La llave IV

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Quinn

Mi guitarra parecía flotar entre mis manos. Tenía la impresión de que me hallaba muy lejos del suelo, pues no sentía mis pies sobre el escenario. El acelerado ritmo de aquella canción me obligaba a moverme con extrema rapidez. Mis manos volaban sobre los trastes... arriba y abajo. Las notas cambiaban a la velocidad de la luz, sin darme casi tiempo a respirar. Finn me seguía de cerca, acompañándome con su guitarra en aquel largo preámbulo en el que todavía no cantaba. Era un parte básicamente instrumental. El sonido del bajo de Mike enseguida entró en juego, marcando el ritmo con un nuevo matiz más grave y acompasado que nuestras agudas y rápidas guitarras eléctricas.

Unos segundos después la batería hizo su aparición y el clamor del público fue ensordecedor: aquella pieza era de sobra conocida por todos. Tal y como a mí me había parecido la primera vez que la escuché, era sencillamente sublime. Su vertiginoso ritmo, el crescendo de sus acordes, la forma en la que los instrumentos iban despertándose para unirse a la solitaria guitarra con la que había comenzado, creaban una sensación de suspense que terminaba explotando cuando todos los instrumentos se juntaban y Finn finalmente comenzaba a cantar.

Mi pie derecho golpeaba el suelo, ayudándome a sentir cada nota, cada cambio, y mis ojos cerrados me permitían disfrutar del eco de la música que, como una droga, trepaba por mis venas llevando mis niveles de adrenalina al límite. Aquel éxtasis era mejor que nada en el mundo, sólo comparable a la sonrisa que me dedicó Rachel desde la primera fila cuando abrí los ojos y la vi botando junto a Kitty; como dos posesas, disfrutaban de la canción tanto como nosotros. El estribillo se repetía una vez más y vi cómo Rachel movía sus labios, pronunciando cada una de las palabras con un frenesí enloquecedor. Imaginé que estaría cantando a todo pulmón, sin avergonzarse de su preciosa voz, pues ésta se diluía entre la música que sonaba a todo volumen en los potentes altavoces, con lo que nadie podía distinguirla entre el gentío. No pude evitar detener mi mirada sobre ella. Su rostro estaba iluminado por una expresión de completo gozo; se me pareció más bonita que nunca. En contra de lo habitual, no apartó la mirada. Me observaba desafiante, incluso coqueta, sonriéndome de una forma que hizo que continuara tocando mi guitarra absorto, sintiendo que tocaba el cielo, preso de un completo delirio. La música parecía haber calmado a la fiera; se mostraba muy distinta a la chica inaccesible de las últimas semanas. Ahora me observaba alegre y me regalaba con sus ojos toda su calidez.

Por enésima vez, me pregunté cómo podía ser tan voluble.

Los últimos acordes de aquella canción me hicieron volver a la tierra. Miré en el folio que tenía a mis pies cuál era el siguiente tema que habíamos decidido interpretar. Pisé el pedal del delay: necesitaba jugar con ciertos efectos acústicos para así conseguir que el sonido de mi guitarra se adaptara mejor a la suave y surrealista cadencia de aquella melodía. Era un tema algo futurista, y Finn lo interpretaba con tanto acierto que parecía un vagabundo del espacio. Mi ritmo cardíaco se ralentizó, apaciguándome, disfrutando de las lentas transiciones en las notas, más regulares y pausadas. La púa en mis dedos pulsaba las cuerdas de abajo arriba, arrancándoles un sosegado sonido y envolviendo al público en un apacible trance.

Volví a mirarla. Se balanceaba suavemente, sin levantar los pies del suelo, mecida por nuestros instrumentos. Su larga y oscura melena caía como una cascada sobre ese escote que por primera vez lucía sin tapujos. Nunca la había visto llevar una camiseta tan ceñida y sensual. Los huesos de sus clavículas se dibujaban desde la base de su garganta y recorrían su fina piel en direcciones opuestas hasta llegar a sus delgados hombros. Rachel aquella noche me quitaba la respiración... Llevaba unos grandes aros plateados que colgaban de los lóbulos de sus orejas, meciéndose al ritmo que marcaba su cuello. No la había visto nunca llevar pendientes o cualquier otro adorno, y le favorecían muchísimo. Pero seguía siendo ella, natural y auténtica, enigmática y sensual. Aquel sutil cambio de look acentuaba su belleza, pero sin dejar de ser ella misma.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora