Capítulo 7

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Eira

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Eira

El cuerpo me dolía mucho. La esponja se movía firme y dolorosa sobre mi piel. Ver los hematomas en mis muslos desnudos me provocaba unas ganas inmensas de llorar... de nuevo. Pero los ojos me ardían, la garganta me quemaba, la cabeza estaba a punto de explotarme. No quería llorar más, después de todo, esto había sido culpa mía, yo lo quise, yo les dije que sí, yo acepté a irme con ellos.

Hubiera sido una chica prudente y no ponerme en peligro, de haber escuchado las advertencias nada de esto estaría pasando.

—Eira, date prisa, Willy quiere tomar una ducha —gritó mi madre a través de la puerta.

¿Es que eso también iba a quitarme? ¿Mi privacidad?

Negué. Seguí lavándome el cuerpo. Si el novio de mi madre quería ducharse, tendría que esperar a que se me diera la maldita gana de abandonar el baño. Precisamente hoy no estaba para soportar su mierda.

Tomé un respiro profundo, mi mano tocó mi parte intima, ese lugar al que no quería llegar. Apenas rocé los dedos en mi vagina y el dolor fue insoportable. Sollocé. No soportaba el dolor en el vientre, las paredes de mi vagina dolían y sabía que el sangrado que tenía no presagiaba nada bueno. Al menos el idiota de mi novio y su amigo usaron condón. O al menos fue lo que ellos me dijeron; anoche asistí a una fiesta con ambos, recuerdo beber, ellos me ofrecieron trago tras trago, luego Jack me incitó a ingerir drogas. Los recuerdos no son lucidos, solo podía ver manchas borrosas, gemidos, mis suplicas para que se detuvieran.

Ellos no lo hicieron.

—Dios —susurré poniéndome de pie.

Mis piernas se hallaban temblorosas, débiles. Cogí una toalla y comencé a secar mi cuerpo cubierto de marcas, ellos las hicieron con sus bocas, me mordieron con mucha rudeza, cada parte de mí dolía y yo simplemente no podía culparlos. Era mi culpa por haber bebido y usar drogas. Les puse las cosas fáciles. Solo era mi culpa lo que sucedió.

Di un respingo al ver a alguien irrumpir en el baño. Rápidamente cubrí mi cuerpo con la toalla mientras el novio de mi madre entraba en bóxer a él. Era un tipo flacucho, alto, de piel bronceada y tatuajes que no se le veían nada bien. Me asqueaba tan solo de mirarlo. Él, por el contrario, no ocultaba la mirada lasciva que aparecía en sus ojos al ver mi cuerpo semidesnudo.

—¿No te enseñaron a tocar? Sabías que yo estaba aquí dentro —mascullé molesta.

No se inmutó, cerró la puerta detrás de él y enseguida me puse nerviosa, sentí miedo ante su mirada y la desfachatez que tenía. Había soportado sus toqueteos por dos años sin decir una sola palabra, pues mi madre no me creería, diría como siempre que me encontraba celosa de ella y solo quería arruinar su felicidad. Me llamaría puta y me obligaría a dormir en el suelo frío de la cocina. Sinceramente no quería eso, pero tampoco quería a este tipo cerca de mí. No veía la hora para largarme de esta casa.

Damien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora