Capítulo 17

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Era poco lo que faltaba para largarnos de esa casa y volver a Hogwarts, jamás imaginé que lo diría, pero nunca había deseado tanto regresar al colegio. 

Todo estaba tranquilo por el momento, estábamos los cuatro en la habitación de Potter terminando de acomodar nuestras cosas, que eran pocas, y cuando estuvimos listos bajamos los baúles hasta la sala donde estaban los Dursley: Dudley veía la televisión a diez centímetros de ésta y Petunia estaba en el sofá junto a Vernon, quien, en cuanto nos vio, se puso de pie para acercarse a nosotros.

—¿Cuándo os largáis? —Mi boca instantáneamente se abrió de estupefacción tras escucharlo, encima de todo nos estaba echando. Me sentía ofendida, tenía claro que yo había hecho básicamente nada en el tiempo que estuve ahí, pero Potter y los demás no merecían ese trato en lo absoluto.

—Qué despreciable —musité y Vernon me miró de inmediato.

—¿Dijiste algo? —Lo miré y sostuve su mirada, desafiante.

—He dicho que es usted un ser despreciable, no tiene ningún derecho de tratar a su sobrino de esa forma. No le cuesta nada ser un poco más agradecido. 

—Jovencita insolente...

—Nosotros ya nos vamos —interrumpió Potter y me haló del brazo hacia la salida con Ron y Hermione siguiéndonos de cerca, pero cuando el azabache abrió la puerta nos encontramos de frente con una mujer que había estado a punto de llamar.  

—¡Margarita! —Petunia se levantó de inmediato y se acercó a la puerta para saludar a la recién llegada—. No te esperaba a estas horas. —Se dieron dos besos en las mejillas bajo nuestra mirada y se adentraron a la sala.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo la mujer pelirroja mientras saludaba también a Vernon y Dudley para luego girarse hacia nosotros, frunció el ceño mientras nos escudriñaba con la mirada—. Tú, —me señaló y yo levanté ambas cejas—, tráeme un refresco. 

—¿Disculpe? —le pregunté en medio de la indignación y la repugnancia que me generaba.

—¿Acaso estás sorda? Quiero un refresco, de inmediato. 

—Y lo que yo quiero es que cierre la boca, de inmediato —le dije, imitando su tono en las dos últimas palabras, y lo que pasó después me hizo sonreír de lado con malicia. Ella intentó decirme algo, pero sus labios no se separaron, por lo que todo lo que se le escuchaba era sonidos ininteligibles. Borré mi sonrisa y la miré fijamente a los ojos, con desprecio—. Usted no me conoce y yo no la conozco, pero voy a darle un consejo, —cambié a rojo el color de mi cabello completamente a propósito, consiguiendo el efecto deseado, vi sus ojos abrirse a gran velocidad, llenos de temor, y yo continué—, a todos —agregué, mientras miraba a los Dursley también, que no estaban exactamente de rositas—. No sois los reyes del mundo, no poseéis el poder máximo ni tenéis autoridad sobre las personas; no sois más que incompetentes muggles incapaces de mirar mas allá de vuestras narices. Puede que hayáis cometido miles de errores en vuestras vidas y es por eso que acabasteis así. —Los miré a los cuatro con desagrado, no me importaban ni las estúpidas condiciones de Potter ni los avisos de los tres que se encontraban a mis espaldas, solo quería liberar un poco de lo que tenía encerrado dentro—. Pero como sigáis de esta forma, el arrepentimiento no os dejará descansar, nunca —titubeé un segundo tras escuchar mis propias palabras, pero me recompuse de inmediato y me dejé invadir por todo el coraje y dolor que mantenía cautivo cuando miré de nuevo a la pelirroja—. Así que si tanto quiere su refresco, mueva su estúpido trasero hasta la cocina y sírvaselo usted misma.

Pero en cuanto mencioné la cocina, sentí a mis espaldas el calor que solo el fuego proporcionaba y los gritos de los Dursley invadieron mis oídos, me giré de inmediato para comprobar que ese lugar de la casa estaba ardiendo. Miré las llamas con temor, temor de saber que yo las había causado y mi respiración comenzó a volverse pesada.

—No, no, no —susurré—. No otra vez, no. 

Harry, Ron y Hermione sacaron sus varitas y con ellas apuntaron al incendio para apagarlo, pero yo me sentía incapaz de hacer lo mismo, por lo que les dejé el trabajo y retrocedí hasta la puerta, busqué a tientas la manija para abrirla y salí observando la escena que había causado dentro. Cerré de un portazo y crucé la acera corriendo. 

Luego de unos segundos, Hermione salió y corrió también para alcanzarme. Se detuvo en frente de mí, sentía su mirada, pero yo no se la regresé, me sentía en estado de shock, incapaz de pensar correctamente. 

—Era esto... —me dijo— lo que pasó la última vez que te enfadaste tanto, ¿verdad? 

—No conocía de lo que era capaz hasta ese momento. No fue una casualidad, —la miré—, nunca lo fue.

—Tranquila, no hubieron daños irreparables.

—Ya, no fue así aquella vez. —Ella estaba a punto de preguntar, cuando la puerta del número 4 de Privet Drive se abrió y salieron Harry y Ron, llevando con ellos también mi baúl, que había olvidado dentro.     

—¿Qué pasó? —les preguntó Hermione en cuanto nos alcanzaron. 

—Habrá que borrarle la memoria como hicieron con la tía Marge —contestó Potter, encogiéndose de hombros—. ¿Nos vamos? —Lo miré sorprendida, ¿es que acaso no le importaba?

Una vez en el expreso de Hogwarts nos pusimos nuestras túnicas y nos hicimos los cuatro en un compartimiento, donde estuvimos solos hasta que una muchacha abrió la puerta y se asomó un poco.

—Hola, ¿os importa si me siento con vosotros? 

—Hola, descuida, no hay problema —respondió Hermione, por lo que la chica entró y se sentó entre Ron y yo, en frente de Potter. Ella también llevaba la túnica, pero nunca la había visto antes. 

—Me llamo Marcel, hoy es mi primer día en Hogwarts —dijo.

—Soy Harry, ellos son Hermione, Ron y Tracy.

—Me alegro de conoceros, y tú, Harry Potter, he oído hablar mucho de ti y de tus grandes hazañas —dijo casi con adoración, pero observé sus ojos mientras lo decía y, a decir verdad, sus expresiones no pudieron parecerme más falsas. 

—Que no te engañe —le dije y miré a Potter con una sonrisa ladeada, él me sostuvo la mirada—, es todo más fácil de lo que parece.

—También he oído hablar de ti —me dijo Marcel, por lo que la miré de inmediato—. Tracy Evans, la Slytherin que transfirieron a Gryffindor. 

—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Qué, acaso ya aparezco en historia de la magia? —le pregunté con molestia. 

—Hay muchos rumores. —Me miró fijamente y yo hice lo mismo, tratando de ver más allá, de entender a lo que se refería, pero la profundidad de sus ojos no quería decirme nada—. Sé que la casa de Gryffindor es para los que tienen coraje, valor y honor mientras que en Slytherin se caracterizan por la ambicia y la astucia; me pregunto... ¿a qué se debió aquel cambio tan brusco nunca antes visto?

—Ya, puedo llevarte con el sombrero seleccionador, tal vez a él sí le interesen tus preguntas —le espeté, no tenía claro a qué se debía, pero aquella muchacha no me transmitía nada bueno.  

—No es necesario, puedo encontrar respuestas de otra manera. —Fruncí el ceño tras sus palabras y miré a los otros tres chicos, que no habían querido interrumpir la conversación en la que parecía nos habíamos olvidado de ellos, también lucían confundidos. Observé una vez más a Marcel, seguía mirándome, entonces mi mente comenzó a divagar, ¿por qué parecía saber tanto de mí? 

Harry Potter y la hija de Voldemort: FirewordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora