Rachel
Tal y como le había prometido, llamé a Ángela a mi regreso y acordamos vernos el sábado por la tarde. Tuve que inventar una excusa para que nadie, ni siquiera Quinn, sospechara nada sobre aquel encuentro furtivo. Alegué que el motivo de mi viaje a Madrid era visitar una biblioteca de la ciudad para buscar información que completara un artículo que estaba preparando para el periódico. Gracias a Dios, no insistió en acompañarme, ya que tenía ensayo con el grupo. Quedamos en encontrarnos en el bar de los billares cuando regresara por la noche.
En cuanto terminé de comer, renuncié a mi habitual siesta de los sábados y me dirigí directa a mi coche. Mientras conducía por la autovía, me pregunté qué sería exactamente aquello que Ángela me quería confiar. ¿Cuál sería aquella verdad oculta a la que se había referido? ¿Qué podía ser tan importante y esperanzador para el futuro de Quinn? Y lo que más me preocupaba: ¿qué papel jugaba yo en aquel misterio?
Traté de calmar mi impaciencia pensando en que obtendría las respuestas a todas aquellas preguntas esa misma tarde. Llegué a la residencia y aparqué justo frente a la puerta. Cuando bajé del coche, ella ya descendía por la escalinata de piedra. Hacía una bonita tarde de primavera y, evidentemente, Ángela quería aprovechar mi visita para salir de la residencia. Parecía algo pálida y me dio la impresión de que estaba más delgada, pero la gran sonrisa que me dedicó al aproximarse iluminó su cara. Me saludó con tanto entusiasmo que mi preocupación se esfumó. Parecía tan alegre como siempre.
— ¡Hola, Rachel! —exclamó abrazándome—. Muchas gracias por venir.
—De nada. Ya sabes que es un placer.
— ¿Qué te parece si, para hacerlo aún más placentero, vamos a algún sitio al aire libre? Así hablaremos más tranquilas —propuso de muy buen talante.
—Me parece una idea excelente —acepté.
Subimos a mi coche y nos dirigimos al parque del Retiro. Sabía que a ella aquel lugar le traía muy buenos recuerdos. Ahora ya no podía pasear por allí a diario, tal y como solía hacer cuando vivía en su precioso piso situado frente a aquel paraíso que surgía en pleno corazón de la ciudad. Aparcamos en una calle próxima y, sorteando a la multitud de familias que paseaban por allí, llegamos hasta el lago. Tomamos asiento en una de las terrazas, lo que me hizo recordar mi primera visita a Madrid con Quinn. ¡Qué diferente era todo ahora y qué distinta me sentía yo apenas unos meses después!
— ¿Te gustó la casa de la Costa Brava? —me preguntó una vez que habíamos pedido unos refrescos al camarero.
— ¡Sí, me encantó! —respondí entusiasmada—. Es un lugar de ensueño.
—Por eso la compré. Fue ver aquellos parajes y saber que se iban a convertir en mi válvula de escape, un refugio para mí y para los míos.
—Quinn siente algo muy especial por aquel lugar.
—Es lógico. Allí pasó muy buenos momentos de su infancia conmigo y con sus padres —afirmó con nostalgia.
— ¿Sabes?... Fue un alivio ver cómo se enfrentaba al fin a su recuerdo. Aquella casa le obligó a hacerlo y, aunque estuvo un poco triste al principio, enseguida recobró la sonrisa.
—Me alegro de que así fuera. Hubo un tiempo en el que Quinn no quería saber nada del pasado. Supongo que era demasiado doloroso y prefería tratar de olvidar —me confió con tristeza.
—Tuvo que ser muy duro para ti. Siempre hablamos de ella, pero tú perdiste a tu única hija. No debió de ser nada fácil.
—No, no lo fue. —Sus ojos se tornaron infinitamente tristes—. El día del accidente me arrancaron el corazón del pecho. Y nunca lo recuperé del todo. Si sigue latiendo es por mi nieta; ella es la razón por la que seguí viviendo.
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La canción número 7 (Faberry)
Novela Juvenil- ¿Me ayudarás? - preguntó él al otro lado de la línea. - Sí, lo haré. Ya es hora de que conozca la verdad - respondió ella, sentada en la confortable butaca de su salón, mientras contemplaba los árboles del madrileño parque del Retiro- , pero debe...