Capítulo 10: "Bryce"

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10 de enero de 1950.


Las calles eran rigurosas gracias al solido cemento, Las nubes adoptaban gran cantidad de formas, más blancas que nunca desde vista lejana porque para las mentes cerradas era imposible llegar a palparlas con los dedos y, el sol quemaba como siempre.

Un mal día para colocarse una camisa turquesa sin mangas y también unos pantalones blancos hasta los tobillos con una cinta rosa que los ajustaba a ellos. Muchos reconocían a Marz, pero también muchos hartos de su presencia, al verla solo veían a una simple chica y ella agradecía eso, pero si hablamos de otras ciudades la gente enloquecía a veces, la euforia recorría sus venas de manera fugaz.

Caminaba entre las calles apretando el paso, la hora para llegar a su cafetería favorita era algo tarde, pero nunca faltaba a ello.

Se preguntaba si Bryce estaría allí o incluso si el no habría llegado al destino como se fue planeado.

Hacía mucho tiempo que no le veía. Pero siempre unas cuantas veces al año eran suficientes.

Bryce fue el mejor amigo de la infancia de Marz, aquel con el que compartió su niñez y parte de su adolescencia. Aquel con el cual había disfrutado diversas aventuras, contando chistes, corriendo por el bosque, aquel por el cual había sentido una pequeña atracción a temprana edad pero la pequeña Marz era justamente eso, una pequeña. Inocente y tímida pequeña, que había decidido no decirle nada al chico, quedándose ella con la duda de que hubiera pasado si se lo hubiera contado.

El recuerdo que más le venía a la mente, —además del momento en donde se conocieron— el día en que ella había sido invitada a la granja de su familia, una granja hogareña junto al bosque en el que siempre descubrían y aparentaban vivir una serie de aventuras; dominar reinos, luchar contra impotentes dragones, familiarizar con pequeños animalitos.

El bosque era tan extenso como su infinita imaginación.

Después de haber llegado a la granja ambos habían corrido como el viento hacia el bosque, como si el disparo hubiese sonando retumbando en el profundo silencio, en donde el tictac del reloj seguía constante. Ambos como caballos en carrera salieron disparados hacia su lugar favorito. Ella había escuchado a la madre hablar, apenas le alcanzo a oír la frase más importante.

—¡Regresen antes de que anochezca para la cena...!

—¡Si, mama! —respondido Bryce. Le dio una pequeña miradita a Mar y esta le sonrió cómplice, volvieron a seguir su camino.

Se dirigían al mismo árbol de siempre, el que habían descubierto y marcado como de su propiedad; uno de los árboles más grande del bosque. Marz jamás olvidaría el camino hacia él. Después de la cascada azul que descendía desde el risco de las estrellas (donde la vista en la noche era impresionante) giraban a la izquierda para llegar a los arbustos de cereza, trece pasos a la derecha allí estaba el árbol. Era tan alto, tan precioso y sobre todo verde.

Bryce y Marz corrían a toda velocidad, como si quisiesen escapar de algo, quizás de la sociedad, de la cual muy lejos ya se encontraban. El pequeño llego al árbol primero y luego la niña, su cabello rubio estaba apegado a su frente, gotas de sudor recorrían sus sienes, jadeo sonoramente.

—¿No puedes seguirme el paso, Marcie? —bromeo el niño, enfatizando en su sobrenombre. El cual Marz odiaba. Ella comenzó a recuperar aliento.

—Cállate y sube, Bryce —bufo ella. Camino hasta el árbol y comenzó a trepar el árbol, un pie en una rama y después otro. El pequeño Bryce negó levemente y comenzó a hacer lo mismo, trepar hasta casi el final.

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