Capítulo 32

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Eira

La habitación donde estaba era oscura, las paredes sucias y de piedra en donde me encontraba me hacían sentir que me asfixiaba.

El malnacido que me tenía aquí no había venido y yo... yo lo único que deseaba era que acabará con mi vida de una buena vez, estaba harta, dolida, no dejaba de llorar, mi mente no paraba de mostrarme una y otra vez la imagen de Damien cayendo al suelo al ser impactado por las balas que ese desgraciado disparó contra él.

Dolía, respirar lo hacía, sólo quería morir, pero estaba atada, amordazada y sin ninguna posibilidad de poder intentar suicidarme y seguirle a la muerte.

Como si me secuestrador hubiera leído mi pensamiento apareció en el umbral de la puerta. Él me miraba con indiferencia, traía un arma en su mano y una navaja en la otra, no me inmuté, no sentía miedo, sólo dolor por haber perdido a mi demente y desesperación por alcanzarle en la muerte.

—No tengo nada contra ti —dijo cerrando la puerta. Sus palabras eran vacías, no significaban nada para mí.

Se dirigió a la pared y encendió la luz amarillenta que de a poco iluminó la oscura habitación, ver la suciedad incrementaba el mal olor que desprendían las paredes.

—Pero tengo que hacerlo por la memoria de mi esposa —continuó con su letanía sin importancia—, al menos deberías estar feliz, irás con él al infierno.

Ni siquiera lo miré, mi vista estaba fija sobre la puerta mientras un esbozo de sonrisa asomaba en mis labios ante lo último que dijo. Cualquiera que fuera el lugar donde estuviéramos, sería feliz, lo sería porque estaríamos juntos y no permitiría que nos volvieran a separar.

Él se aproximó a mí, me mostró el sutil brillo del arma blanca, cerré los ojos cuando deslizó el filo por mi mejilla, terminando en la unión de mis pechos donde comenzó a cortar la blusa que yo usaba, pero en el proceso también cortaba mi piel al igual que la tela; sin embargo, no sentía nada, no dolía y yo quería que doliera, que me causará daño, que me hiciera pensar en el dolor físico y no en el que me estaba destrozando el alma en esos momentos.

El sujeto buscaba con urgencia alguna expresión en mi rostro, un indicio de dolor que le otorgara la satisfacción que buscaba, pero mi mente era poderosa y no le daba ese gusto.

—Eres extraña, igual que él —comentó pensativo y curioso, cortaba la piel de mi abdomen profundamente, líneas y líneas desiguales que abarcaban toda mi piel.

Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, quería gritar el nombre de Damien, pero no podía.

Mi Dam... pronto estaremos juntos de nuevo... espera por mí.

Sentí un golpe en mi rostro, luego sus manos sujetar mi cabello y tirar de él hacia atrás, me hizo reaccionar, mas no logró provocar nada.

—Cometiste un error al enamorarte de Masson, una verdadera lástima —musitó sin sentirlo—. Eres muy bella para terminar podrida entre estás paredes.

Volvió a golpear mi rostro, pude percibir el sabor metálico de la sangre en mi boca y en mi mentón, pero me daba lo mismo, hasta que golpeó mi sien con algo frío que me hizo perder el conocimiento; me sumergió en la oscuridad completamente, podía sentir como caía en un pozo sin fondo, lo hacía sin moverme, sin ese temor de no saber lo que me esperaba, solo me dejé ir.

(***)

Mi cuerpo estaba débil, no podía saber con certeza cuando tiempo llevaba aquí, pero cada día era una tortura, y no lo decía por los golpes que recibía a diario por parte de ese hombre, porque en realidad me daba lo mismo que cortara y golpeara mi cuerpo. Sino que, sin Damien, todo era un infierno; quería verlo, verme en sus ojos de nuevo, escucharlo reír y llamarme su Sol... no quería seguir viva y ese desgraciado no me asesinaba y eso si era una jodida tortura.

Damien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora