Capítulo 2

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Cuando dejé la sala común, Harry Potter decidió dedicarse a la razón por la que había entrado ahí en primer lugar. En efecto, todo había comenzado hacía un rato atrás, con Ron Weasley dando vueltas por toda la habitación que compartían luego de que hubiese terminado el banquete de bienvenida.

—Tienes que hacer algo, Harry, esto no se puede quedar así —le había dicho el pelirrojo.

—¿Y yo por qué? —El mencionado le miró desde la comodidad de su cama, donde llevaba varios minutos siguiendo con la mirada sus ansiosos movimientos.

—Porque eres mi amigo, ¿en serio vas a permitir que Malfoy me humille? ¿Qué clase de amigo eres?

—Ya, ¿pero no prefieres ser tú quien se desquite? Después de todo, con quien se metió esta vez fue contigo.

—Sí, pero es que yo... —Sus cavilaciones fueron interrumpidas por una chica castaña que los dos muy bien conocían y que entró al dormitorio sin molestarse en tocar antes—. ¿Hermione? ¿Qué haces aquí? Si te ven en los cuartos de los hombres nos pueden bajar puntos.

—Ya lo sé, huh, pero es que no he podido evitarlo —dijo ella, volviendo a cerrar la puerta a sus espaldas—. Tengo algunas ideas en mente y no estaría nada mal usarlas contra cierto Slytherin de cabello platinado. —Los dos muchachos se miraron entre sí, antes de regresar los ojos a su amiga, con expresiones que denotaban absoluta incredulidad.

—Bien, ¿quién eres y qué hiciste con Hermione? ¿Desde cuándo no te interesa que puedan castigarnos? —Granger rodó los ojos ante el tonito burlón del azabache.

—Sí me interesa, solo digo que-

—Hey, Herms, no te preocupes, ¿vale? —le dijo Ron, mirándola como si le dijera que todo estaba bien—. Es raro que esta vez sea yo el que intente evitar que hagas algo ilegal —añadió, risueño, pero su compañera no parecía compartir esa actitud, por lo que se aclaró la garganta antes de continuar—: Déjamelo a mí, quiero hacerlo yo mismo. Ya lo verás, se arrepentirá de estarse metiendo con nosotros cada vez que tiene oportunidad. —Harry enarcó una ceja tras escucharle, pero decidió mantener en silencio.

—Está bien, solo no hagas algo demasiado imprudente, que te conozco. —Hermione dejó la habitación después de eso y Weasley no demoró en girarse hacia su acompañante.

—Harry, es definitivo, tienes que hacer algo.

—¿Umh? ¿Qué pasó con eso de que querías hacerlo tú mis-?

—Acabo de recordar que... ¡tú me debes un favor! —saltó el pelirrojo, tomando al menor desprevenido.

—¿Qué? ¿Cuál?

—¡De aquella vez que te escudé con Filch! Eso fue... —Ron pareció pensarlo por un momento y de inmediato se estremeció graciosamente—. Como sea, quiero que me pagues vengándote de Malfoy por mí. Eres bueno para escabullirte y si alguien te descubriera tendrías más oportunidades de salir con vida que yo, porque todos te aman.

—Es que es increíble —refunfuñó—, te hacen un pequeño favor y te lo cobran de por vida.

Así que Harry Potter terminó colándose en la sala común de Slytherin esa misma noche, cuando el lugar se auguraba vacío puesto que todos los estudiantes normales ya estaban descansando para el inicio de las clases al día siguiente. Se acercó con pisadas sigilosas hasta el dormitorio de Draco Malfoy y bastó con apuntarle con su varita desde la puerta apenas entreabierta.

—Ridikkulus —fue lo que susurró, antes de dar media vuelta y marcharse de ahí como si nada hubiese pasado.

Me levanté en la mañana gracias al despertador de Astoria Greengrass, una esfera que emitía un brillo tan potente con el que no quedaban ganas de seguir durmiendo. Me quejé, pero en el fondo lo agradecí, nunca se me dio precisamente bien lo de madrugar. Me preparé y me vestí con mi túnica para ir al Gran Comedor y desayunar. Las horas parecían eternas durante las clases teóricas, siendo las actividades prácticas bastante más entretenidas, hasta que el profesor Dumbledore citó a Slytherin en el aula de transformaciones una vez que terminó la jornada, diciendo que tenía algo importante que comunicar.

Harry Potter y la hija de Voldemort: FirewordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora