Damien
De soslayo advertía los movimientos de Ruslan, andaba de un lado a otro por la casa, estaba haciendo... bien, en realidad no lo sabía, no prestaba demasiada atención a ello, solo a su figura. Yo por mi parte miraba el noticiero, buscaba algo que estaba a punto de encontrar.
Era de mañana, a pesar de haber dormido casi al amanecer simplemente no me era posible permanecer en la cama por mucho tiempo. Mi mente comenzaba a idear, a ansiar algo... Y ese algo estaba de más el mencionar lo que era. Y es que no conforme con joderme la cabeza, de repente cuando la ansiedad era mucha, optaba por causarme algún tipo de daño físico, justo como la herida que yacía en la palma de mi mano y que me hice con un cúter que encontré por ahí. No era profunda, pero sí molesta, lo peor del caso es que ni siquiera fui consciente del momento en que me herí, solo fui capaz de advertir la sensación de placer que me provocó. Jodido, ¿no?
No podía encontrar forma alguna para mantener mis instintos quietos; el tiempo transcurría y mis fieles compañeras comenzaban a hacerse presentes. Torturar y matar era como una droga, una que necesitaba ya. Hacía mucho que no escuchaba aquellos gritos de dolor y de súplica, ya era tiempo si no quería que ese deseo me dominara haciéndome perder la poca razón que poseía. Era extraño que, por una parte, no fuera capaz de controlarme, me perdía en mí mismo, pero mantenía mi inteligencia intacta —por así decirlo— no me comportaba como un demente fuera de sí mismo, lo que me inquietaba y no comprendía.
—Saldremos esta noche a un bar —escuché a Ruslan—. ¿Vienes?
No lo miré, mi vista se encontraba fija aún en el televisor.
—De acuerdo —respondí ausente.
Él no dijo nada y se sentó en uno de los sillones haciéndome compañía. De vez en cuando notaba su mirada sobre mí y el deseo de preguntarme si me encontraba bien. Yo entendía que se preocupaba al ver mi actitud, mi forma de ser fría y distante; también la manera en la que nunca reía, mis labios se mantenían rígidos, incapaces de estirarse. Siempre que sonreía eran muecas, sonrisas crueles, rezumantes de maldad y locura.
A veces quería decirle que dejara de preocuparse, que su hermano estaba bien, sin embargo, ni siquiera yo podía creer en esas palabras. Yo no estaba bien y nunca iba a estarlo.
Escapé de mis pensamientos y presté atención cuando encontré lo que estaba buscando.
Richard Kennedy, el empresario multimillonario salió en libertad después de que la madre de la pequeña retirase los cargos en su contra.
El señor Kennedy había sido acusado por ella por el delito de violación hacia su pequeña hija de seis años. La madre de la niña trabajaba como servidumbre en la mansión del multimillonario quien presuntamente abusó de la menor por al menos dos veces.
Hoy la joven madre habría de retirar los cargos sin decir nada a la prensa, por lo que el señor Kennedy quedó en libertad sin dar explicaciones, alegando solamente que siempre había sido inocente.
ESTÁS LEYENDO
Damien ©
General FictionDamien Masson, un enfermo mental que goza de asesinar; aburrido y cansado de aquella sádica fascinación, toma la decisión de internarse en un psiquiátrico donde decide pasar el resto de su vida... al menos es lo que pensaba hasta que la vio. [Apta p...