Océanos I

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HOLA, BUENAS NOCHES.

PRIMERAMENTE QUE NADA, MIL DISCULPAS POR NO ACTUALIZAR ESTA HISTORIA PERO NO HABÍA TENIDO TIEMPO. GRACIAS POR SUS COMENTARIOS Y BIENVENIDOS A LOS NUEVOS LECTORES.

NO SE PREOCUPEN, QUE SEGUIRÉ LA HISTORIA, NO LOS DEJARÉ A MEDIAS.

NUEVAMENTE GRACIAS.

ESPERO DISFRUTEN LEYENDO ESTE CAPÍTULO.

Rachel

La pequeña pantalla que tenía justo delante de mi asiento indicaba que nos hallábamos sobre Groenlandia. Estábamos sobrevolando el atlántico norte en plena noche. La mayoría de los pasajeros de aquel vuelo de British Airways estaban dormidos. La cabina de aquel enorme avión se hallaba tenuemente iluminada, casi a oscuras, pero yo era incapaz de dormir. Me hallaba sentada junto a la ventanilla y mis ojos se perdían en la negrura de la noche.

Lo único que alcanzaba a distinguir eran unas remotas y brillantes estrellas. Imaginé que una de ellas era Ángela, iluminando mi camino, a pesar de que no había podido cumplir mi promesa de cuidar de Quinn. Ella me lo había impedido, y Ángela lo sabía. Dónde fuera que se encontrara, quizás en alguna dimensión paralela a la nuestra, comprendía que no había tenido elección y no me culpaba por ello. Seguramente el cielo no se halle por encima de nuestras cabezas (como tradicionalmente siempre pensamos); no obstante, no podía evitar sentirla más cerca desde allí arriba.

Me acurruqué con la manta que las azafatas me habían proporcionado y estiré un poco las piernas. Había tenido la suerte de que el asiento de al lado estuviese vacío, así que pude (por decirlo de alguna forma) viajar con cierta comodidad. Mientras escuchaba música en mi iPod, observé mi muñeca vacía. Gracias al sol la marca del brazalete casi había desaparecido, pero aún extrañaba no llevarlo puesto.

"Más vale que te acostumbres", me dije a mí misma, "Eso es el pasado y ahora te diriges hacia tu futuro, hacia una nueva Rachel que tú solita tienes que descubrir"

Aquella precipitada escapada iba a durar dos meses. Gracias a Ignacio, que se puso a mover hilos entre todos sus contactos, encontré la excusa perfecta para dejar Montegris lo antes posible. Paul, un tipo que había sido compañero de piso de Ignacio durante su estancia en Nueva York, había regresado un par de años atrás a su California natal. Su familia poseía un rancho en el precioso condado de Marin, situado a tan sólo unos kilómetros al norte de San Francisco, con lo que había decidido aprovechar la oportunidad para montar una escuela de equitación. Aquel verano iba a organizar, por primera vez, un campamento de equinoterapia con el fin de convertirlo en algo permanente si la experiencia tenía éxito. Para ello estaba buscando a gente que estuviera dispuesta a formar parte del equipo multidisciplinar necesario para poner en marcha su plan. Necesitaba, entre otros, a médicos, psicólogos, pedagogos, y a jinetes experimentados que ejercieran de instructores. En cuanto Ignacio se enteró de mi firme intención de salir de España durante el verano, me puso inmediatamente en contacto con su amigo. Aquella oportunidad estaba hecha a mi medida: era una buena amazona y mi nivel de inglés era bastante avanzado. Además, desde el momento que había preparado aquella noticia sobre la terapia con caballos, no había dejado de informarme sobre el tema. Me fascinaba el hecho de que algo que yo siempre había utilizado inconscientemente como una válvula de escape fuera, de hecho, una práctica para aliviar un gran abanico de patologías. Cuando, tras intercambiar una serie de e-mails con Paul, éste decidió ofrecerme un puesto de monitora en su rancho no lo dudé ni un segundo; necesitaba salir de Montegris cuanto antes. Por eso me encontraba en aquel vuelo, camino a un lugar desconocido donde poder empezar de cero.

Había decidido llegar unos días antes del inicio del campamento pues quería familiarizarme con la ciudad y sus alrededores. Paul me recogió en el aeropuerto internacional de San Francisco tras aquel largo viaje con escala en Londres. Llegué agotada pero llena de adrenalina. Ni las más de dieciséis horas de viaje, sumadas a las nueve horas de diferencia horaria, consiguieron robarme la ilusión por aquella aventura que emprendía.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora