Capítulo 35

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Damien

Sasha conducía delante de nosotros, Ruslan, Quentin y Germán venían conmigo; iba lo más rápido que podía, ansioso y con la adrenalina recorriendo mi cuerpo con una vigorosidad sorprendente, el pulso punzaba en mis oídos debido a la celeridad con la que se desplazaba mi sangre. Pensaba en las una y mil formas de las que mataría a Francesco, prefería concentrarme en ello que en mi mujer herida o...

Apreté el volante entre mis manos para detener mis pensamientos que tan sólo me pondrían mal y le abrirían paso a las voces que sabía que estaban ahí, esperándome.

—¿Estás bien?

Moví mi cabeza de forma negativa como respuesta hacia mi hermano, ni siquiera podía pronunciar palabra alguna. Tenía un nudo en la garganta que se tensaba cada vez más y más impidiéndome el habla.

Ruslan se mantuvo en silencio de nuevo con la vista fija sobre la carretera, sentía su desesperación al igual que él percibía la mía; era consciente de que, si perdía a Eirá, yo me iría con ella.

Tal vez era cobarde o estúpido, pero ¿qué persona puede seguir viviendo cuando le arrebataron su alma entera y su motivo para seguir? Quizá habría personas que, a pesar de todo seguirían adelante, pero yo no sería una de ellas, simplemente la vida sin Eira no era vida.

Interrumpí mis pensamientos y seguí por las calles de aquel sector donde vivía la mayoría de la gente millonaria, entonces supe que pronto llegaríamos.

Tragué saliva, sintiendo las ansias crecer en mí y un frío instalarse en mi estómago; mis manos comenzaron a temblar, pero intenté controlarme, hacerlo por mi esposa que me necesitaba tranquilo y fuerte, con la cabeza fría, y no un imbécil que se dejara dominar por el miedo y sus emociones.

Entonces, el auto que conducía Sasha se detuvo a un lado de la acera, yo lo hice unos metros detrás de él, apagué el motor y sin decir nada abrí la puerta y bajé del auto mientras guardaba una de las armas en mi cintura.

—¿Dónde es? —Pregunté abordándolo.

—Ahí —contestó y señaló sutilmente con su cabeza una casa con enormes bardas que parecía por completo abandonada.

Asentí sin quitarle la vista a la casa, ahí, a unos cuantos metros se encontraba la razón de mi existir. Sin esperar a nadie caminé decidido hacia allá, con el sonido de mi corazón retumbando en mis oídos: fuerte y acelerado, mientras me olvidaba de todo a mi alrededor y teniendo sólo como objetivo encontrarla a ella.

Para mi sorpresa, no había seguridad alguna, todo se encontraba en silencio, un silencio que no me gustaba en lo absoluto.

—Damien, espera, deja que nuestros hombres revisen el lugar primero —aconsejó Quentin a mis espaldas.

No le presté atención, un mal presentimiento me recorrió, algo estaba mal aquí.

Sin dudarlo, obligué a mis piernas a moverse más rápido, saqué el arma de mi cintura entrando a la casa; me paralicé por un momento al arribar al recibidor debido al paisaje que lo adornaba. Los cuerpos de los que imaginé fueron los hombres de seguridad de Francesco, yacían sin vida a través de todo el suelo. Alguien se nos había adelantado.

—Revisen cada rincón de la casa —ordenó Sasha en voz baja.

Yo no esperé a que ellos la buscaran, corrí escaleras arriba, abrí cada puerta con desesperación y obligándome a no pensar lo peor. Sin embargo, no encontraba nada, ¡Nada! Ella no estaba aquí.

—¡Damien!

Mi cuerpo entero entró en tensión al escuchar la voz de mi hermano desde el pasillo continuo. Corrí nuevamente en su dirección, se encontraba de pie en el umbral de una puerta mirando hacia el interior de la habitación. No me dijo nada, sin poder resistir más la angustia que me embargaba, aparté mis miedos y mi vista fue hacia el interior de aquellas paredes.

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⏰ Última actualización: Sep 23 ⏰

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Damien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora