Enigmas II

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Quinn

Me moría de curiosidad por saber lo que Rachel había escrito en su sección del periódico local sobre esa película, a raíz de la cual habíamos terminado hablando sobre nuestra peculiar situación. Estaba claro que al darle mi opinión sobre su esquiva actitud no se había sentido muy cómoda. Mi intromisión en su mundo privado la había disgustado, y más aún que cuestionase la forma en que sus miedos dirigían su vida. Lo que había intuido sobre ella desde el principio se confirmó aquella tarde en Madrid al mostrarse tan molesta con mis preguntas. Me había aproximado a la razón por la que ella era tan hermética conmigo. Aquel día me había dado una tregua. Sin embargo, en cuanto me acerqué demasiado, su barrera protectora se alzó para mantenerme a raya. Le aterraba exponerse en extremo, convencida de que eso le hacía vulnerable.

De lo que no se daba cuenta era de que, a través de lo que escribía en el periódico, yo había ido descubriendo mucho más sobre su personalidad de lo que ella me quería revelar en nuestras escasas conversaciones. Describía libros y películas que le apasionaban, y con sus comentarios dejaba entrever cuáles eran las cosas importantes de la vida para ella. Sus críticas dibujaban a una Rachel dulce, sensible e inteligente que sabía apreciar cada pequeño matiz de aquellas historias. Y al describirlas en palabras, en cierta forma también se describía a ella misma.

Con la copia del último número de La Gaceta de Montegris en la mano, cerré el coche y me dirigí a la pequeña cafetería de barrio que había descubierto en una de las tranquilas calles de la urbanización que rodeaba el campus. Se trataba de un pequeño local con sillones y mesitas bajas donde acudían muchos estudiantes. Era un lugar tranquilo y acogedor, perfecto para ir a leer un rato. Siempre sonaba una suave música de jazz de fondo y los clientes solían permanecer en silencio, pues la mayoría estaba inmersa en la pantalla del portátil o en las hojas de algún libro.

Me hice con una taza de café y me senté en una esquina junto al ventanal.

Impaciente, abrí el periódico por la sección de cultura y ocio. Busqué con la mirada la columna que me interesaba. Allí estaba el artículo. Di un sorbo al café y me dispuse a leer:

Juntos, nada más; cuatro supervivientes de la vida.

Es imposible no recomendar esta película, ya que todos podemos vernos reflejados de una u otra manera en los personajes que conforman la historia. Cada uno de los protagonistas ha sido magullado por la vida, y los cuatro se enfrentan a ello de formas distintas: unos lo hacen con optimismo; otros con rabia; y todos con miedo y soledad. La clave está en que al verse obligados a vivir juntos en un piso desvencijado de Paris, tan bello como decadente, tendrán que aprender a convivir, compartiendo sus diferentes formas de encarar los problemas.

Aprenderán que nadie tiene la respuesta a todas las preguntas, y que cuando nos abrimos a los demás, aceptando sus idiosincrasias sin juicios de valor, nos llenamos de color y somos seres más completos, llegando a conocernos mejor a nosotros mismos. Cuando nos aislamos nos perdemos, naufragando en el mar de nuestro mundo interior. Sin embargo, al dejar que otros nos muestren el suyo, permitimos que nos rescaten.

Es una película perfecta para ir al cine en compañía de alguien interesante. Una persona con quien puedas disfrutar hablando sobre la historia mientras toman un chocolate caliente. La película es sensible y sincera, y está tan llena de matices que seguro conseguirá que la charla sea interminable.

¿Me consideraba alguien interesante?... Eso era un avance. Ella jamás me lo habría dicho, estaba segura. No obstante, así lo mencionaba en el artículo. Seguramente, no se imaginaba que me había vuelto una adicta a su sección y que había leído fielmente todas sus críticas desde el primer número de aquel otoño.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora