispuso a cruzar la Gran Vía. Quinn se situó delante de mí y, tirando suavemente de mi mano, se abrió paso entre el gentío. Madrid en esas fechas era una auténtica locura. Bajamos por la calle Montera hasta la Puerta del Sol, donde giramos a la izquierda para tomar la calle de Alcalá. Una larga cola surgía del teatro Alcázar y fue allí donde por fin nos detuvimos.
—Ya hemos llegado —dijo señalando el cartel del teatro, que anunciaba la representación de Arte, una obra que hacía tiempo quería ver. Hacía unos años había estado en cartel, pero cuando por fin me había decidido a sacar las entradas ya la habían quitado.
Mi madre me había avisado de que volvía a estar en cartelera y tenía en mente no dejar pasar la oportunidad esta vez, pero alguien se me había adelantado...
— ¿Cómo has sabido que me moría por ver Arte? —pregunté atónita.
—Tengo mis fuentes...
—He de decir que te informas muy bien. ¡Muchísimas gracias! —El chivatazo se lo tenía que haber dado mi madre. ¿Cómo se las apañaba para estar siempre al tanto de todo?
—Me alegra comprobar que no me he equivocado. Lo he organizado todo tan deprisa que temía que ya tuvieras entradas para otro día.
—Has tenido suerte, aún no las había comprado.
— ¡Menos mal! —suspiró aliviada.
La cola avanzaba deprisa y en unos minutos estuvimos sentadas en un pequeño palco situado muy cerca del escenario. Nadie ocupó las otras dos sillas, así que disfrutamos de la función a solas. ¿Podía existir una cita más perfecta?
La obra de Yasmina Reza no me decepcionó en absoluto. Era inteligente, mordaz e hilarante al mismo tiempo. Los diálogos eran tan rápidos y brillantes que me mantuvieron absolutamente atenta. Los tres actores encarnaban a la perfección sus personajes, saltando con una apabullante facilidad de momentos muy cómicos a otros muy duros y crueles. Cuando se bajó el telón, lamenté de verás que ya se hubiese terminado. Pocas veces había disfrutado tanto con una representación.
Al salir del teatro nos dirigimos caminando al vecino barrio de Huertas. De nuevo hambrientas, buscamos una tasca para tomar unas tapas y comentar nuestras impresiones sobre la obra. Terminamos sentándonos en un bar de la plaza de Santa Ana donde tuvimos la suerte de toparnos con una mesa libre en un rincón. Aquella noche toda la ciudad parecía haber salido de casa y encontrar un sitio donde cenar era como jugar una quiniela.
ESTÁS LEYENDO
La canción número 7 (Faberry)
Teen Fiction- ¿Me ayudarás? - preguntó él al otro lado de la línea. - Sí, lo haré. Ya es hora de que conozca la verdad - respondió ella, sentada en la confortable butaca de su salón, mientras contemplaba los árboles del madrileño parque del Retiro- , pero debe...