Rachel
El silencio continuó, por todas partes, vaciándolo todo.
El silencio de la biblioteca, donde pasaba horas estudiando entre examen y examen; el silencio de mi habitación, despojada del murmullo de la guitarra al otro lado del tabique; el silencio de mi teléfono móvil, en espera de una llamada que nunca se producía; y mi propio silencio, ya que desde que ella se había ido apenas me molestaba en hablar. Mi garganta tan sólo cobraba vida para interpretar a Nora, entonces sí sonaba clara y fuerte, pero el resto del tiempo enmudecía. Lo cierto es que no tenía nada que decir, así que me concentré en sacar mi tercer año de carrera adelante y en asistir a los ensayos puntualmente.
No quería pensar, no quería sentir. Sobrevivía a base de mantenerme ocupada.
No dejaba que nadie se me acercase, ni siquiera Kitty, que se esforzaba por sacarme de mi letargo sin éxito alguno. Ella también lo estaba pasando mal. El divorcio se estaba complicando y, ahora que había retomado el contacto con su padre, se hallaba entre la espada y la pared. Hasta el momento había estado claramente posicionada a favor de su madre, no obstante, cuanto más conocía la postura de su progenitor, más le comprendía a él también. No podía tomar parte por ninguno y eso la desquiciaba. Ella me necesitaba, pero me sentía tan vacía que no podía ayudarla. Como yo no tenía ganas de decir ni una palabra tan sólo podía escucharle. Y ella, por lo menos, se desahogaba durante los descansos en los que abandonábamos la biblioteca para acercarnos a la cafetería. Afirmaba que aunque yo apenas hablara, el simple hecho de que me encontrase allí para oír sus penas ya era suficiente consuelo. Me sentía una completa y total egoísta, pero no podía hacer nada para remediarlo.
Lo mismo me sucedía con Ignacio, que andaba como alma en pena por el giro que había tomado la situación con Quinn y el empeoramiento de la salud de Ángela. Él la visitaba a menudo, cerciorándose primero de que su hija no estuviese con ella, ya que no podría explicar su presencia puesto que ésta aún desconocía el lazo que les unía. Mi madre también la visitaba, así que ambos me mantenían informada de cómo se encontraba aquella excepcional mujer a la que había traicionado, razón por la cual no tenía el coraje de ver cara a cara. Ella me había hecho llegar el mensaje de que no se hallaba enojada conmigo, y aun así no podía ir. No podía correr el riesgo de encontrarme con Quinn; no me quedaban fuerzas para mirarle a los ojos. Ella me había herido en lo más profundo y yo le había fallado estrepitosamente. No teníamos nada más que decirnos. Se había acabado.
Mi madre insistía en que la llamara al menos, que se alegraría enormemente de escuchar mi voz, pero como ya he dicho, ésta se había apagado y no creía que fuera a ser capaz de decir ni una palabra por el auricular. Respirar ya me costaba demasiado; mantener una charla con Ángela me parecía del todo imposible. Me dolía sentirme así, sabía que a ella no le quedaba mucho tiempo, pero no me sentía capaz de marcar su número.
La tristeza se había apoderado de todo lo que me rodeaba. Todos aquellos a los que amaba sufrían. De repente la vida volvía a perder el sentido y mis ataques de angustia y ansiedad volvían a despertar. Me estaba hundiendo y esta vez ni siquiera Susana iba a poder rescatarme; el dolor era más fuerte que nunca y el vacío tan infinito que no alcanzaba a adivinar su dimensión.
Lo curioso fue que, a pesar de que mi reloj interno se hubiese detenido, la vida siguió transcurriendo. La época de exámenes tocaba a su fin y sólo quedaba un último esfuerzo para que el curso finalizara. Aquel año universitario había pasado tan rápido... Sólo las últimas semanas parecían haberse deslizado lentas y agónicas por el calendario. Tras un invierno lleno de novedades, aquella recta final se ralentizaba, dando la sensación de que ahora la vida transcurría a cámara lenta. Incluso mis movimientos eran más pesados, tenía la sensación de que en lugar de andar me arrastraba. Era como si la fuerza de gravedad tuviese más poder sobre mí. La tierra me quería tragar y yo apenas tenía fuerzas para oponer resistencia.
ESTÁS LEYENDO
La canción número 7 (Faberry)
أدب المراهقين- ¿Me ayudarás? - preguntó él al otro lado de la línea. - Sí, lo haré. Ya es hora de que conozca la verdad - respondió ella, sentada en la confortable butaca de su salón, mientras contemplaba los árboles del madrileño parque del Retiro- , pero debe...