Quinn
Cuando desperté por la mañana Rachel no estaba en la cama. Me había dejado una nota avisándome de que había bajado a la playa hacía ya más de una hora. Era extraño volver a estar allí, en esa casa donde había pasado tantos veranos con mis padres y con mi abuela. Aquellas viejas paredes encaladas encerraban muchos recuerdos, quizá más de los que a mí me gustaría. No había vuelto desde su muerte. Si me había atrevido a hacerlo en esta ocasión era porque Rachel venía conmigo, con lo que no estaría sola ante el pasado. Su compañía me distraería y no permitiría que mis fantasmas me acechasen constantemente.
Pero en aquel preciso momento, en el que regresaba de la cocina con una taza de café en mis manos, ella me había dejado a solas para ir a la playa y la casa parecía desafiarme, obligándome a recordar. Me detuve delante de la habitación que durante tantos años había ocupado cada verano. La puerta estaba cerrada. Al poner la mano en el picaporte, sentí una sacudida dentro de mí; estaba a punto de abrir un hueco a mi pasado. La puerta se abrió emitiendo un agudo chirrido, ya que probablemente nadie había entrado allí en mucho tiempo.
Tan sólo Candela lo habría hecho de cuando en cuando para airear la estancia y evitar que la humedad se hiciera con ella. La habitación estaba muy oscura, así que encendí la vieja lámpara del techo.
Todo seguía igual. Exactamente igual que la última vez que había estado allí.
Dejé la taza de café sobre la cómoda y me agaché para mirar bajo la cama. Allí estaba la vieja maleta donde solía esconder mis tesoros más preciados, incluyendo la guitarra que mi padre tanto detestaba. Tiré de ella y la deslicé hasta mí. Cuando me disponía a abrirla, un recuerdo enterrado salió de su tumba.
Yo debía de tener apenas diez años y me encontraba en aquella misma posición, a punto de abrir la maleta, cuando escuché unos fuertes pasos que se acercaban por el pasillo.
Temiendo que fuera mi padre y descubriera mi secreto, no lo dudé: metí la maleta bajo la cama, escondiéndome yo también. Estirada por completo para poder caber en aquel estrecho recoveco, sentía el frío suelo de cerámica en mi mejilla. El corazón me latía muy rápido, aterrorizado porque mi padre me descubriera. Él no quería que jugara demasiado en vacaciones. Estaba obsesionado con que mi deber era seguir estudiando, sin importar que hubiera aprobado todas las asignaturas en junio con excelentes calificaciones. Era un obseso de la disciplina y el sacrificio, y estaba decidido a inculcarme esos hábitos.
Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, hasta que pude ver sus mocasines adentrándose amenazadores en el dormitorio.
— ¿Quinn? —llamó con su intimidante voz, mientras yo tiritaba de miedo bajo la cama.
El sonido de los tacones de mi madre fue lo siguiente que escuché.
— ¿Sabes dónde está Quinn? —le preguntó él malhumorado.
—La última vez que la he visto estaba jugando en el jardín —respondió ella con mucha calma, como si no le afectase lo más mínimo el tono autoritario de mi padre.
—Debería estar ya aquí, haciendo sus tareas.
—Está jugando, que es precisamente lo que le corresponde a su edad.
—Judy, la estás mal criando —le avisó él con suficiencia—. Y contradiciéndome constantemente lo único que consigues es confundirle. Tiene que saber quién tiene aquí la autoridad.
Una sarcástica carcajada surgió de la garganta de mi madre. Una risotada llena de hastío y amargura.
—No sabía que fueras un general del ejército —se mofó ella—. Creí haberme casado con un abogado...
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La canción número 7 (Faberry)
Teen Fiction- ¿Me ayudarás? - preguntó él al otro lado de la línea. - Sí, lo haré. Ya es hora de que conozca la verdad - respondió ella, sentada en la confortable butaca de su salón, mientras contemplaba los árboles del madrileño parque del Retiro- , pero debe...