Furia I

354 33 1
                                    

Quinn

Todavía me quedaba la música. Por lo menos eso nadie podía arrebatármelo.

Así que tocaba mi guitarra con más ímpetu que nunca. Más que tocarla, lo que hacía era aferrarme a ella.

Era el primer concierto de Cube en Madrid, así que todos estábamos eufóricos y llenos de energía. Era una sala bastante conocida, muy famosa por lanzar a la fama a muchos grupos. No es que me interesara demasiado dedicarme a aquello profesionalmente, nunca había sido una prioridad para mí. Mi sueño era vivir de la Arquitectura. La música era tan sólo una válvula de escape, una excusa para disfrutar más de la vida. Pero dado mi penoso estado de ánimo de la última semana y que los únicos momentos de paz los había conseguido gracias a aquel polvo blanco, se podría decir que, más que dirigirme hacia la profesión de arquitecto, estaba precipitándome al mundo del rock y a sus inevitables rincones oscuros. Parecía estar opositando al desastre, aunque, la verdad, me importaba una mierda. Por lo menos en aquel momento, en el que los cuatro nos concentrábamos en nuestras canciones, me sentía bien.

Mis dedos se perdían entre las cuerdas con libertad. Nuestra música sonaba de miedo. ¡Joder! De hecho, sonaba mejor que nunca.

El público parecía disfrutar al máximo con la puesta en escena de Finn. Era todo un showman y sabía cómo añadir el toque exacto de dramatismo a las letras de nuestras canciones. Aunque no lo admitía abiertamente, él sí soñaba con hacerse famoso y vivir de su voz, así que se entregaba sin reservas a su público. Era un hombre con gancho y sabía utilizar su magnetismo. No me resultaba difícil imaginarlo grabando video clips y dando entrevistas. Tenía madera de artista; eso nadie lo podía negar. Los demás nos dejábamos arrastrar por su ímpetu. Si eso terminaba trayendo alguna oferta interesante por parte de algún productor, ninguno nos íbamos a negar a la oportunidad de probar suerte. En esta vida nunca se sabe...

Miré hacia el público. El buen rollo que me había rodeado desde el principio del concierto desapareció en el instante que me percaté de su presencia; Rachel estaba entre el público junto a aquel tipo.

¿Qué cojones hacía el tal Ignacio en nuestro concierto? ¿Es que ella no tenía suficiente con destrozarme?...

No, seguramente la muy cobarde quería rematar la faena con su nuevo capricho cerca para que en cuanto me soltara la bomba, él la sacara de allí en su cochazo.

Mis brazos se tensaron y agarré la guitarra con más fuerza. La canción que comenzábamos a tocar era muy cañera, así que me refugié en sus rápidas notas para sacar la rabia que bullía dentro de mí.

No había visto a Rachel en toda la semana. Yo casi no había aparecido por casa, y cuando lo hacía era ya de madrugada. Un par de noches decidí quedarme en casa de Finn.

No quería verla, así no tendría la oportunidad de destrozarme aún más. Mi móvil había sonado varias veces mostrando en la pantalla su número, pero pasé de contestar. Me dejó varios mensajes de voz que ni siquiera me molesté en escuchar. El único remedio que se me ocurría para olvidarme de ella era borrarla de mi vida. El hecho de vivir en la misma casa se había convertido en un problema, lo que me hacía plantearme buscar otro sitio donde ir cuanto antes.

Finn me había ofrecido su casa, pero allí ya vivían varios compañeros y no quedaba sitio.

Tendría que apañármelas de otra forma. Mientras tanto la única solución era pasar el mayor tiempo posible alejada de la finca.

Comenzaba a hacer un calor insoportable bajo los focos del escenario. Noté cómo mi camiseta se empapaba en sudor y los vaqueros ardían sobre mi piel. En el cambio de una canción a otra, me giré para coger una de las toallas apiladas detrás de uno de los altavoces y me sequé la cara. Di un largo sorbo a la copa de Jack Daniels que acababan de dejar a mis pies.

El alcohol me ayudaría a soportar el resto del concierto. Tenerla frente a mí, flanqueada por Ignacio, era algo que no esperaba tener que soportar aquella noche. A decir verdad, no contaba con que fuera a hacer acto de presencia. Había dado por hecho que ella ya no se interesaría por nuestra actuación de aquella noche. Pero claro, yo no era la única del grupo que ella conocía; Finn y los demás eran sus amigos desde hacía mucho tiempo.

Empezaron los acordes de la siguiente canción. Era más sosegada y triste que la anterior, más afín a mis sentimientos si cabe. Finn hablaba de desamor y de rabia, mucha rabia, en aquella letra. El estómago se me hizo un nudo. El muy cabrón parecía describir lo que yo sentía en aquel preciso momento. Aproveché los segundos en los que el sonido de mi guitarra no era necesario para agacharme y beber el resto del vaso. El whisky bajó por mi garganta quemándome. Le pedí al camarero con un gesto que me trajera otro. No pensaba permanecer sobria mucho más tiempo; no aquella noche.

Volví a aproximarme al público arrancándole a mi Epiphone unas desgarradoras notas que conducirían aquella canción a su momento álgido, el instante en el que el dolor se hacía más que evidente. Tocaba mirando al suelo, cerrando los ojos, luchando por no hacer estallar las cuerdas de mi guitarra con la púa que mis dedos sujetaban con tanto odio. Le odiaba, sí; odiaba a aquel hombre que se encontraba a tan sólo unos metros, desdibujado entre el público. Le detestaba por quitarme lo que más quería, por robarme mi felicidad. Levanté la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos. Me sorprendió lo que vi en ellos. Me miraba con una admiración que no entendía. ¿Qué más le daba a él que yo fuera buena con la guitarra? Parecía satisfecho, incluso orgulloso, como si él hubiera sido mi mentor o me hubiera ayudado a llegar hasta allí. Su expresión me pareció inverosímil, casi como una burla. Él me quitaba a Rachel, pero parecía deslumbrado por mi habilidad con la música.

Quizá mi imaginación me estaba jugando una mala pasada, era imposible que aquel hombre sintiera ninguna afinidad conmigo. No me conocía, éramos rivales. Si por algún motivo que escapaba a mi comprensión aquella atenta mirada era real y él sentía cierta simpatía por mí, en cuanto acabara el concierto me ocuparía de que me odiara aún más de lo que yo le odiaba a él. No se iba a ir de aquel local de rositas. ¡Eso ni de coña!


La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora