Foto de Mónica arriba
Damien
Observaba como Mónica y su esposo revisaban las joyas y las pinturas de manera minuciosa y muy cuidadosa, era obvio que conocían de arte. Ella tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras deslizaba sus dedos con suma delicadeza sobre los trazos que se encontraban plasmados en los lienzos; nos informó que las pinturas debían tener ciertos cuidados y por supuesto, ellos contaban con todo lo necesario para mantenerlas en buen estado.
Francesco por su parte se mantuvo con el ceño fruncido cada segundo al revisar detalle a detalle las joyas y colocándolas sutilmente en unos estuches que había traído consigo.
—Esto será demasiado dinero —dijo él—, quizá el doble de lo que esperaban —afirmó; sonreí de lado. Eso era perfecto.
Al terminar ambos comenzaron a guardar todo, dejándolo como estaba, luego vi a Quentin llegar con cerveza y licor. La tensión se deshizo de inmediato entre todos.
—Para celebrar —anunció, colocando todo en la mesa donde momentos antes estaban las piezas de arte.
Me lanzó una cerveza y la tomé encantado, los demás comenzaron a beber al igual que yo. Mónica se sentó junto a su marido quedando frente a mí, cruzó sus largas piernas, lo cual hizo que la falda que usaba subiera hasta más allá de sus muslos blancos, dándome una vista perfecta de ellos. Sin duda, era una clara invitación. Su descaro no me interesaba, mucho menos la presencia de su esposo. Si a ella no le importaba, ¿por qué a mí sí?
Ella buscaba diversión en mí y la complacería, jugaría con ella un rato; hacía mucho que no estaba con una mujer, ciertamente el follar se hallaba en lo más bajo de mi lista de prioridades. Las mujeres no llamaban mucho mi atención, menos cuando tenía cosas más importantes en las cuales ocupar mi tiempo. Además, corrían peligro en mis manos, nunca controlaba el momento en que las voces aparecían exigiéndome matar. Estar a solas con una mujer era riesgoso y lo que menos quería era matar inocentes.
Di un trago a la cerveza y luego encendí un cigarrillo escuchando a todos hablar, pero como se me hacía costumbre, no prestaba atención a lo que decían. Solía mantenerme presente y ausente al mismo tiempo, con mi rostro inexpresivo y una mente por la cual pasaban un sinfín de cosas que cualquiera que pudiera leerme el pensamiento temblaría de miedo. Pese a que, no era nada del otro mundo lo que ocupaba mi subconsciente, lo malo es que sintiera satisfacción al pensar en ello.
—¿Me regalas un cigarrillo? —Inquirió Mónica hacia mí, interrumpiendo mis sádicos pensamientos.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué la cajetilla, la abrí y extendí mi brazo sin ponerme de pie; si ella quería algo tendría que venir a buscarlo, yo no estaba a su servicio, ella estaba al mío.
Su cuerpo se inclinó hacia al frente mostrándome a propósito su escote que no dejaba mucho a la imaginación; vaya que era voluptuosa y agraciada, lastimosamente al igual que yo, era sólo una cara bonita podrida por dentro, movida por la avaricia, el poder y hasta podría decir que el sexo.
—Gracias —susurró colocándolo en sus labios mientras su marido lo encendía.
Permanecí con ellos, hora tras hora, escuchándolos de tanto en tanto, cuando mis ideas no se desviaban, cuando los pensamientos que tenía en mi cabeza se calmaban permitiéndome estar lúcido al menos por unos minutos, sin pensar en sangre y muerte, sin tener los deseos asesinos haciéndose presentes. Y siendo franco, llegaba a cansarme de tenerlos en mi cabeza.
Con el pasar el tiempo la mayoría de mis acompañantes estaban ebrios, yo bebía de manera lenta, mi resistencia al alcohol era mayor que la de ellos, pero ahora estaba hastiado de estar ahí, así que me puse de pie trayendo con eso la mirada de todos sobre mi persona.

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Damien ©
Narrativa generaleDamien Masson, un enfermo mental que goza de asesinar; aburrido y cansado de aquella sádica fascinación, toma la decisión de internarse en un psiquiátrico donde decide pasar el resto de su vida... al menos es lo que pensaba hasta que la vio. [Apta p...