Rachel
El estreno de Casa de Muñecas había sido todo un éxito. Durante la humilde fiesta que prosiguió a la función me encontré arropada por las felicitaciones de mi familia, amigos y de un sinfín de vecinos de Montegris que, aunque eran unos completos desconocidos para mí, se acercaban para expresar su admiración por mi interpretación. Parecía increíble que no sólo hubiera conseguido superar mi pánico escénico, sino que encima el público considerara que había hecho un gran trabajo. Después de tantos momentos de inseguridad a lo largo de mi vida resultaba delicioso comprobar que era capaz de entretener y emocionar a los demás. Lo cierto es que no fui la única en recibir cumplidos; todos mis compañeros habían hecho un trabajo fabuloso. Gracias al esfuerzo en común habíamos logrado sacar aquel proyecto adelante. Era muy bonito formar parte de aquel triunfo colectivo. Ignacio estaba exultante. Se sentía orgullosísimo de todos nosotros, y nosotros de él, ya que sin su ayuda jamás habríamos conseguido montar todo aquel fabuloso tinglado. A todos se nos saltaron las lágrimas cuando, el equipo al completo, salimos al escenario para recibir los intensos aplausos del público. Nunca imaginé que recibir una ovación tan efusiva pudiera emocionar de esa forma, pero lo cierto es que lo que los artistas siempre describen como "el calor del público" pone los pelos de punta.
He de admitir que, a pesar de la felicidad que sentí aquella noche, una cierta sensación de vacío me acompañaba mientras charlaba con todo aquél que se me acercaba. La felicitación que más me habría gustado recibir, la mirada de satisfacción que más anhelaba contemplar, la voz que más ansiaba escuchar y el cálido abrazo que más necesitaba recibir, no se materializaron por mucho que los esperara hasta el último segundo antes de dormirme. Ella no me había visto actuar. Después de haber sido la persona que más me había animado a emprender aquella aventura, Quinn no había acudido al estreno. Mientras yo había dejado que Nora respirara a través de mis pulmones, ella debía de estar sufriendo a solas, esperando el temido desenlace que se avecinaba. ¿Por qué la vida se empeñaba en volver a abrir una herida que todavía no había cicatrizado?
Apenas dormí esa noche, sacudida simultáneamente por miles de emociones: satisfacción, alegría, anhelo, tristeza, miedo... En mi vida estaban sucediendo tantas cosas al mismo tiempo que me sentía de mil y una formas distintas a la vez.
Ignacio me había prometido una copia de la grabación que se había hecho la noche del estreno. Al día siguiente, antes de dirigirme a Madrid, pasé primero por su casa a recoger el DVD. En cuanto lo tuve en mi poder, conduje impaciente hacia casa de Ángela. Me moría por mostrarle el resultado de tantos días de ensayos y preparativos. Estaba convencida de que ella disfrutaría enormemente con la inteligente y visionaria trama de Ibsen. Se trataba de una mujer atípica para su generación; apreciaría sin dudarlo la mordaz crítica de la sociedad que había dibujado el dramaturgo noruego. Ansiaba pasar el día con ella, discutiendo sobre los matices de aquella obra. Sólo esperaba que se encontrase con la suficiente fuerza para poder disfrutar de mi compañía.
Tardé en encontrar un sitio donde aparcar mi coche. Cuando conseguí embutirlo en un diminuto espacio que había dejado libre un pequeño utilitario, me encaminé nerviosa hasta el edificio en el que se encontraba su fabuloso piso. Con la copia de DVD en mis manos, subí a pie las escaleras. El ascensor parecía estar siendo utilizado y no quería esperar ni un segundo más para verla. Mientras ascendía los escalones, con la respiración cada vez más acelerada por el cansancio, caí en la cuenta de que quizá Quinn se encontrara con ella. En mi frenesí por ir a visitarla, no me había molestado en preguntar si Quinn estaría en casa. A pesar de los nervios que me asaltaron al pensar en aquella posibilidad, ya no iba a dar marcha atrás. El deseo de pasar el día con Ángela era mayor que mi temor a encontrarme con Quinn. Quizás incluso, en el fondo de mi corazón, deseaba tener por fin cara a cara a la ladrona de mis sueños. Llevaba semanas preguntándome de día y de noche cómo se encontraría, qué expresión tendrían aquellos ojos de película que tanto echaba en falta.
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La canción número 7 (Faberry)
Teen Fiction- ¿Me ayudarás? - preguntó él al otro lado de la línea. - Sí, lo haré. Ya es hora de que conozca la verdad - respondió ella, sentada en la confortable butaca de su salón, mientras contemplaba los árboles del madrileño parque del Retiro- , pero debe...