Sombras IV

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Quinn

Ciento veinte. Ciento cuarenta. Ciento sesenta...

Mi pie sobre el acelerador no quería dejar de presionar. Necesitaba sentir el potente motor de mi coche y sólo concentrarme en conducir, ya que de lo contrario mi mente no pararía de martillearme con aquellos pensamientos sombríos que me acechaban. Muchas cosas parecían estar tomando un cariz demasiado oscuro y eso me hacía sentir intranquila.

Desde el viaje a la casa de la playa, donde los angustiosos recuerdos de mi niñez se habían despertado de nuevo, me sentía extraña. Había tratado de alejar esa sensación, pero no podía. Un miedo irracional a que todo volviera a torcerse me perseguía constantemente.

Volvía de visitar a mi abuela con una extraña y desconcertante sensación. Desde mi última visita, su salud parecía haber empeorado notablemente. La encontré muy desmejorada y con un aspecto mucho más débil de lo que era habitual en ella; la fuerza de su mirada se había desvanecido, dejando sus ojos apagados y tristes. A pesar de lo evidente que resultaba que no se encontraba bien, la muy cabezota se había empecinado en convencerme de que no le ocurría nada, que simplemente había pasado por una latosa gripe que la había dejado muy cansada. No me lo tragué. Su aspecto no parecía el resultado de algo tan nimio. Me ocultaba la verdad, y eso me enfurecía.

Igual que me enfurecía la actitud de Rachel últimamente. Su repentino distanciamiento me tenía en vilo. No podía apuntar a algo en concreto. Era más bien la suma de muchos detalles lo que me hacía sospechar que algo le ocurría. Se mostraba excesivamente esquiva y distante. En ocasiones, incluso parecía molestarle mi presencia. Yo me devanaba los sesos para encontrar una razón, pero nunca llegaba a una conclusión, ya que no había ocurrido nada entre nosotras que justificara su modo de actuar. No habíamos discutido, ni tampoco se había producido ninguna situación que pudiera explicar su extraño hermetismo. Era como si de repente una corriente de aire hubiera cerrado la puerta de un portazo, dejándonos a cada una en el lado contrario sin previo aviso, y sin la llave para poder abrirla de nuevo. Yo llamaba insistentemente para que me abriera, pero ella no parecía oírme.

Lo que más me preocupaba era pensar que quizá sus viejos fantasmas hubieran regresado, siendo los causantes de aquel mutismo que le mantenía encerrada al otro lado.

Aunque aún me inquietaba más la idea de que se estuviese alejando de mí voluntariamente; eso dolería demasiado.

Había intentado sin éxito acercarme a ella. Siempre me topaba con la misma respuesta: Llego tarde al ensayo; he quedado con Kitty; tengo que estudiar... Cualquier excusa era válida para no tener que quedarse a solas conmigo. Había tratado de desechar de mi mente la posibilidad de que ya no sintiera lo mismo, de que sus sentimientos hubieran cambiado, porque sencillamente eso me hacía polvo. Sin embargo, aunque tratara de hacer oídos sordos, mi intuición apuntaba a que eso podía resultar más que probable. Sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que compartía con aquel tipo de las clases de teatro.

Reduje la velocidad al aproximarme a la salida de la autopista que se dirigía a Montegris. A pesar de haber conducido como una suicida durante todo el trayecto, mi cabeza no había conseguido despojarse de todas aquellas cavilaciones. Sentía que todo lo que me preocupaba se agolpaba en mi cerebro como un montón de piedras.

Conduje por la carretera comarcal hasta llegar al centro del pueblo, donde me desvié hacia el barrio de la universidad. No quería ir a casa aún. Necesitaba estar sola.

Recordé que debía hacerme con un libro para terminar de preparar uno de mis exámenes, así que dirigí mi coche hasta la gran librería del campus. Allí encontraría lo que buscaba, ya que tenían todos los títulos habidos y por haber. Era una tienda inmensa, donde los pasillos repletos de libros parecían no tener fin. Me perdí entre las altas estanterías que delimitaban la sección de Arquitectura y busqué con la mirada los volúmenes que trataban sobre Planificación y Gestión de Proyectos. Por fin lo hallé, al final del corredor. Estaba a punto de dirigirme hacia la caja cuando una voz que parecía surgir de entre los libros llamó mi atención.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora