Sorpresas III

523 40 1
                                    

Quinn

Sentada sobre la cama, con mi espalda apoyada en los mullidos almohadones, observaba la oscuridad de la bahía con Rachel recostada sobre mi pecho. Todo estaba en calma.

No se escuchaba ni un sólo sonido a nuestro alrededor. Cerré los ojos y disfrute del contacto de su piel mientras acariciaba su largo y brillante pelo. Ya no había ansiedad ni miedo ni angustia. Lo único que sentía era una inmensa y apacible felicidad.

— ¿Cómo has conseguido hablar con Nico sin que yo me enterara?— preguntó de repente.

—Paul me ayudó —respondí sonriendo—. Desde que llegué él me ha estado apoyando. Ignacio se encargó de avisarle de mi llegada.

— ¿Te das cuenta de que al final ha sido él quien nos ha vuelto a unir?

—Sí, gracias a él estoy aquí —admití—. Prácticamente me metió a la fuerza en ese avión.

Una cálida risa brotó de su garganta, y yo le seguí.

—Estoy muy orgullosa de ti. Has sabido enfrentarte a tus fantasmas de frente, y eso te ha permitido poder empezar de cero.

—No podía seguir viviendo con tanto odio. Esa amargura sólo podía provocar más dolor aún.

— ¿Por qué a veces cuesta tanto encontrar las respuestas? —suspiró—. Nos hundimos en lo más profundo, y cuando por fin sacamos la cabeza a la superficie, nos damos cuenta de que la solución estaba justo allí, flotando a nuestro lado.

—Rachel, lo que ocurre es que para poder verla con claridad hay que tocar fondo primero. Es la única forma de aprender. Sin errores no hay aciertos.

—Sí, y hay veces que lo que parece un desastre total te conduce a descubrir algo inesperadamente bello.

—Es como esas láminas que colgaste en mi cuarto. Si no hay días tristes y lluviosos, no podemos percatarnos de lo bonito que son los días soleados. Sin sombras no hay luz.

— ¿Cómo sabes que yo las colgué? —preguntó perpleja.

—Lo descubrí hace mucho, tu madre me lo contó —le confesé—. Y lo que tú no sabes es que, sin darte cuenta, supiste darle sentido a ese dormitorio en el que sin esas láminas me habría sentido una completa extraña. Gracias a esos dos cuadros me sentí comprendida.

—Supongo que era inevitable que termináramos conectando... —observó—. Por mucho que quisiéramos odiarnos, tú y yo nos complementamos como esas dos láminas. Sólo era cuestión de tiempo que lo descubriéramos.

—Sí, no podíamos hacer nada por evitar la verdad —asentí complacida—. La gran lección que he aprendido es que todo en esta vida guarda una perfecta simetría. El dolor puede ser muy intenso, pero la felicidad también. El truco está en saber apreciarla cuando la tienes delante.

—El dolor fue el que me impulsó a venir aquí. Y gracias a ese impulso, he tenido la oportunidad de dejar mi tristeza a un lado para ayudar a otras personas.

—Yo también estoy muy orgullosa de ti —declaré emocionada, besando su pelo mientras continuaba acariciándola—. Es increíble todo lo que has conseguido durante este verano. Has ayudado a una niña a ser más feliz, y en el proceso te has convertido en una mujer más maravillosa si cabe.

— ¿Qué te ha contado Paul sobre Debbie? —preguntó, girándose para mirarme de frente.

—No me ha contado mucho. Una imagen vale más que mil palabras...

— ¿Una imagen?

—Te observé dando tu última clase a esa niña —le confesé—. La forma en que la mirabas y la confianza ciega que ella mostraba en ti me dejaron maravillada.

— ¿Estabas allí? —preguntó atónita.

—Sí. Paul me invitó al rancho el día que el curso tocaba a su fin. Estabas tan absorta en tu trabajo que no te percataste de que yo las observaba desde una esquina.

— ¿Cómo puede ser que no te viera?

—Estabas totalmente dedicada a esa preciosa niña, con lo que no fue difícil pasar desapercibida. Cuando terminó la clase, me retiré sigilosamente, así que no pudiste verme.

—Como siempre, ¡eres una caja de sorpresas! —me amonestó cariñosamente.

—No soy la única. Es un placer comprobar que ya nada te asusta.

—Hay algo que todavía temo...

— ¿El qué?

—Que este momento sea un espejismo. No quiero dormirme y despertar por la mañana para comprobar que esta noche de película ha sido solo un sueño.

—Rachel, es un sueño. Pero te juro que no te vas a despertar nunca —le aseguré, rodeándole firmemente con mis brazos—. Yo me encargaré de mantenerte sumida en esta fantasía para siempre.

— ¿Para siempre? —preguntó, con sus enormes ojos oscuros perdiéndose en los míos.

—Sí, mi amor. Para siempre...

SOLO 1 CAPÍTULO

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora