Sombras III

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Quinn

—Oye amiga, ¿te pasa algo? —me preguntó Finn.

Los demás ya se habían ido. Sólo quedábamos nosotros en aquel destartalado almacén donde atronábamos con nuestros instrumentos las viejas y descoloridas paredes. Se aproximaba otro concierto, esta vez en un conocido local de Madrid, y volvíamos a concentrarnos de lleno en nuestra música. Iba a ser una oportunidad para que Cube diera un salto y empezara a ser conocido en los círculos de música alternativa de la capital.

—Hay algo que me tiene jodida —respondí, cerrando bruscamente la funda de mi guitarra.

— ¿Muy agobiada con la carrera? —me siguió interrogando.

—No, gracias a Dios eso va bien. Es Rachel, está muy rara últimamente.

— ¿Y eso? —preguntó extrañado.

—No lo sé. Desde que volvimos de las vacaciones de Semana Santa anda muy esquiva. Te parecerá que soy un paranoica, pero te juro que me evita.

—Puede que esté pasando por una de sus malas rachas —me advirtió—. Ya sabes que es una persona inestable y no sería la primera vez que se encierra en ella misma.

Finn la conocía muy bien, eran amigos desde niños y, a juzgar por su comentario, él estaba al corriente de los vaivenes emocionales que sufría mi novia.

—Ya he pensado en eso, pero creo que esta vez no es una depresión. Más bien creo que se está cruzando alguien.

—Un momento... ¿insinúas que Rachel puede estar interesada en alguien más? — inquirió incrédulo.

—No estoy segura, pero tengo indicios de que eso podría estar ocurriendo.

Me miró de hito en hito.

—No te lo tomes a mal, pero creo que te estás rayando. Ella no es de ésas.

—No sé, no digo que me esté engañando deliberadamente, lo que creo es que está deslumbrada con ese hombre.

— ¿A qué hombre te refieres?

—A su profesor de teatro, se pasan el día juntos —respondí llena de rabia.

—Es normal, queda poco para el estreno y Rachel es de esas personas que cuando se compromete con algo no se queda a medias —trató de tranquilizarme.

—No creo que para involucrarte en algo sea necesario mentir y andar con excusas —bramé, recordando su misteriosa escapada de la tarde anterior y el plantón que me dio después—. Ayer, por ejemplo, se marchó de repente, anulando nuestros planes de ir al cine. Dijo que Kitty necesitaba verla y me dejó tirada.

—Entonces, ¿qué tiene que ver ese tipo con todo esto? —inquirió confundido—. Kitty es su mejor amiga, y con lo del divorcio de sus padres debe de andar muy fastidiada. Necesitaría estar con Rachel, debes comprenderlo.

—Y lo comprendería si realmente hubiera estado con ella. Pero cuando volvió, casi a media noche, quien la trajo de vuelta no era Kitty, sino el tal Ignacio. Me estaba fumando un cigarro en la terraza cuando les vi aparecer en aquel imponente BMW serie seis. Tú y yo sabemos que Kitty no conduce un coche de ese calibre...

—No. Que yo sepa los Seat no mutan de repente cuando tienen más de una década —bromeó Finn, que conocía de sobra el destartalado Ibiza amarillo de Kitty—. ¿Pudiste ver quién conducía ese cochazo?

—La farola del jardín iluminaba claramente el interior del vehículo. Se trataba de ese profesor; no me cabe ninguna duda. Y para colmo, se despidieron con un efusivo abrazo—añadí, notando cómo la furia ascendía por los músculos de mi cuello.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora