Furia II

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HOLA, BUENAS MADRUGADAS.

PERDÓN POR NO HABER SUBIDO ANTES, PERO ANTES QUE NADA FELIZ AÑO 2016, LES DESEO LO MEJOR PARA ESTE AÑO.

BUENO, LOS DEJO PARA QUE SIGAN LEYENDO.

Rachel

Estaba decidida a hacerlo, aquello ya se me había ido demasiado de las manos.

En cuanto el concierto terminara y ellos bajaran del escenario, hablaría con ella. Había conversado largo y tendido con Ángela, pero ella seguía insistiendo en que no le dijera nada a Quinn de su enfermedad. No obstante, ella merecía saberlo. Ángela estaba empeorando con demasiada rapidez, y si seguíamos ocultándoselo, Quinn iba a perder el escaso y valioso tiempo que le quedaba para disfrutar de su compañía. Aquello le iba a doler, y mucho. Sin embargo, me veía obligada a traicionar la confianza de su abuela para informarle de la situación. Más doloroso sería perderla de repente, sin previo aviso. Eso le dejaría hundida para siempre, y mi deber era evitar que Ángela le dejara como lo habían hecho sus padres (mejor dicho, su madre y su tío) sin oportunidad de despedidas.

Sabía que me rehuía intencionadamente. Se había cansado de mi insólita actitud y no era de extrañar. Llevaba semanas evitándole porque no sabía cómo enfrentarme a ella cuando le estaba ocultado tanta y tan vital información. De hecho, aquella última semana no había aparecido prácticamente por casa. Hacía días que no cruzábamos palabra alguna. La desconfianza que se había generado entre nosotras por culpa de mi silencio estaba dinamitando nuestra relación. Mi decisión de sincerarme con ella no era cien por cien altruista: en parte lo hacía por mí. No quería perderle por completo, pues eso significaría perderme yo también.

Durante todo el tiempo que estuvo subida al escenario, tocando aquella guitarra que era parte de sí misma, no me miró más que una sola vez. Sus ojos me asustaron. Me atravesaron como un puñal, fríos y distantes. Creí adivinar un cierto desdén en su expresión y eso me desgarró por dentro. A saber qué ideas pululaban detrás de su gélida expresión.

Jamás me había mirado así y sentí un terror indescriptible. ¿Tanto podían haberle enfriado mis silencios?

Ignacio se había empeñado en acompañarme. Sentía una gran necesidad de acercarse a Quinn y, a pesar de que le había desaconsejado que lo hiciera, vino igualmente. No era ni el momento ni el lugar para tratar de conocer mejor a su hija; sin embargo, la curiosidad por verle tocar fue más fuerte que el sentido común. Allí estaba, de pie junto a mí, contemplándole totalmente fascinado. Sabía que esperaba paciente a que Cube acabase de tocar para darle la enhorabuena. Albergaba la esperanza de que con esa excusa su hija le diera la oportunidad de charlar un rato. En cambio, yo presentía que eso no iba a suceder.

Cuando por fin los instrumentos dejaron de sonar, el público se fue desperdigando y el local se iluminó levemente. La música del pincha llenó el hueco que el grupo había dejado vacío en el aire. Mis amigas salieron disparadas a la barra a por otra copa. Le pedí a Ignacio que las siguiera para poder acercarme a Quinn a solas. No era buena idea hacerlo acompañada de un tipo del cual ella recelaba tanto. No era una ilusa; sabía que Quinn no encajaba muy bien mi amistad con Ignacio. Era lógico: ella desconocía la verdadera razón por la que pasábamos tanto tiempo juntos.

Me acerqué a la escalera situada junto al escenario. Ellos aún seguían recogiendo sus instrumentos, pero Quinn no estaba. Me giré para ver si le divisaba alrededor, aun así no le vi. Iba a subir las escaleras para preguntar por ella a sus compañeros cuando sentí una mano que me agarraba con fuerza del brazo, tirando de mí hacía atrás.

Al volverme para ver de quién se trataba casi no pude reconocer aquellas pupilas. Estaban tan dilatadas que no quedaba rastro alguno en aquellos ojos del precioso reflejo avellana a los que me tenían acostumbrada. Parecía agitada y me miraba con una expresión algo grotesca. ¿Era mi imaginación o Quinn estaba colocada?

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora